José Bengoa, autor de la ya clásica “Historia del pueblo mapuche”, es un distinguido académico, licenciado de filosofía con estudios de posgrado en antropología y ciencias sociales. Ha trabajado en universidades chilenas y extranjeras y actuado en importantes organismos internacionales. Fue entrevistado por “Punto Final” en torno al Bicentenario y la huelga de hambre de los presos políticos mapuches.

Llegamos al Bicentenario con carencias y temas pendientes. Uno de ellos, el conflicto mapuche que el Estado enfrenta con negativismo y represión, que incluye la aplicación de la Ley Antiterrorista. ¿Cuál es su opinión?
“Empecemos por el Bicentenario. La conmemoración resultará una gran frustración. Hace diez años, el presidente Ricardo Lagos convocó a una comisión amplia y representativa para organizar la conmemoración. Se pensó que habría suficiente tiempo para lograr mayor integración real y simbólica del país, para que el Bicentenario tuviera, por decirlo así, un relato menos excluyente que el habitual. Se esperaba que el Bicentenario fuera una oportunidad de poner sobre la mesa algunas de las llamadas ‘memorias subalternas’, en otras palabras, la memoria popular contrastando a la historia oficial: mujeres, mineros, pescadores, pobladores, habitantes de las islas del sur; en fin, promoción de debates y actividades de difusión.
Se hicieron importantes esfuerzos, que en definitiva no cristalizaron. Se impuso el ‘no debate’, la ‘no discusión’, la ‘no revisión de nuestra historia’. Triunfó una cosa fofa, un nacionalismo triunfalista, una historia contada para gente estúpida: héroes que nacieron tales por la gracia de Dios, sin incorporar la idea de construcción de país; no hay ninguna idea de conflicto ni de complejidad. Ha resultado ser la expresión brutal de una sociedad que no quiere pensarse a sí misma. Con ello se produce una situación complicada: la enorme ausencia de amplios sectores olvidados, poco considerados o distorsionados en su memoria y su realidad actual.
En este Bicentenario se repite lo que ocurrió en el Centenario, condenado en Ricos y pobres de Luis Emilio Recabarren, que hoy es de una vigencia insólita. Allí se dijo que los trabajadores no tenían nada que celebrar porque seguían siendo brutalmente explotados y los ricos, seguían mandando según su propia conveniencia e intereses. Con todo, hay que tener en cuenta dos elementos. Uno, que en estos cien años ha habido importantes avances producto de la movilización y lucha de los sectores populares, como fueron la experiencia del Frente Popular, de los gobiernos de Frei y Salvador Allende; los avances en salud, educación, vivienda y previsión social. Además, en el pensamiento de Recabarren hubo, a mi juicio, una hipervaloración del papel del obrero, pensándolo en el contexto del Centenario. No valoró el nacionalismo natural, vulgar o popular que en Chile era y es muy fuerte. Fue una equivocación tan importante, que después Arturo Alessandri Palma, el ‘León de Tarapacá’, barrió electoralmente en el norte, base del proletariado.
El tema del nacionalismo tiene que ver, sin duda, con el Bicentenario. Hay que ser cuidadosos. Existen aspectos nacionalistas populares y existen también aspectos de segmentación, privación, estigmatización que separan y aislan. No tengo la menor duda que el Bicentenario va a ser celebrado por los sectores populares. Existe, como digo, un sentimiento muy arraigado. Un sentimiento de nación que se hace efectivo en momentos de crisis, de dolor o de alegría, como ha ocurrido en el caso de los mineros sepultados en la mina San José, en Copiapó. Alguien podría decir que la nación no existe, que es una entelequia, un invento. Puede haber tenido ese carácter en los inicios, pero se fue convirtiendo en conciencia colectiva, al punto que frente a ciertos hechos, todo el mundo se siente afectado, emocionado, conmovido. Es una realidad que hay que tener en cuenta. Un sentimiento cuya profundidad no está siempre presente, porque sería imposible, pero que es mantenido en un nivel regular por el Estado, el ejército y otras instituciones. Y que es mayor incluso que en otros países de América Latina por razones históricas. En Chile se constituyó antes del siglo XIX”.

