En la mayoría de los pueblos nadie avisó del maremoto. Los lugareños corrieron hacia las zonas altas, pero nadie sabe qué ha pasado con los turistas que visitaban cada una de las localidades. Los rescatistas hablan de miles de muertos. Pueblos perdidos de la costa recibieron ayuda bien entrada la semana. Es la historia de horror de las personas que estuvieron en la costa de la Séptima y de la Octava Región la madrugada del 27 de febrero.
IGNACIO BAZÁN y CARLOS SALDIVIA

Raquel Salas, una dueña de casa de la pequeña caleta de Tubul, en la VIII Región, habla mientras pisa una alfombra de barro. A sus espaldas, un carrobomba destruido como telón. Su voz delata impotencia. La mañana del jueves sale a recolectar los pocos choros que quedaron en la orilla de la playa de su devastado pueblo para comer. Han transcurrido cinco días del tsunami que afectó las costas de las regiones séptima y octava, y Tubul está más aislado que nunca. Un camino costero cortado, militares que no se hicieron presentes hasta el miércoles y víveres que recién llegan... son parte del desolador panorama.

Es la historia de Raquel, la de su familia, y la un pueblo de 2.000 personas en la que se perdieron 3 de cada 4 casas para siempre. La inmensa ola que desdibujó el mapa de un Tubul que tanto les costó construir, fue sólo el principio de sus problemas.

El hambre, el frío, el miedo y la paranoia se apoderaron del villorrio en el momento en que la primera ola asoló sus costas a eso de las 5:45 de la mañana, según recuerdan los pobladores. Luego vinieron dos más, con 45 minutos de diferencia. Los vecinos escuchaban a lo lejos cómo su apacible vida en el verde sur era triturada por el agua. Los botes, los techos de las casas, los pocos autos, sonaban como una juguera infernal.

"Empezaron días de inseguridad y soledad", dice Marta Salazar, presidenta de una de las juntas de vecinos de Tubul. "De todo lo que vivimos, sólo nos queda agradecer que estemos todos vivos. Jamás sonó una alarma, pero nosotros arrancamos hacia el cerro de inmediato, apenas fue el terremoto".

A pocos kilómetros de Tubul, pero separados por una inmensa barrera geográfica de territorios escarpados, casi indómitos, se encontraba en la ciudad de Arauco, Isaac Zenteno, director y locutor de "La máquina del tiempo", una radio de esa ciudad. Con su voz cavernosa, Zenteno explica que, en Arauco, el mar se salió, provocando una marejada que estuvo lejos de transformarse en un tsunami . Tuvieron suerte.

Pero más allá de la naturaleza azarosa del desastre, Zenteno tenía la responsabilidad de mantener comunicadas a las ciudades de Lota, Coronel, Arauco, además de pequeños pueblos como Tubul y Llico. "Esa noche la alarma de maremoto nunca llegó, pese a que pasaron al menos un par de horas para que el mar se saliera", cuenta el locutor. "Irónicamente, las autoridades nos avisaron que diéramos alarma de tsunami luego de la réplica del miércoles pasado".

Zenteno toca un punto sensible en el desarrollo de la tragedia del borde costero de la zona centro-sur. En la mayoría de los pueblos nunca hubo una alarma. Y en una de las pocas localidades en que la hubo, fue demasiado tarde.

La historia de Dichato pudo ser mucho más trágica. Tan solo siete días antes de que se sellara el destino del pueblo, era la semana de la ciudad, la semana peak del verano en el concurrido balneario de la Octava Región. "Las calles se colapsan y todas las actividades están en la playa, de noche", cuenta Mirla Osorio, una estudiante de 24 años. "Esto pudo ser una catástrofe mucho peor". Osorio lo sabe, porque vive a 14 cuadras de la orilla de playa y fue testigo directo de cómo el mar pasó a llevar toda la parte baja de su pueblo hasta los propios pies de su casa.

"La primera ola fue a las 7 de la mañana", cuenta Osorio. "Diez minutos antes había sonado la sirena de bomberos, pero yo creo que fue demasiado tarde. No vimos el agua venir, porque levantó una mezcla de bruma y polvo. Cuando se despejó, fue como que un cohete hubiera llegado al corazón del pueblo".

Las cosas no quedaron ahí. A las 9 y media de la mañana, cuando ya había gente recolectando algunas de sus pertenencias, se alzó una segunda ola, aún mayor que la primera. Osorio ni siquiera puede cuantificar el número de personas que fueron arrastradas por el mar en el segundo cataclismo.

