En la defensa que Sócrates hizo de sí mismo, y que terminó en su condena a muerte, insistió en que no le tenía tanto amor a la vida (philo-phychia) como para renunciar a su estatuto de hombre libre, vivir en el exilio y salvar su vida. Para los griegos, un apego demasiado grande a la vida, hacia el simple hecho de estar vivo, era signo de cobardía, puesto que lleva a los hombres a actuar conducidos por el miedo y no por la valentía.

La huelga de hambre de los comuneros mapuches, poniendo en riesgo su propia vida me parece un gesto de valentía poco comprensible para quienes hemos sido educados en el miedo a la muerte, para quienes la vida y la propiedad son los bienes supremos. Jan Patocka, un filósofo checo muerto por oponerse al gobierno comunista de Gustáv Husák en 1977, decía que los hombres, al ser educados en el miedo a perder la vida y la propiedad, son extremadamente manipulables, decía también que la libertad y la justicia son valores superiores incluso a la vida y la propiedad. Varios filósofos políticos comenzaron a cuestionar la supervaloración de la vida y la propiedad, en nombre de las que el siglo XX mató y sometió a millones de hombres y mujeres. Se acuñó, entonces, el término bio-política para criticar la administración de un país como si se tratara de una fábrica o una empresa en la que los hombres son sólo cuerpos vivos que hay que alimentar y mantener con vida, como si la política misma pudiera reducirse a ingeniería social. Hoy en Chile un grupo de mapuches pone su propia vida en peligro, en suspenso por el hambre, para pedir que sus casos pasen a la justicia penal y no terrorista, pero también para decir que el miedo imposibilita el diálogo. El gobierno quiere dialogar pero exige que antes se deponga la huelga de hambre, que se sienten a la mesa a comer lo que se les da, es decir, que acepten, no que dialoguen. El hambre obliga a aceptar lo que se ponga a la mesa, sea bueno o malo. El anfitrión pierde su poder cuando los que se sientan a la mesa demuestran que pueden aguantar el hambre hasta que lo que se ponga a la mesa sea digno, hasta que se restablezca la confianza necesaria para restablecer el diálogo. Son condenables los hechos de violencia de los grupos mapuches, eso no se discute, pero el trato que se les da, la estigmatización de terrorismo por el solo hecho de ser mapuches, sí se discute, se dialoga.