Hace exactos 65 años, cuando por Santiago circulaba el primer número del diario La Tercera, el diputado y dirigente de la Corporación Araucana, Venancio Coñuepán, exponía ante el Congreso el principal anhelo de los mapuches de cara a una nueva contienda presidencial. En palabras del histórico parlamentario, y más tarde ministro, la necesidad urgente de un “hombre superior” que pudiera enfrentar las dificultades e incomprensiones que sufría “la raza araucana” en Chile.
“Años de mentira y explotación están a la vista; tierras reducidas, miserias y pobrezas llevadas a la tragedia, vicios e inmoralidades intensificados por los sedicentes civilizados, perdiendo así nuestras mejores virtudes raciales…En medio de este triste avanzar de la vida, la historia nos consuela en aquella parte en que dice que cuando llegan al poder hombres superiores y de nobles corazones, audaces y originales en los procedimientos, entonces los pueblos autóctonos han sido comprendidos y se ha roto la maraña de los intereses creados”, señaló Coñuepán.Y para reafirmar el argumento, dio ejemplos. “Así, los Pieles Rojas encontraron un Franklin Délano Roosevelt, quien hizo suprimir la ley que permitía las pérdidas de las tierras indias. Así, los indígenas de México hallaron un Lázaro Cárdenas. Así también los indígenas de la Argentina encontraron en el caminar de su destino a su Perón, liberándolos de toda clase de impuestos y dándoles otras oportunidades para su bienestar y progreso. Quiera también el destino de esta Patria elevar al poder a algunos hombres superiores para que a su influjo los mapuches vivan y avancen confiados y alegres hacia el futuro”.
Han transcurrido 65 años de aquel emotivo discurso y los mapuches seguimos esperando en Chile la llegada de aquel “hombre (o mujer) superior”. No lo fue Patricio Aylwin y mucho menos Eduardo Frei. Tampoco Ricardo Lagos, el principal promotor de la criminalización de la protesta mapuche y del escenario de violencia rural que de tanto en tanto nos desangra los campos del sur. Por cierto no lo fue Sebastián Piñera, que replicó calcado el indigenismo paternalista de sus predecesores. Y tampoco lo ha sido Bachelet en lo que va de su segundo mandato, ya que del primero mejor ni hablar.
¿Se habrá imaginado Venancio Coñuepán en 1950 este lamentable y triste escenario?
Hace 65 años, los mapuches –vía la Corporación Araucana- contaban con dos diputados en el Congreso, un ministro de Estado y doce regidores en La Araucanía. Hoy, en 2015, ningún dirigente social mapuche representa en el Congreso los intereses de nuestro pueblo y el gabinete presidencial está plagado de apellidos inmigrantes y vinosos. Allí están los Eyzaguirre, Furche, Williams y Ottone. También los Undurraga, Badenier y Saball. Ningún Huenulef, Aucapán o Mariqueo. Tampoco un Huenchumilla.
Permítanme ser lapidariamente franco. Chile, en materia de participación política y reconocimiento de pueblos indígenas, poco y nada ha logrado avanzar tras el fin de la dictadura militar. ¿La ley indígena de 1993? Continuidad de anteriores leyes indígenas, propuestas por la propia Corporación Araucana en la década de los 50’ y 60’. ¿La creación de la Conadi? Versión 2.0 de la antigua Dirección de Asuntos Indígenas (Dasin) creada también en los años 50’ y cuyo primer director fue adivinen quién. Si, Venancio Coñuepán. Como podrán advertir, nada nuevo bajo el sol. Cero razones para destapar champaña.
Me piden en La Tercera imaginar Chile en 65 años más. ¿Cómo imagino Chile el 2080? Mi anhelo, al igual que el diputado Coñuepán en 1950, es que un hombre o una mujer superior se cruce en nuestro camino para enfrentar, de una vez por todas y con visión de Estado, las dificultades e incomprensiones que sufre todavía nuestro pueblo. ¿Quién será ese hombre o esa mujer? Me atrevo con un pronóstico: Camila Vallejos, quién llegará a la Presidencia de la República en las elecciones del 2052, liderando un gran Frente Amplio, democrático, pluralista e intercultural. Y junto a ella, un irremediablemente calvo Giorgio Jackson como flamante ministro del Interior. Boric, para los que preguntan, apañando como los viejos tiempos desde la Presidencia del Senado.
Ellos, junto a generaciones de chilenos y chilenas abiertos a la diversidad étnica, cultural, sexual y religiosa, sueño sean los arquitectos del Chile del 2080. Un Chile plurinacional donde las nueve banderas de las naciones originarias flamearán orgullosas en el frontis de La Moneda, donde las lenguas indígenas –como el Guaraní en Paraguay- serán de uso oficial y cotidiano, donde la Autonomía Regional del País Mapuche implicará bienestar, progreso y sana convivencia interétnica en una región antiguamente polarizada. Son mis anhelos para el 2080. A menos que viva cien años, no estaré en este mundo para corroborarlo. Amankay, mi hija de nueve, será la testigo.
Créanme, ya la veo sonreír mientras lee esta columna a sus nietos en una banca de la futura “Avenida Libertador Pedro Cayuqueo” de Temuco.
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