La estrategia indígena de los últimos años no se planeó ni en comunidades ni en mapudungun. Los estudiantes mapuches tomaron la posta y tienen ideas claras de hacia dónde llevar el conflicto. "Sábado" estuvo con ellos, desde los hogares más radicalizados hasta los que sólo quieren estudiar en paz.

las diez de la mañana del martes, Alberto Huenchumilla debía estar listo para hablar en el hogar mapuche Pelontuwe, en calle Las Encinas, Temuco. Ahí, se supone, es muy difícil entrar si no se es estudiante, más si no se es mapuche y más todavía si se llega sin avisar. A primera vista lo que parece más difícil es vivir en ese terreno aledaño a la U. de La Frontera (UFRO): hace mucho frío, los tarros de basura están desbordados, un vómito se esconde detrás de un árbol, una caja llena de bombas lacrimógenas vacías es prueba metálica de días difíciles y varios perros circulan en piezas comunes a modo de internado.

-No está el Huenchu. No hay ningún dirigente, nadie lo va a poder atender.

Huenchumilla reaparece media hora después, pero en la tele, en CNN Chile. Ahí explica que la idea de dos de sus compañeros de hogar era encadenarse a la Catedral de Temuco e iniciar una huelga de hambre, como apoyo a los comuneros que hace una semana depusieron su ayuno de 82 días. Ambos fueron detenidos, Huenchumilla no.

Oriundo de la comunidad de Itinento, está en cuarto año de Ingeniería Comercial en la UFRO. Cuando egrese le gustaría trabajar en una empresa, al menos por un tiempo. Sus dos hermanos también cursan estudios superiores -uno ya terminó-. Su papá no completó la enseñanza básica.

Nunca antes hubo tantos mapuches en la universidad. La UFRO estima un total de 1.600, casi un quinto del total del alumnado, y la Católica de Temuco, una cifra similar. No hay una estadística acabada, pero sólo en el sur deben bordear los cinco mil. Tampoco nunca antes habían egresado tantos: hace seis años la deserción superaba el 60 por ciento y hoy día no pasa el 20. Por años estuvieron confinados a las pedagogías, pero ahora están en todas las carreras. Provienen de colegios municipalizados, rurales muchos, con pésima formación y la mayoría tuvo algún tipo de ayuda para ingresar. El 95 por ciento no habla mapudungun fluido, sólo unas palabras.

Huenchumilla tampoco. Su día continuó con una marcha desde la plaza de Temuco, hacia la cárcel, pasando por la calle de las funerarias y el cementerio. Casi un centenar de universitarios caminaron con él. Mapuches de zapatillas Converse y Adidas, con notebooks en las mochilas y cuentas de facebook.

Huenchumilla ha tenido que lidiar toda su vida universitaria con Carabineros e Investigaciones. El año 2005 pasó 11 días preso tras ser detenido con una molotov durante una protesta. Él alegó inocencia. La Fiscalía lleva ya diez años mirando a fondo los cuatro hogares de la ciudad. En un punto, se lee en las investigaciones, llegaron a ser un eslabón relevante en los hechos violentistas de La Araucanía, como lugar de reclutamiento de nuevos miembros radicales, cuando alguno daba con el perfil, y apoyo operativo secundario. Un fiscal explica que cuando empezaron a identificar a los violentistas por las huellas de los calzados, en un hogar instalaron un tambor enorme en el patio trasero, donde los involucrados podían quemar los zapatos.

Casi todos los comuneros procesados pasaron por un hogar de éstos. Gracias a un colaborador policial que vivía ahí dentro lograron establecer que los hogares sirvieron para esconder prófugos y determinaron que al momento de ingreso de nuevos alumnos, les recomendaban que se unieran a la CAM, el grupo más radical del conflicto mapuche.

