Muchas mujeres que toleran la violencia NO lo hacen por “baja autoestima”, y otras con menos poder y prestigio que su pareja, NO viven “violencia cruzada”...
Las mujeres vivimos violencia sólo por ser lo que somos en la estructura que vivimos. Las empobrecidas por ser mujeres pobres, las indias por ser mujeres indias, las negras por ser mujeres negras, las mestizas por ser mujeres mezcladas, las lesbianas por renunciar a la heterosexualidad…Muchas mujeres que aceptan violencia en su pareja, su familia, su trabajo, su barrio, su comunidad, NO lo hacen porque les gusta.
Muchas lesbianas se enojan cuando oyen estupideces sobre sus prácticas sexuales, pero callan, y NO porque estén de acuerdo. Muchas escuchamos “chistes” crueles sobre viejas, suegras, gordas y NO los respondemos –habría que tener toda una vida para eso y no queremos perderla en convencer a agresores-.
Muchas feministas que escuchamos provocaciones como “feminismo sin mujeres” en la academia $hilena del Género, NO respondemos esa chabacanería. Muchas mujeres que conozco, si un postmodernista les dijera que no son mujeres, que sólo les han nombrado “MUJER” –que les han “signado” “MUJER”- tal vez pensarían que escucharon mal… Otras afirmamos que despojarnos de un cuerpo vivido, es -al menos- absurdo, políticamente hablando: NO sale gratis este devenir de NO sólo opresiones a cuestas, si no de todas las resistencias que nos brotan y de las rebeldías que urdimos.
Muchas mujeres que se someten a las reglamentaciones jerárquicas en casas de acogida a “víctimas” de violencia, muchas mujeres que se someten en cuarteles de policía, que se someten a mandatos militares en allanamientos a comunidades mapuche, muchas mujeres encarceladas, muchas esposas encerradas, muchas hijas abusadas, muchas viejas burladas, NO se someten por masoquismo…
Muchas mujeres en prostitución NO han oído, o poco les importa que un joven okupa les diga que “hay que terminar con el trabajo”, y que la prostitución es “un trabajo como cualquier otro”...
Muchas mujeres que al despertar se preguntan: “¡Qué mierda hago aquí!” –ya sea en una cárcel o en una casa de familia (de su familia)- NO es que NO quieran fugarse de la violencia, es que la violencia machista es una sólida estructura que se autosostiene. Y probablemente uno de los más sutiles, pero eficientes mecanismos que usa, es tratarnos de “inadaptadas”, al punto de que terminamos creyéndolo. -Y otras y otros, cercanos, terminan creyéndolo de ti-.
Vestido interno NO es baja autoestima
Loca, conflictiva, son cualidades que nos cuelgan y en lo íntimo, tantas veces, entre las necesidades y los machismos que nos habitan –porque NO somos puras- llegamos a creer. Nos preguntamos: “¿Seré yo?”… Nos decimos que “es culpa” nuestra, nos convencemos de que “les provocamos”. No es “baja autoestima”, es el patriarcado calando muy adentro.
“Cuando se enojaba, me dejaba de hablar y para que me volviera a hablar, yo, finalmente, le pedía perdón!” relata una compañera. A otra, su ex “siempre la animaba a hacer sus cosas”, pero ella debía mantenerlo económicamente el mes seguido… Me viene a la cabeza ese reclamo de mujeres -recurrente- sobre que el feminismo no debería ser sólo de mujeres, y me suena a un terror íntimo de que - otra vez- nos dejen por la más linda. Pero, en este caso, de que nos abandonen en el mundo público de los movimientos sociales, por un feminismo más adecuado. Por ese feminismo que habla de “género y poder”, de “equidad y oportunidades”, “de ciudadanía”, que se incluye en los partidos políticos y en otras instituciones...
“El vestido interno”, le llamó una compañera del grupo ACACIA de Temuco, al estigma sentido, ese que nos encajaron desde que nacimos y por el cual, entre otras cosas, se nos cuela el miedo al abandono, al aislamiento personal, social o político. Ese vestido comenzó a crecer en nuestro cuerpo, justo en el momento que nuestra madre oyó decir “mujercita”, cuando supo que ¡chancleta! no es bueno, y descubrió que era una lástima que naciéramos así porque íbamos “a sufrir”.
Nuestras madres -es muy posible- que ya antes de que naciéramos hubieran aprendido que si la comida es poca a la niña no le toca. Como mi abuela que supo antes de los 50 que las viejas se quedan para criar wawas, mientras sus hijas hacen el ejercicio de “liberación de la mujer” saliendo a ser explotadas –en lo público- fuera de la casa, por un salario para “ayudar” al marido. Como lo aprenden todas las hermanas y tías solteronas –tantas lesbianas- que visten santos y apoyan la economía familiar con su trabajo impago. Como todas las mujeres que hacen el trabajo esclavo en la división sexual del trabajo familiar, comunitario y social.
Recapitulando, los pobres NO son pobres porque son flojos, los indígenas SI sufren racismo, NO es puro resentimiento, y las mujeres viven violencia, NO porque tengan baja autoestima.
La violencia es estructural y ni siquiera es categorizable. “Violencia de género” o “Violencia física y psicológica” son otros malos chistes que –en mi opinión- nos apalean usando nuestro propio sentir.
Si NO puedes adaptarte a la sociedad NO es “problema tuyo”. NO exageras. Si no encuentras trabajo, si no logras que alcance el dinero, si no eres multiorgásmica y no te gustan, eróticamente, los hombres, NO es que seas insuficiente. Si te enoja que las mujeres seamos las más pobres de los pobres, NO es que seas conflictiva. Es sacarse con los dientes y a girones el patriarcado del cuerpo. Nuestra autoestima anda bien –gracias- y los talleres de empoderamiento no van a resolver nuestra “mala actitud” porque NO es un problema de actitud como dicen los departamentos empresariales de Recursos Humanos –esos filósofos actuales-.
Es la resistencia que brota al mismo tiempo que se deshace en el cuerpo la camisa de fuerza, esa que NO desviste el acceso al poder. Es una camisa de fuerza que aceptamos, toleramos, a la que nos hemos sometido en la sobrevivencia, pero que no nos arrebata la rebeldía de querer destruir la dominación. Es que NO somos puras, pero estamos acá, resistiendo y entramando rebeldías sin olvido ni negación –ni perdón- de las opresiones.