A diferencia de Dichato, en Constitución el maremoto llegó un día antes de los festejos de la noche maulina. La gente estaba apostada en el puente del río Maule, viendo fuegos artificiales, a la hora del terremoto. Había cientos de personas y muchos se quedaron ahí, siguiendo con lo suyo. A pesar de que el puente está a unos 30 metros sobre el nivel del mar, el agua pasó por sobre las personas apostadas ahí alrededor de las cinco de la mañana.

"Aquí en Constitución hubo un efecto embudo", explica Cristián Silva, profesor de historia de un colegio de la ciudad. "Como el río y el plano de Constitución están rodeados de cerros, la ola se acumuló y fue a dar a la desembocadura del Maule. Mi primo y sus hijos estaban en el puente y fueron arrastrados cuatro kilómetros río adentro. Por suerte, sobrevivieron todos".

Como en muchas zonas, no hubo aviso, menos ayuda presta de las autoridades. "Cuando llegaron los militares se arregló mucho la situación", dice Silva. "Pero eso fue el lunes. El sábado y domingo hubo un estado de total caos. Yo fui a saquear el supermercado, pero estaba toda Constitución ahí. No hubo clases sociales. Vi hasta gerentes de la Celulosa que ganan 7 millones haciendo lo mismo que yo".

Constitución fue quizás el único poblado donde los residentes y turistas se perdieron por igual, principalmente porque fue lejos la ola más alta para un lugar reducido en superficie. En otras localidades, como Iloca, Duao, Dichato, Pellehue, fueron los turistas los que se llevaron la peor parte. "Apenas ocurrió el terremoto, todos sabían por dónde escapar", cuenta Miguel Ángel Correa, pescador de la caleta de Duao. "Muchos turistas no sabían las vías de evacuación y nos tocó ver cómo el mar se llevaba autos, hasta buses, con las luces encendidas".

"En el Cerro Alto la gente lleva días sin comer", dice Martín Jara, pescador de La Pesca. Relata que se salvó de morir, porque conoce el mar desde hace 40 años, mientras espera sus porotos con papas fritas de una olla común que entregó la iglesia evangélica. La mitad de su casa fue devorada por el mar. Al asomarse se puede ver un muro colgando, pero con un diploma y un banderín de la Católica pegados a la estructura.

Su sobrino de 24 años, Alexis Jara, se queja del pillaje: "Antes que llegaran los militares a la zona, pasaba una camioneta gris gritando que venía un tsunami . Los pocos que quedaban en la costa se iban a refugiar a los cerros a juntarse con el resto, mientras ellos se encargaban de llevarse lo poco que quedaba. Después del terremoto hubo gente que quedó con más cosas de las que tenía antes. Nosotros, en cambio, lo perdimos todo, incluyendo nuestro bote para salir a trabajar".

La situación es realmente desesperada. A medida que se recorre la línea costera, que une los pueblos de La Pesca, Iloca y Duao, aparecen las sábanas, los cartones pintados, que apuntan en dirección a los cerros y que piden ayuda, especialmente agua. Algunas personas gritan a los periodistas que dejen sus bloks de notas y sus cámaras y se dediquen a ayudar. El ambiente se pone tenso y a los conductores que no manejan vehículos 4x4 se les dificulta en demasía el paso.

Un par de horas hacia el sur, en la Tercera Compañía de Bomberos de Cauquenes -donde sólo el toque de queda de las 21 horas interrumpe la búsqueda de cuerpos- no hay electricidad, agua, baño ni internet. Fueron los primeros que llegaron a Pelluhue el mismo día de la tragedia, antes que las fuerzas militares y que las raciones de comida. Sus dudas son mucho más grandes que sus certezas, sobre todo, si se trata de las cifras de muertos y desaparecidos entregada oficialmente por las autoridades: "En Pelluhue hay buses enterrados que iban con personas y fueron vistos con las luces encendidas, mientras las olas se los tragaban. Identificamos un bus de un paseo del centro para la tercera edad de Longaví y hay otro bus enterrado en la playa que, cuando llegamos, pensamos que era una lancha. Eso, más todos los autos que flotaban en el mar el sábado pasado. Acá debe haber más de 2.000 muertos, sólo por el maremoto", dice un rescatista que sacó fotos a los buses.

