Hay fechas que se celebran y otras que se conmemoran, pero también existen efemérides que pueden provocar festividades cuanto desazones. Es lo que pienso que sucede con nuestro bullado Bicentenario, aniversario que da cuenta del primer gesto republicano, pero al mismo tiempo del inicio de una trayectoria patria en que los despropósitos se han reiterado tan dramáticamente en nuestra convivencia.
La gesta libertaria y anticolonialista de San Martín, OHiggins, Camilo Henríquez y tantos otros próceres siempre tendrá que verse como ejemplar y justa de ser festejada. Se trata, sin duda, de auténticos héroes que ofrendaron su arrojo y una generosidad ejemplar para legarle a Chile un régimen en que la voluntad del insipiente pueblo chileno se impusiera incluso por sobre sus propias convicciones o cualquier tentación por enseñorearse en la política. Lo que más nos honra y hermana con nuestro continente es que algunos de los nuestros hayan pertenecido a esa joven generación de discípulos de Simón Rodríguez y otros visionarios que llevaron a Bolívar, Sucre y un puñado de patriotas de verdad a jurar la emancipación de todas nuestras naciones en un momento en que era tan impredecible este cometido, como que nuestra propia Primera Junta de Gobierno de 1810 no se planteó esta posibilidad.Pero no se puede soslayar el hecho de que, en 200 años, la conjura republicana de nuestros héroes ha sido traicionada una y otra vez por las oligarquías aferradas a los gobiernos e instituciones del estado, como por los reiterados cuartelazos de las FF.AA y caudillos que han ensangrentado nuestra historia y traicionado nuestra soberanía, al ceder nuestros recursos naturales y actividades estratégicas a dominio extranjero. Baste comprobar las empresas que hoy pertenecen a capitales españoles o transnacionales para entender el influjo que éstas ejercen en nuestras decisiones políticas y económicas. Cuestión que comprobamos estos días en la falta de dignidad de nuestras autoridades para encarar la imposición de un impuesto razonable a las grandes empresas cupríferas. Después de que el país, en el pasado, impulsara procesos como el de la nacionalización del cobre y el desarrollo desde el Estado de actividades productivas de propiedad de todos los chilenos. Aunque después fueran cedidas a precio vil a un puñado de empresarios pinochetistas.
Dictadores como Alessandri, Ibañez y autoritarios de todos los pelajes que dispusieron horripilantes masacres como las de Santa María de Iquique, La Coruña y Ranquil, cuyas nóminas definitivas de muertos y heridos todavía no puedan ser registradas por los historiadores a causa de la impunidad y la censura que tradicionalmente se ha ejercido contra la libertad de expresión y el periodismo libre. Violación sistemática de los derechos humanos de los pueblos autóctonos que se expresan en hechos tan bochornosos como aquella criminal Pacificación de la Araucanía, alentada, incluso por intelectuales que nuestra historia reconoce como liberales y progresistas. Episodios, todos, en que nuestros uniformados se manifiestan siempre cebados con la sangre de los indígenas, los pobres y los jóvenes. Los mismos que ahora, en el año del Bicentenario, son reprimidos brutalmente por la Ley Antiterrorista, los jueces abyectos, la represión policial callejera y, como quedara demostrado en las últimas cifras de la CASEN, por un modelo económico intrínsecamente perverso que se sustenta en la inequidad social y los salarios deprimidos. Otra herencia fatídica de la Dictadura sacralizada por los gobiernos concertacionistas, tal como la Constitución, el sistema electoral binominal, el IVA a los libros o el Código de Justicia Militar y que, al parecer, va a ser reformado por un gobierno de derecha que se ha demostrado más pragmático que sus antecesores para ceder a las movilizaciones sociales. En este caso, a la heroica huelga de hambre de los presos políticos y, esperamos, a la protesta del pueblo Rapa Nui, tan desalentado por las falsas promesas de estos últimos 120 años. Como que, con ocasión de este Bicentenario, plantearon la posibilidad de independizarse.
Tendremos, desde luego, abundante pirotecnia, desfiles marciales, fondas y de un cuantohay en las celebraciones que se inician. En ellas, una vez más, se evidenciará nuestra falta de identidad cultural y las drásticas distancias de una sociedad escindida entre los que tienen mucho que celebrar y los que en fechas con éstas acostumbran a ahogar sus dolores y frustraciones en los excesos de nuestro más etílico y calórico festejo. Ni siquiera tan dañino para la salud de los chilenos como para la conciencia nacional.
Por Juan Pablo Cárdenas