Lucha por la autonomía

¿Cómo miran los mapuches el Bicentenario?
“Hay, seguramente, muchos que piensan que no hay nada que celebrar. Menos con una huelga de hambre dramática de presos mapuches que lleva más de cincuenta días, y que ni siquiera es informada por los medios de comunicación en una actitud vergonzosa, absolutamente pauteada para imponer el silencio. Están presos nada menos que los descendientes directos de los fundadores del territorio, descendientes de los ancestros venerados. Es como si la historia se repitiera de manera obsesiva.
Ahora bien, por supuesto que hay otros mapuches que sí lo van a celebrar. Hay que entender bien el claroscuro del pueblo mapuche. Desde hace años hemos estado trabajando en la zona del Budi, especialmente con jóvenes mapuches, y tenemos una visión bastante fundada.
Hay una elite más intelectual, ligada a los jóvenes, que piensa que la relación entre Chile y el pueblo mapuche es una relación colonial que debe ser rota mediante un movimiento de liberación, que requiere de acciones movilizadoras. Hay también un amplio sector que me parece mayoritario, especialmente en la zona rural, que no se plantea la disyuntiva entre ser mapuches o chilenos. Tienen una doble identidad bastante fluida. Nadie les quita lo mapuche, pero nadie de ellos discute que son chilenos. Recuerdo una conversación en que alguien planteaba con mucha fuerza su carácter mapuche excluyente, y saltó la pregunta: ¿Qué te pasa a ti cuando mete un gol la Selección? Y la respuesta: ‘No me haga esa pregunta, por supuesto que celebro’. Y creo que hay también un tercer sector, bastante amplio, que busca fuertemente la integración y para el cual lo mapuche queda en el ámbito privado. Uno escucha decir, por ejemplo, ‘mis padres eran mapuches, mis abuelos eran mapuches pero yo soy chileno, ciudadano de este país y me desenvuelvo en este medio. A mis padres les tengo mucha estimación, conservo el apellido, pero eso es algo privado’”.
¿Entonces la demanda autonómica se concentra en la elite movilizada?
“Veo esas tres dimensiones. Me parece que la lucha por la autonomía se circunscribe al primer grupo, mayoritariamente formado por jóvenes, muchos estudiantes, que está en un proceso de emergencia o surgimiento en que lo étnico aparece con fuerza, y para el cual el Estado chileno es un invasor y su relación con la doble ciudadanía es mucho más débil. Son los grupos más radicalizados e interesantes. Diría también que la política de la Concertación se orientó hacia el segundo grupo, en que existe una fuerte personalidad mapuche que no niega la nacionalidad chilena. La frontera de la política estaba dada por ese grupo. Tengo la sensación que la política de este gobierno se orientará hacia el tercer grupo y hacia la integración. En los mapuches urbanos se dan más o menos los mismos tres grupos ya señalados.
¿Piensan algunos en la independencia? Es una pregunta habitual. Yo creo que no, y así lo he escuchado hace poco en una muy buena entrevista a Aliwen Antileo. Señaló que la distinción entre independencia y autonomía es suficientemente clara, y se busca la segunda. Concuerdo con Aliwen, teniendo en cuenta que a nivel internacional el mundo indígena tiene claro que la autonomía es la forma de lograr la autodeterminación. La autonomía significa formas específicas de gestión interna sin rupturas de la soberanía. En síntesis, no creo que exista una grieta profunda entre ser mapuche y ser chileno, hay un mundo que transita sin dificultad entre ambas identidades”.