-Eso es falso. Lo único que pedimos es que sean mapuches, que vengan de una situación de pobreza y que acrediten que estén estudiando. Hemos sufrido un atosigamiento feroz: siempre hay gente mirando el hogar, día y noche, nos han allanado, se han llevado computadores personales. Este mismo teléfono que te muestro está intervenido -dice Alfredo Pacheco, dirigente de otro hogar, ubicado en la calle San Martín. Tiene 22 años, estudia trabajo social en la UCT y proviene del interior. Reconoce que sí priorizan en los ingresos a estudiantes que crean en la causa mapuche, pero asegura que últimamente son casi todos: las nuevas generaciones venían con una carga debido a los operativos policiales en sus comunidades.

En las universidades no creen que sea tan generalizado. La UCT tiene un programa de compensación para estudiantes de enseñanza media mapuche -una especie de preuniversitario para nivelar contenidos y hacer menos traumático el primer año- y dicen haber visto muchas veces la transformación: niños tímidos a los 16, activistas furiosos a los 20.

Alejandra Aniao está entremedio. Con 18 años se vino sola a Temuco, en micro, desde Niegara. Ahí su familia tiene una hectárea para cultivar y a ella, la quinta de siete hermanos, se le ocurrió entrar a la universidad tras ser la mejor de su colegio rural, con un 6,4 de promedio. Sus papás no estaban ni a favor ni en contra.

-No me dijeron nada, ni saben cómo me va. Nunca hablo con ellos cuando estoy en Temuco. El mapuche de campo es así, callado.

Entró a educación física en la UFRO y obtuvo beca de excelencia académica. Ya en la ciudad, el primer día de clases, se encontró con que no tenía dónde dormir. Se quedó un mes con una familiar que le pidió que se fuera; intentó entrar a los hogares, pero no quedaban cupos y anduvo una semana, literalmente, sin casa. Hasta que conoció, en el patio, a una compañera que la invitó a vivir con ella. En seis meses, su carrera lleva dos paros, pero no ha ido a ninguna marcha. No entiende el conflicto a fondo. Carabineros nunca entró a su comunidad.

-Yo mismo entré con la idea sólo de sacar un cartón y ganar plata rápida para poder escapar de mi situación -dice Marco Ancavil, 24 años, estudiante pedagogía media en matemáticas, del hogar de San Martín. Su situación era así: ocho hermanos, tres hectáreas para plantar sólo con el fin de subsistir. Anduvo a pie pelado hasta los seis años, a los ocho conoció la electricidad, no tuvo agua potable ni alcantarillado. Sus papás, en Maquehue, aún no tienen.

-Y aún hoy ellos tienen todavía esa mentalidad: que me mantenga alejado de los problemas, que saque mi título y gane plata. Pero la universidad me abrió los ojos, y ahora es imposible que me desligue. No quiero que los niños pasen lo que pasé yo. A diferencia de mi papá, puedo entrar al sistema, entenderlo y desde ahí pelear por mis derechos. No hay mapuche más peligroso que uno educado.

Día siguiente. Nueve de la mañana. En el hogar de Padre las Casas está todo el mundo en pie. Es un edificio moderno, construido hace ocho años y se mantiene, igual que los otros, con aportes del gobierno. Los vecinos han hecho reclamos para intentar sacarlos del barrio, aburridos de las barricadas y los desórdenes. No permiten tomar fotos dentro: nadie quiere su imagen en el diario. Los jóvenes agarran sus palos, terminan sus carteles. Es un día importante: habrá barricadas simultáneas en varias partes de la ciudad. Ellos van a los accesos de Temuco.

-Yo hablo abiertamente lo que pienso en mi casa, pero mis papás ven las cosas un poco distintas -dice Leticia Huaique, estudiante de pedagogía, 24 años-. Tuve que venir a Temuco, a la universidad, para entender lo que le pasó a mi pueblo. En las comunidades se vive un proceso de asimilación muy grande, los colegios crían chilenos, no mapuches. Mis papás se acostumbraron a tomar las migajas del Estado, tienen un miedo mayor. Esta generación no.

Cuando la policía hace allanamientos a las casas de los estudiantes en sus comunidades de origen, los papás se ven incrédulos y molestos. Un par, incluso, retiró a sus hijos de la universidad.

-No encuentro que quemar un campo sea un acto violentista, si se considera los abusos que han cometido con nuestros abuelos -dice Pacheco-. Si la violencia sirvió para hacer conocida la causa, sirvió.