Ya en la costanera de Pelluhue el panorama es difícil de creer. A cinco kilómetros del mar, se puede ver un barco pesquero varado entre árboles quebrados. En su calle principal, no queda nada del estadio ni del centro del adulto mayor, donde cinco socios fueron hallados en la playa junto a una turista adolescente desnuda y de rostro destruido hasta lo irreconocible. Sólo se ven los restos del internado rural de niños, que es cuidado por tres funcionarias del liceo del lugar. "Aunque las fuerzas militares ya llegaron, ellos no pueden estar en todos lados", dice Jessica Jara. "Todas nos pusimos de acuerdo para hacerle guardia y evitar que se roben lo poco que no se han llevado".

Mauricio Castro, alcalde de la comuna de Arauco, de la que depende Tubul, el lugar donde la señora Raquel Salas tuvo que salir a recoger choros en la costa, mientras vacas y caballos se descomponían a su lado, tiene una sola palabra para todo lo ocurrido: "Vergüenza. Es una vergüenza que en nuestras regiones no podamos hacer nada sin la venia de Santiago. Más allá del desastre natural, es verdaderamente indigno que el pueblo de Tubul recién reciba ayuda a cinco días de la tragedia. En Santiago un resfrío es una emergencia nacional. Acá la gente puede estar muriendo y no viene nadie. Nadie".

"Nadie sabe de los atrapados en la mina El Chiflón"Vecinos de Lota acusan falta de alimentos y ayuda:
En Lota los daños por el terremoto son significativos y, según sus propios habitantes, el maremoto llegó sólo a Playa Blanca. Las olas azotaron un par de cuadras desde la costa.

No obstante, eso bastó para dejar a la ciudad totalmente desabastecida. Danitza Gutiérrez es una de las madres adolescentes que hacen dedo en Coronel, ya que no hay ningún tipo de locomoción colectiva funcionando. En la mano lleva la manguera que le prestó su abuela en una población cercana a Concepción, junto con productos de primera necesidad, como vegetales, aceite y harina. La joven dice que no tiene agua ni leche para su hijo de dos años, Rubén. "Por suerte hay una vertiente en el cerro Cantera Dos, a cuatro kilómetros, pero para Lota y Coronel no hay ayuda. Nadie sabe de los atrapados en la mina El Chiflón", acusa Danitza.

"Encontré el cuerpo de mi mamá, de 90 años, acurrucado como una guagua"El drama de Geofreey Semler en Pelluhue:
Después del terremoto, las casas de Pelluhue presentaban un daño relativo. El horror vino después. A las 4:20 de la madrugada, el empresario de turismo, basquetbolista y paramédico olímpico, Geofreey Semler, le dijo a su madre de 90 años, en total lucidez: "Mamá, salgamos al cerro, porque el mar se recogió y viene un maremoto". "No, hijo, cálmate, si ya pasó", respondió ella. Semler, que tenía a su familia en Santiago, salió a ver cómo estaba el barrio, pero no alcanzó a mirar. Al cruzar el umbral de la puerta, lo tumbó una ola de 6 metros. "Pensé que me moría, pensé en mi madre y que ella siempre me dijo: 'Hijo, lucha hasta el final", recuerda. La ola lo golpeó contra autos, botes rotos, rocas y no sabe qué más. Aún así nadó más de 200 metros por calle Costanera hasta un internado de niños, el único recinto que sobrevivió, aunque con daños considerables. "Adentro del edificio, el mar me azotaba contra las paredes, había un tronco y un trozo de barco. Ahí me saqué la parte de arriba de la ropa para nadar mejor, pero me fracturé el brazo izquierdo en cuatro partes. No se cómo seguí nadando. El mar me recogió y me lanzó, después de algo que se me hizo eterno, contra unas vegas (un pantano) al otro lado de la ciudad. Ahí iba totalmente desnudo, llegué al borde y pude salir y decir que soy un sobreviviente", dice y rompe en llanto por primera vez. Pero fue todavía más lejos. Caminaba por el pantano cuando vio un auto dado vuelta con un hombre agonizando en su interior. Corrió hacia él. "Lancé una patada al vidrio y con la otra mano lo saqué, lo apoyé en mi hombro y caminé con él como 300 metros hasta que una vecina me reconoció", relata el deportista. Su cuerpo está lleno de heridas y contusiones. Al llegar al hospital de Chanco, dice que el personal de salud estaba en shock y se negó a limpiarle las heridas, por lo que él mismo dirigió a los paramédicos y exigió que lo recibiera la médico de turno.

