Hubo un tiempo en que ser autoridad y no hablar la lengua de mis abuelos no solo era políticamente incorrecto en Chile. Te convertía además en un inútil a la hora de tratar los “asuntos del Reyno”. Por el contrario, un buen dominio de la lengua de los descendientes de Lautaro bien podía abrir las puertas del cielo. O de Lima, la capital del Virreynato. Bien lo supo don Ambrosio O’Higgins, el correctísimo gobernador de la Capitanía General, padre de Bernardo, otro conocido nuestro, quien también aprendió fluidamente el mapudungun durante su niñez en Chillán. ¿Mera curiosidad intelectual heredada de su padre? En absoluto. Hablar la lengua de tu principal adversario fronterizo y socio comercial era requisito ineludible si deseabas llegar al poder. ¿Se imaginan hoy autoridades de gobierno que no sepan cuando menos balbucear algo de inglés? ¿O responsables del área económica que no entiendan ni jota de chino mandarín?
En la Colonia, sucedía lo mismo con el mapudungun. Bien lo supo don Ambrosio, tal vez el gobernador que mayores pasos dio para que la paz y el comercio primaran en las siempre conflictivas relaciones entre españoles y mapuches. No solo abolió en 1791 la encomienda y el trabajo esclavo indígena. Fue quién convocó además al histórico Parlamento de Negrete, junta diplomática de la que emanó uno de los principales tratados entre las autoridades coloniales de Chile y los líderes de nuestro pueblo. Este se llevó a cabo del 4 al 7 de marzo de 1793, al borde del río Biobío y es considerada una de las más suntuosas y solemnes juntas diplomáticas realizadas jamás en la frontera sur del Imperio español.En ella no solo se reconocía -por enésima vez- la autonomía del Pueblo Mapuche y el carácter soberano de su territorio; también tasas arancelarias comerciales, normas de inmigración e inclusive acuerdos de extradición penal. Un verdadero “tratado internacional moderno”, como lo calificó en 1998 el Relator Especial de las Naciones Unidas para el “Estudio de los Tratados celebrados entre Pueblos Indígenas y los Estados”, Miguel Alfonso Martínez Cobo, para quien Negrete representaba la quintaesencia de un abordaje democrático en la resolución de controversias. Y ello en tiempos de colonialismo imperial y monarquías absolutas. Así de bien lo hizo don Ambrosio O’ Higgins. Tal vez por ello llegó a ser Virrey del Perú en tiempos de su mayor expansión y apogeo. Tal vez por ello aún se lo recuerda con respeto entre mi gente. No pocos relatos rememoran todavía su nobleza y estatura.
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¿Cuántos relatos mapuches recordarán en el futuro la obra y el legado de un Ricardo Lagos, una Michelle Bachelet o bien de un Sebastián Piñera?, pregunto en Temucuicui al lonko Juan Catrillanca Antin. Me mira, lo piensa unos segundos. “Tal vez se recordará lo ciegos y sordos que fueron con nuestro pueblo”, me responde. Lo visitamos en su comunidad, la emblemática “Ignacio Queipul”, del sector de Temucuicui, al interior del por estos días convulsionado municipio de Ercilla. No existe un Bronx en el País Mapuche, pero Temucuicui se le parece bastante. Aquí, la pobreza material golpea de entrada al visitante. Súmele un brutal hacinamiento territorial de las familias, dueños de fundo de origen europeo cuya prepotencia deslinda con el racismo, un territorio policialmente ocupado y lo que tendrá es un polvorín a punto de estallar. Fue lo que aconteció el pasado viernes, cuando, tras ocupar por enésima vez el Fundo La Romana del agricultor René Urban, un menor mapuche de 16 años terminó con una de sus piernas atravesada por un balazo.
