Sin quererlo, Navia ha ordenado las tres más poderosas razones para no votar por Piñera: su alianza con el pinochetismo, su elitismo clasista y su insaciable sed por el dinero que lo lleva a utilizar su autoridad en beneficio de sus negocios.

La operación política con que el comando de Sebastián Piñera difundió el apoyo que le otorgaría el cientista político Patricio Navia ha tenido un aspecto saludable: dejar claro por qué ningún ciudadano con convicciones progresistas puede permitir que el candidato de la derecha gane las elecciones.

El señor Navia establece tres condiciones para entregar su voto: el pinochetismo (“si tú ganas, no quisiera ver a personajes identificados con la dictadura en puestos clave de gobierno”); el elitismo (“tu gobierno debiera reflejar la diversidad de Chile y no parecer un club de Cachagua”); conflictos de interés (“es razonable estar preocupado -“The Economist” lo está- por los potenciales conflictos de interés”).

El cientista político formado en la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, decidió apoyar a Piñera tras recibir de él esta breve respuesta: “No te preocupes, nada de eso sucederá”.

Lamentablemente, todo aquello que plantea Navia sucede y sucederá. Vamos viendo.

La presencia del pinochetismo: todos o casi todos los dirigentes actuales de Renovación Nacional y la UDI se formaron dentro de la dictadura militar, con cargos de diferente rango, pero inspirados en la doctrina del liberalismo autoritario.

Entre los cerebros de la candidatura de Sebastián Piñera está Cristián Larroulet, un funcionario de nivel medio del pinochetismo, al que se sumaría un viejo conocido que alguna vez alabó el milagro de su capitán general: Joaquín Lavín.

Incluso se habla de otro cercano al dictador, el almirante (R) Jorge Arancibia, como ministro de Defensa. Mientras ellos ejercían funciones, la dictadura asesinaba, torturaba y hacía desaparecer personas.

El propio Piñera ya ha cambiado de posición, diciendo que “no es delito ni es pecado haber participado del gobierno militar”, traicionando en pocos días las seguridades que le había dado a Navia.

Sobre el elitismo, no hay demasiado que argumentar, pues -más allá de Piñera- la cultura derechista está marcada por la discriminación de clase (niegan derechos a los trabajadores que sí reconocen a los empresarios); de género (restringen los derechos reproductivos de las mujeres al limitar el uso de anticonceptivos) y de raza (niegan el derecho del pueblo mapuche a reivindicarse como una nación). Es decir, son clasistas, machistas y racistas.

Los conflictos de interés es el mayor “talón de Aquiles” de Piñera. Su fortuna de más de mil millones de dólares ha sido acuñada con prácticas al filo de lo legalmente aceptable, desde los lejanos tiempos de la quiebra del Banco de Talca en la que estuvo procesado, hasta su reciente falta por la que fue sancionado al utilizar información que le daba ventajas sobre los demás accionistas para obtener jugosas gananciasen Lan. E

l mismo Navia le había criticado su visita como precandidato presidencial al Jefe de Estado peruano, Alan García, encuentro en que se habría tratado la ampliación de las operaciones de Lan en ese país.

Sin quererlo, Navia ha ordenado las tres más poderosas razones para no votar por Piñera: su alianza con el pinochetismo, su elitismo clasista y su insaciable sed por el dinero que lo lleva a utilizar su autoridad en beneficio de sus negocios.

Dado este escenario (y asumiendo que puede haber “casos curiosos” como el de Navia), el desafío del candidato del progresismo, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, es atraer a todos esos votantes que, debido a las características enunciadas por Navia, no votarán por Piñera.

Se trata hoy de un universo amplio, con muchas críticas a la Concertación como bloque de partidos, pero con una gran admiración por la Presidenta Bachelet, que se refleja en el 80 por ciento de apoyo que le da la población.

En las últimas semanas, Frei Ruiz-Tagle ha ido sumando personalidades políticas e intelectuales, organizaciones sociales, rostros de la televisión, empresarios, entidades religiosas que pueden constituir un poderoso movimiento progresista, que va mucho más allá de los límites de la Concertación.

Desde el punto de vista programático se han ido afirmando propuestas que profundizan y/o modifican algunos de los contenidos del programa de Frei: nueva Constitución, reforma tributaria, nacionalización del agua, inmediata implementación de la inscripción automática en los registros electorales, fin del sistema binominal, fortalecimiento de la educación pública, derogación de la Ley de Amnistía, etc.

Estamos frente a una amplia ola progresista que debería constituir una importante mayoría el próximo 17 de enero, de la que ningún demócrata debería quedar fuera, y que llevará una vez más a la victoria a las fuerzas de centroizquierda.