Pero su herida más terrible es la que lleva en el alma: su madre murió. "Encontré su cuerpo acurrucado como una guagua". Le dolió no conseguir flores para su funeral.

"Se abrieron las puertas del infierno"El mar borró la desembocadura del río en el pueblo de La Pesca:
La génesis de la devastación está al entrar a La Pesca. Ahí viven 200 pescadores artesanales, frente a un bosque de pinos de 30 metros que fue sobrepasado por seis olas entre las 4.10 y las siete de la mañana. En la carretera, una cabaña dada vuelta, un quiosco sobre un pino junto a un cuaderno, zapatos, paletas de playa y la mitad de un lanchón anticipan el horror.

Preparando un olla común de porotos y papas fritas donados por la iglesia evangélica están Martín Jara y su esposa Mariana. "Lo perdí todo, la casa, dos botes y las redes. Lo peor es que mi hija Jeniffer perderá su tercer año de enfermería en la Universidad Santo Tomás, no habrá dinero ni trabajo para eso", dice Martín. Mariana agrega: "Su mensualidad son 120 mil pesos, nunca le dieron beca, ni por ser de familia mapuche. Un bote cuesta 800 mil y una red 50 mil. Le pedimos al Presidente que llega que se acuerde de la pesca artesanal".

El matrimonio, junto a su vecino y colega Manuel Guerrero, escapó de la muerte en el cerro Rancura. "El de arriba nos salvó, porque esa noche se abrieron las puertas del infierno, amigo", concuerdan. Guerrero dice que se salvaron de morir porque conoce el mar desde hace 30 años. Lo comenta mientras espera sus porotos con las rodillas adoloridas por la rapidez del escape. "Detrás de mi patio había piedras, a cien metros estaba el río Mataquito, una isla de roca y después venía la playa y la mar. Ahora la mar pasa por la ventana de mi pieza, subió 500 metros", dice. Una pobladora lo interrumpe. Corre al encuentro de El Mercurio. "¡Diga que no hay distribución, debo caminar cinco kilómetros para el pan!", grita una desesperada sobreviviente de La Pesca.

Cinco centímetros entre la vida y la muerteJosé Pardo, el sobreviviente de Constitución:
El camión naranjo está en medio de la hecatombe, justo al lado de un vagón de tren del histórico ramal Constitución-Cauquenes. Detrás de la arruinada estructura aparece un hombre, a paso lento y dificultoso, con la cabeza perdida, ausente del caos total que lo rodea.

Pero el hombre y el camión naranjo tienen una historia en común, que el tsunami sobre Constitución sólo logro intensificar. El hombre de 75 años, y que responde al nombre de José Pardo, es el dueño del camión, y el camión, aunque aparentemente inservible, es el dueño de José Pardo.

Ya han pasado 4 días desde que ocurrió el maremoto que devastó a Constitución, y Pardo hace toda su vida alrededor del camión en el que lo pilló la gran ola: "Soy camionero. Este es mi camión", dice apuntándolo, como si apuntara a su novia. "Trabajo para la celulosa y cuando vengo a Constitución, estaciono y me quedo a dormir en este sitio. Siempre lo he hecho. El terremoto me pilló durmiendo. No le di importancia y seguí durmiendo".

Pasaron un par de horas y Pardo se despertó al sentir entrar el agua a su cabina. El ruido de las casas, de los barcos romperse y triturarse no lo dejaba pensar.

"No sabía qué pasaba y, a medida que el agua inundaba la cabina, me iba parando. Toqué el techo del camión con mi cabeza y el agua paró de subir justo cuando estaba a la altura de mi boca. Cuando el mar se recogió, también empezó a bajar de nivel. Me salvé por muy poco. El camión me salvó".

Técnicamente, Pardo estuvo a cinco centímetros de morir.

A 50 metros del lugar donde se encuentran camión y camionero, se desarrolla un funeral para una de las víctimas. Están en la orilla del río Maule. Nadie ocupa ternos ni menos trajes caros. Un carabinero y su perro pasan buscando cuerpos. La gente camina buscando familiares, cosas. Pero Pardo ve en todos a posibles saqueadores de su camión. Es todo lo que le preocupa. Ya ha ahuyentado a unos cuantos que quisieron llevarse sus ruedas.

Cuenta que su familia está en Longaví. Y reza para que algunos de sus hijos lo vaya a buscar. O que alguien de la celulosa se acuerde de él. "Sé que el motor lo puedo echar a andar", dice convencido. El camión naranjo, que a simple vista parece un pedazo de chatarra más en la catástrofe, es todo lo que le queda a José Pardo. Y dice que pretende no descuidarlo. Aunque en eso se la vaya la vida. Porque José y su camión no sólo sobrevivieron el maremoto. También sobrevivieron cuatro días de un verdadero infierno.