Se trató de Angelo Marillán Huenchullan, alumno de 1° Año Medio del Liceo Politécnico de Pailahueque, quien sufrió el impacto cuando se encontraba rodeando los animales de su familia en las cercanías del citado predio en disputa. Al llegar al hospital de Victoria, Angelo relató al personal de turno de urgencia que el disparo se lo había hecho Héctor Urban, hijo del dueño del fundo. La versión fue corroborada por Mijael Carbone, joven werken de la comunidad y portavoz de la Alianza Territorial Mapuche, organización en la cual también participa el lonko Juan Catrillanca. “Angelo había salido temprano a rodear sus animales y cuando los traía desde una distancia de unos 100 o 200 metros lo encontró el hijo del señor Urban y le disparó a quemarropa”, acusó Carbone, lo que fue desmentido más tarde por la familia Urban. “Es imposible que le hayan disparado desde el fundo. Eso es otra mentira más de esta gente para hacerse pasar como víctimas. Es más, creo que incluso hasta puede ser un tiro que se le salió a alguno del grupo que estaba atacando nuestro predio”, contraatacó René Urban, en una guerra de declaraciones cruzadas tan vieja en esta zona como el hilo negro.
Joaquín Santelices, director del Hospital de Victoria, agradece que la herida no haya afectado ningún órgano vital, como una arteria o un hueso. Otra sería la historia que se estaría escribiendo, reconoce. “El menor presenta una herida transfixiante, con entrada y salida de proyectil en su muslo derecho, provocada por un elemento salido de alguna arma de fuego”, consigna en el parte médico. Precisar el tipo de bala o perdigón, es responsabilidad del Servicio Médico Legal aclara el facultativo médico. Establecer el origen del disparo y el tipo de arma utilizada, competencia de la fiscalía del Ministerio Público. Hace casi exactamente dos años, otro proyectil atravesó pero por la espalda a un joven mapuche de una comunidad vecina. Se trató de Jaime Mendoza Collio, de 21 años, padre de un niño de cuatro y miembro de la comunidad Requem Pillan. Jaime, junto al resto de su comunidad y apoyado por sus pares de Temucuicui, participaba de la “recuperación” del Fundo San Sebastián, sobre el cual reclamaban –escrituras en mano- derechos territoriales. Un piquete del GOPE, apostado en la zona para “repeler ataques mapuches” según la jerga policial, les hizo frente y como se estilaba en el Far West, a balazo limpio.
A diferencia de Angelo Marillan, poca suerte tuvo Jaime aquella fatídica jornada del 12 de agosto de 2009. El proyectil, de calibre 9 milímetros y disparado a corta distancia por el cabo Patricio Jara Muñoz, ingresó por la espalda y salió por el costado derecho del tórax del joven, destrozándole el corazón y provocando su deceso de forma instantánea. Peritajes balísticos posteriores de la Brigada de Homicidios de la PDI de Temuco no encontraron evidencias de un “enfrentamiento armado” en el sitio del suceso, como habían informado los efectivos del GOPE. “El informe químico policial indica que no se obtuvieron trazas características de residuos de disparo en las muestras tomadas a la víctima, es decir, no se acreditó que haya disparado un arma de fuego, lo que es coherente con lo declarado por los testigos civiles, en orden a que las personas que huían y habían participado de la ocupación del predio no portaban armas de fuego”, señaló el informe. Más grave aún, calificó como un “montaje” para encubrir el crimen los impactos de perdigones que presentaba el chaleco antibalas del policía involucrado. Si bien el Fiscal Militar solicitó 15 años de presidio contra el cabo Muñoz, a la fecha el “tirador escogido” del GOPE no ha pasado ningún día tras las rejas.
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“¿Por qué en La Moneda las autoridades chilenas ya no hablan mapudungun?”, pregunto al lonko Juan Catrillanca. “Tal vez porque no lo necesitan. Ya no dialogan con nosotros, solo imponen su voluntad”, me responde. No deja de tener razón. Y es que tras el repentino deceso de don Ambrosio en 1803, poco y nada de lo obrado por su padre pareció interesar al señorito Bernardo. Independizado Chile, no solo solemnes Tratados y Parlamentos fueron declarados letra muerta y pasados por el aro; olvidaron también aquellos hijos chilenos los modales diplomáticos de sus padres. Y fue así que los “heroicos araucanos”, el “espléndido Caupolicán” o “el Primer Libertador de América”, como bautizó un hiperventilado Simón Bolivar a Lautaro, del 1810 dio rápidamente paso al “bárbaro”, al “incivilizado”, al “enemigo del progreso” del 1850. De allí al “flojos” y “borrachos” del 1900 y luego al “terroristas” y “subversivos” del año 2000, tan solo un paso. O cuatro generaciones, para ser más exactos. Increíble que si bien a ninguno se le enseña en la escuela, nuestros niños vaya si ya lo saben.
