La violencia, y me refiero a la física, no es el motor de la Historia. Pero que la Historia se comporta como si su motor fuese la violencia, eso es visible. Los países y los Estados han nacido de la violencia, que adopta la forma de guerra, sea internacional, sea civil. Tal es el caso de Chile entre casi todos, que nació de una guerra civil, no entre españoles europeos y españoles americanos, sino entre unos y otros que apoyaban al rey y unos y otros que querían la secesión del territorio de la Monarquía, o independencia como se la suele llamar.

Los grandes inventos tecnológicos y descubrimientos de la Medicina, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, fueron consecuencia de la búsqueda de instrumentos bélicos de defensa o ataque. El caso más notable es el de la "internet" y sus secuelas, principalmente la del correo electrónico, que, como todos saben, fue un ingenio surgido en el interior del programa denominado Iniciativa de Defensa Estratégica, popularmente conocido como "guerra de las galaxias", que en síntesis consistía en una suerte de escudo protector contra misiles dotados con cabeza nuclear, que debía cubrir el territorio de los Estados Unidos. Y los ejemplos podrían multiplicarse.

Ahora bien, para que no vaya a creerse que esta preeminencia aparente de la violencia es algo que ocurre en el exterior o queda diluida en las corrientes generales de los sucesos, echemos una mirada a nuestro entorno y veremos cómo su presencia se impone y gobierna.

Tres ejemplos bastarán. El primero es el llamado conflicto mapuche. Conflicto artificial, creado por el prurito de los gobiernos de los años 90 de hacer reconocimiento simbólicos a los pueblos indígenas y de ser obsecuentes con sus reivindicaciones de tierras, que reclaman como dominios ancestrales, en contra de todo Derecho y de toda razón. El resultado está a la vista, porque ahora el Estado tiene un contendor que en el corto plazo reclamará la calidad de justo beligerante, obtendrá eco internacional y hasta llegará a intentar y aspirar a una nueva secesión.

El segundo es la reciente toma de inmuebles fiscales en la Isla de Pascua, también en demanda de tierras de un afirmado dominio ancestral bajo amenaza de independencia, esto es, de secesión también. He ahí otra peligrosa fuente de conflictos, que la debilidad del Estado sufrirá en un plazo no demasiado largo.

Esta actitud de debilidad es consecuencia de unos hechos ya antiguos, que permiten configurar, no obstante, el tercer ejemplo: las tomas de sitios y aun de casas que se han venido sucediendo en los últimos veinte años, no ya en una remota isla o en zonas rurales perdidas del sur, sino en la ciudad misma, y desde luego en Santiago. Los gobiernos débiles las toleraron, nada hicieron en su contra y permitieron que se erigieran en verdaderos títulos para reclamar saneamientos y regularizaciones los ocupantes.

Pero todo aconseja tener cuidado, porque cuando los Estados claudican de esta manera, los resultados no pueden ser otros que los se ven en países como Colombia o México, que padecen el desgarro de todos conocidos por no haber intervenido a tiempo.