"Aquí las pymes perdieron 3.000 millones de pesos"Jorge Saavedra, presidente de la Cámara de Comercio de Dichato:
En su casa, ubicada a dos cuadras de la playa, Jorge Saavedra, dueño del supermercado "San Jorge" en Dichato, dormía cuando el terremoto lo hizo despertar con pavor y evacuar en su auto junto a su familia. El comerciante huyó hacia los cerros de la costa, alertado sólo por su instinto y previendo lo peor. "Fueron tres olas gigantescas, la segunda no dejó nada. Fue un ruido ensordecedor (...) Alcanzamos a huir al cerro y a no regresar, porque la tercera ola vino de día, como a las 6.30 o siete de la mañana, cuando la gente había regresado a sus casas a ver lo que quedaba en pie", relata. Saavedra es el presidente de la Cámara de Comercio de Dichato, que el viernes estimó los daños de las pymes en más de tres mil millones de pesos. "En la tarde, como a las dos, vino una nueva ola. Al día siguiente se llenó de delincuentes que saquearon todos los locales comerciales que estaban semidestruidos. La policía se vio totalmente sobrepasada", acusa.

Pareja de santiaguinos vive horror en AraucoSaqueos y desabastecimiento provocaron la crisis del pueblo:
"Saltábamos por el suelo y pensamos que todo se derrumbaba. En mi trabajo, la Empresa Bosques Arauco, que está en el suelo, murieron doce empleados de la planta, aplastados por troncos apilados y quemados por el derrame de soda cáustica y líquidos químicos", cuenta con indignación el operador de maquinaria maderera, Eduardo de la Jara. Junto a su esposa, Pilar Peñailillo, llegó hace seis meses desde Santiago a vivir a Arauco junto a sus dos pequeños hijos, que juegan frente a la playa con los escombros de la discoteca Casanova.

La familia busca por todos sus medios devolverse a Santiago con lo puesto y con su camioneta intacta, aunque sin saber si tendrán combustible para regresar a la capital. Junto a decenas de personas corren frente a la discoteca, porque la población ha "pasado el dato" de que es el único lugar de la ciudad donde los celulares reciben señal.

Señalan que acá el maremoto sólo entró cuatro cuadras, destruyendo el estadio y el gimnasio municipal, luego que el terremoto derrumbara una serie de edificaciones antiguas. Los dejó sin electricidad, agua y comunicaciones por seis días.

"Entre el sábado y el lunes el pillaje era una locura. El martes se ordenó la cosa con la llegada de militares y el toque de queda. La gente de izquierda de la zona por primera vez estaba contenta de ver militares en la calle. Era un lugar sin ley en el caos total, y las radios de Santiago nunca dijeron nada de Arauco. Los baños colapsaron, se acabó la comida. El martes la maderera comenzó a repartirnos comida, el miércoles la FACh nos tiró comida en la calle al lote, sin ningún orden, como si fuéramos pollos. Los repartían a quienes estaban en la playa y no a una autoridad local organizada. Fue una vergüenza", relata De la Jara.

Constitución Jueves 4 de marzo


''No vimos el agua venir, porque se levantó una mezcla de bruma y polvo. Cuando se despejó, fue como que un cohete hubiera llegado al corazón del pueblo".
Mirla Osorio
ESTUDIANTE DE DICHATO

''Yo fui a saquear el supermercado, pero estaba toda Constitución ahí. No hubo clases sociales. Vi hasta gerentes de la Celulosa que ganan siete millones haciendo lo mismo que yo".
Cristián Silva
PROFESOR DE CONSTITUCIÓN

''Muchos turistas no sabían las vías de evacuación y nos tocó ver como el mar se llevaba autos, hasta buses, con las luces encendidas".
Miguel Ángel Correa,
PESCADOR DE DUAO

''Acá debe haber más de 2.000 muertos, sólo por el maremoto".
RESCATISTA DE PELLUHUE

''Más allá del desastre natural, es verdaderamente indigno que el pueblo de Tubul recién reciba ayuda a cinco días de la tragedia. En Santiago, un resfrío es una emergencia nacional. Acá la gente puede
estar muriendo y no viene nadie. Nadie".
Mauricio Castro
ALCALDE DE ARAUCO