Reconocimiento del pueblo mapuche

Usted formó parte de la primera Comisión de Pueblos Indígenas, ¿cuál fue su experiencia?
“Estuve en esa comisión, creada en 1990, cuando las cosas eran bastante distintas. El horizonte de la demanda mapuche era obtener un espacio en la transición, no quedar al margen. Había también una demanda de tierras y desarrollo. No se planteaba discutir sobre autonomía; la discusión empezó a perfilarse con intensidad varios años después. En ese tiempo se usó el término ‘desarrollo con identidad’, en que lo central era el desarrollo, con respeto y promoción de la identidad mapuche.
Hubo una importante devolución de tierras, aunque en esto hay que ser cuidadosos. Muchas tierras fiscales estaban ocupadas desde hacía tiempo por mapuches que no tenían títulos de dominio, que fueron regularizados, lo que -claro- fue un avance. Otro rubro importante fue la entrega a las comunidades de tierras que les habían sido arrebatadas, a pesar de que disponían de títulos ancestrales. Las tierras fueron compradas entonces por la Conadi para ser entregadas a las comunidades. Y en tercer lugar, pequeñas parcelas fueron entregadas como subsidio a personas naturales.
En el plano cultural se destaca el bilingüismo, que empezó a aplicarse en no pocas escuelas, con atención especial hacia nociones de la lengua mapuche y de su cultura, que ha tenido un especial relieve con la colaboración de ‘hombres sabios’ de las comunidades, que enseñan a los niños, en mapuche, las tradiciones, historia, cuentos, el cariño hacia la tierra. Y, además, se ha despenalizado el tema de la salud mapuche, legitimando la actuación de las machis, con buenos resultados no sólo en la zona de La Araucanía.
Aunque se ha avanzado en muchas cosas, el gran tema pendiente es el reconocimiento. Y la Concertación casi no logró nada. Por lo mismo, no creo que hayamos llegado a una etapa en que se pueda pensar en una institucionalidad política mapuche específica que signifique poder. Estamos mucho más atrás. Pero por lo menos habría que reconocer que en algunos lugares, con población mayoritaria mapuche, las instituciones del Estado deberían adecuarse a esa realidad. En Puerto Saavedra o en Tirúa los municipios no tienen, en el fondo, diferencias con el de Providencia.
El reconocimiento del pueblo mapuche -y de otras etnias- debe ser una norma constitucional, con las consecuencias que eso implica. Es decir, la posibilidad efectiva de expresar opinión que sea considerada y que tenga también el poder de decisión en ámbitos específicos. Si esa posibilidad no existe, se abre paso a la lucha fuera de la institucionalidad, en que cualquier mapuche por expresar opinión puede ser acusado de terrorismo. Abrir espacios entonces es indispensable.
Al no existir caminos institucionales sólo queda la confrontación. En mi opinión, en el conflicto mapuche no hay posibilidad de solución si no se abre paso al reconocimiento. El conflicto va a continuar, de acuerdo a las correlaciones de fuerza y según la coyuntura, y seguirá existiendo. No veo otra solución si no hay un pensar profundo de cómo debe ser la estructura política y cómo, dentro de ella, pueden actuar -de verdad- las distintas etnias que hay en Chile, en especial el pueblo mapuche. No veo otra alternativa, como lo indica, además, la experiencia internacional. Mientras en Irlanda del Norte no se estructuró una fórmula para que pudieran expresarse los católicos, el IRA era la única vía”.

HERNAN SOTO

Historia
del despojo

“El conflicto es evidente. En las pantallas de televisión hemos visto a mujeres mapuches golpear a funcionarios del Estado; se ha visto una larga marcha caminando desde el sur a Santiago, y también escenas con altos contenidos de violencia. Hay una larga historia de conflictos y podríamos jugar con las palabras diciendo que es también un conflicto que tiene una larga historia. Los mapuches sufrieron el despojo de sus tierras. Despojo es, según el diccionario, ‘lo que se ha perdido’. Es igualmente, ‘la presa y el botín del vencedor’. Es también la acción de desposeerle a una persona o grupo de personas ‘un bien con violencia’. Esta es por lo tanto la historia que quisiéramos relatar. Es una historia necesaria de contar. Servirá quizá para entender lo que pasa en la actualidad”.

JOSE BENGOA
(“Historia de un conflicto. El Estado y los mapuches en el siglo XX”, p. 13, 1999).

(Publicado en “Punto Final” edición Nº 717, 3 de septiembre, 2010)
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