Entre los académicos no hay teorías definitivas sobre cuál será el impacto que tengan en la dirección del conflicto todos estos estudiantes al momento de egresar.

-La gran deuda que tienen las universidades del sur es que no han podido educar a una nueva clase política mapuche que pueda defender sus derechos, dentro de los cauces normales, conociendo el sistema. Si de esta gran ola de estudiantes sale eso, sería algo realmente importante -dice Alejandro Herrera, director del RUPU, programa de la UFRO que se preocupa de estudiar el fenómeno, darles guía a los estudiantes y ayudarlos a no perder sus tradiciones en la ciudad.

Entre pasillos, sin embargo, circula una tercera tesis, que nadie aún se atreve a poner en papel, ni menos defender en público: las elites más radicales, ahora educadas en el sistema que desprecian, podrían engendrar un sinónimo similar al de los fanáticos del Islam educados en occidente.

-Algo tienen en común: ambos son deudores del sistema al que aborrecen. Muchos estudian gracias a ayudas estatales -explica Ricardo Salas, decano de Ciencias Sociales de la UCT-. Pero no creo que llegue a eso por una sencilla razón: los líderes estudiantiles más radicales, que son los que más se oyen, no representan al resto y terminan siendo más nocivos que útiles para su causa. El estudiante mapuche medio quiere otras cosas. Quiere ser exitoso, pero no perder sus raíces. Sabe, a diferencia de sus padres, que recuperar tierras no le sirve de nada sin los conocimientos para hacerlas productivas.

Huenchumilla llega al hogar al atardecer. Muestra ojos cansados.

-No somos terroristas, los únicos muertos en este conflicto han sido jóvenes mapuches. El gobierno está convencido de que los que no estamos dispuestos a que nos pasen a llevar somos unos pocos, una rareza. Pero pregunte a los mapuches: ¿quién apoya la causa? Son todos, somos todos.

-Yo a mi hijo les tengo prohibido ir a marchas. No hice tantos esfuerzos para eso. Tiene que estudiar -dice María Huaracán, de la comunidad Ulario Paillalef.

En diciembre de 2006, su hijo Gabriel arreaba unas vacas en el campo de su familia cuando un Toyota rojo le pegó de lleno para evitar una micro.

Estuvo 17 días gravísimo, con el doctor de la municipalidad pronosticando su muerte. Una arreglahuesos le trató las fracturas. Se recuperó y ese marzo volvió a sus clases de historia en la UFRO.

La historia de su familia cuenta las complejidades del último siglo en la zona, la imposibilidad de separar entre buenos y malos. Su bisabuelo, chileno venido de Chillán, trabajaba un molino en Saavedra a principios de siglo cuando, engañado por un peñi, terminó perdiendo el terreno. Desesperado, se casó con una mapuche, para tener nuevos campos que trabajar.

Años después, una tía abuela logró recuperar las dos enormes piedras de cuarzo francés del molino. Y su abuelo lo adquirió de vuelta completamente, junto con una romana de 500 kilos.Su papá, años después, casi lo pierde todo. En los programas indígenas de la Concertación puso su nombre como presidente de una Cooperativa de Agricultura, que debía reactivar la producción en la zona. Confió en los profesionales de la ciudad y terminó lleno de deudas.

Después del accidente, Gabriel decidió que ya había cumplido la cuota de golpes que su cuerpo podía aguantar; dejó el activismo mapuche y sólo colabora de vez en cuando en las marchas. Cree que es imposible que su pueblo logre algún tipo de independencia, sin antes poder sustentarse económicamente. Decidió buscar otro camino y encontró la solución en el patio de su casa: ganó casi dos millones de pesos en un concurso de emprendimiento Cercotec para transformar el molino familiar en un museo turístico.

Nunca antes hubo tantos mapuches en la universidad. La UFRO estima un total de 1.600, casi un quinto del total del alumnado, y la Católica de Temuco, una cifra similar. Tampoco nunca antes habían egresado tantos: hace seis años la deserción superaba el 60 por ciento. Hoy día no pasa el 20.

Por Rodrigo FLuxá desde Temuco.