“Les escribo por motivo de mi herida de bala, pues el viernes uno de los colonos que su Estado envió con su ejército a invadir la tierra de mis abuelos, disparó con intención de matarme”. Lo anterior se lo dice en una carta el menor baleado en días recientes en Temucuicui al mismísimo presidente de la República, Sebastián Piñera. Cuánta verdad histórica acumulada en una sola frase y escrita por un niño mapuche que recién comienza la secundaria. “¿Por qué pasa esto?, señor Presidente. He visto muchos peñi heridos, niños y adultos, algunos por recuperar el derecho a la tierra y otros solo por caminar cerca de nuestras casas”, señala Angelo Marillan a continuación. “Pasan muchas cosas graves acá en la tierra mapuche y ustedes, los dueños del poder, ¿qué dicen? No hemos sabido que digan algo. ¿Les parece bien como están las cosas? ¿Pueden decir que no saben que nos deben tanto y que olvidan que los peñi solo exigen lo mínimo para vivir decentemente? Les pido que olviden un segundo sus grandes ideas y piensen en el gran detalle de la Nación Mapuche que espera. Nuestra gente quiere soluciones no promesas como hasta ahora”, subraya. “Ustedes pueden generar soluciones, tienen el poder. Si no saben cómo, nuestra gente sabe. Pregúntenles a ellos. Sólo basta sentarse a conversar con respeto, el que no hemos visto desde el otro lado”, finaliza la misiva enviada por Angelo desde la unidad de cirugía del hospital de Victoria, donde se recupera.
“Estado”, “ejército”, “colonos”, “tierra robada”, “diálogo”, “respeto”… Conceptos que subyacen en la reclamación política, histórica, cultural, que hoy enarbola la comunidad de Temucuicui. “Queremos que se honre la palabra”, me dice el lonko Juan Catrillanca y recuerda un solemne acuerdo establecido con el gobierno de Michelle Bachelet para la entrega a su comunidad de las tierras hoy en disputa. “El gobierno anterior, la comunidad, el particular René Urban y otro particular, amarramos una negociación donde se tomó acuerdo para comprar esos predios que le faltaban a la comunidad Temucuicui. Son 1.800 hectáreas. Eso quedó en agenda y firmado por el ex ministro José Viera Gallo y sus asesores. Hoy, el nuevo gobierno dice que no comprará este predio que estuvo en esa negociación, por eso es el descontento. Esa tierra la sentimos nuestra y queremos liberarla, pues todos los otros particulares están sembrando pino y eucaliptus, plantaciones que consumen toda la naturaleza y el agua”, señala el lonko. “Piñera debe abrir la puerta al diálogo porque la comunidad sabe que lo que estamos reclamando es nuestro y nosotros no vamos a rendirnos en la lucha por lo que nos pertenece… El Estado chileno trajo a ese particular, a ese colono a nuestra tierra. El Estado por tanto debe resolver el problema”, subraya categórico Catrillanca.
¿Dos pueblos, dos sociedades que hablan lenguas diferentes, pueden llegar a dialogar de igual a igual? Por lo pronto, los mapuches nos hemos dado el trabajo de aprender la vuestra. En ella, sin ir más lejos, les escribo esta columna. ¿Hablarán o escribirán algún día ustedes la nuestra? Es martes, una leve llovizna cae sobre Santiago y mientras cruzo frente al Palacio de La Moneda me pregunto por qué las autoridades chilenas dejaron de aprender mapudungun, el habla de la tierra, la voz de mi gente, la voz oficial de los Parlamentos, aquella de la cual don Ambrosio hacía gala frente a todos aquellos lonkos que lo visitaban en la capital del Reyno en solemne misión diplomática. “Ya no la necesitan”, me respondió sabiamente el lonko Catrillanca, mientras el humo de las lacrimógenas volvía irrespirable el ambiente en su comunidad. ¿No la necesitan?, me pregunto mientras observo el gris matutino del Palacio Presidencial. Tal vez sí. Y más que nunca en su historia reciente. Un conflicto racial y de proporciones insospechadas se incuba pacientemente en la ribera sur del Biobío. El racismo de unos y el resentimiento de otros constituyen el combustible perfecto. Pero ciegos están en la capital del Reyno. Simplemente no lo ven. ¿Qué opinaría don Ambrosio O’Higins de sus tataranietos?
Pedro Cayuqueo