Ñuke Mapu destaca: Su tío abuelo había muerto peleando en Neuquén, el otro longko, Andrés Raninqueo había sido prisionero en la isla de la muerte, y separado de su familia por el avance civilizador. Delante de sus ojos, las armas con que el Estado argentino había masacrado a su familia estaban intactas. Y ahora él, descendiente de aquellos grandes caciques, tenía que ir a pelear por la soberanía de la tierra que lo había visto nacer.

Antes de la llegada del wingka, en las tolderías de antaño, se recibía un hijo en las lagunas. En las aguas tibias la madre, sumergida y en cuclillas, relajaba los músculos. La familia y los amigos esperaban a la orilla con cantos de bienvenida y celebraciones, animando a la madre y al niño que de pronto salía del agua. El pequeño quedaba sin nombre por unos días, hasta poder apreciar sus características, o simplemente se elegía el nombre describiendo el lugar, si era de día o de noche, si pasaba un animal o cómo estaba el cielo aquel día.

Con la llegada del hombre blanco a estos territorios se fue perdiendo la costumbre. Como el idioma de las Primeras Naciones les resultaba incomprensible e impronunciable, los blancos lo cambiaron y empezaron a escribirlo como se escuchaba y a escribirlo de una forma castellanizada. Por ejemplo, se agregó erróneamente una S al final de la palabra mapuche para pluralizar, cuando se debería simplemente anteponer un “Pu” al nombre mapuche. Para referirse a esta Nación, es correcto, aun castellanizando, decir "los mapuche”.

Los apellidos actuales tienen también origen en la llegada del wingka. Antiguamente, la primera parte era el nombre de la persona y la segunda indicaba la estirpe. Pero también sufrieron un gran cambio con la llegada de los nombres españoles. La religión llegó para bautizar e imponer sus nombres y dada la incomprensión wingka, se procedió primero a juntar nombre y apellido para que todo fuera apellido y anteponer un nombre nuevo, como el del gran longko “Andres” Raninqueo.

Pese a las modificaciones en los nombres, la esencia mapuche se mantuvo intacta en su origen, fuerte como los pedernales que lo vieron nacer. La cosmovisión se llevó siempre en la sangre y el longko Raninqueo tuvo que adaptarse a todos los tiempos. Esto se vio en su tarea de negociar con los blancos y con los propios, y organizar diplomáticamente los asentamientos en la provincia de Buenos Aires.

Por 1830 se asentó en cercanías del fuerte 25 de Mayo. Tuvo una esposa de veinte años que la habían anotado con el nombre de Alonsa. Tuvieron tres hijos llamados Ignacio, Juan y Lorenzo. Justo José de Urquiza lo había buscado en 1857 para sumarlo en la guerra contra los porteños. Duró poco su paso por esta batalla, porque por conveniencia se unió a la tribu de Coliqueo. Para 1854 ya se había firmado un tratado de paz con el gobierno de Córdoba y en 1857 firmaba otro con el Poder Ejecutivo de la Confederación Argentina. Él y sus kona, se integraron al Ejército de la Nación.

En 25 de Mayo tuvo buena relación con los vecinos y cuando se inauguró la primera iglesia en 1855, Raninqueo asistió al evento con más de quinientos miembros de su tribu, de los cuales ciento cincuenta recibieron el bautismo. Fue lugarteniente de Coliqueo y al asentarse en la provincia de Buenos Aires, se pasaron a las filas de Mitre. En una carta escribió Raninqueo que “los ranqueles nos han mirado mal a causa de tener casi todos los parientes en Buenos Aires”. Se ocupó de trasladar en 1862, desde Junín hasta la Tapera de Díaz, a las familias de Coliqueo, de buscarle buenas tierras en el lugar donde hoy conocemos como Los Toldos.

Prestó numerosos servicios en la frontera, pero ocho años después fue acusado por el coronel Juan Boer de “sublevación” y ya que estaba se lo multó con $5.000 por vender cueros de “dudosa procedencia” por no tener marca. En esos tiempos, las tribus no tenían marcas, pero cualquier excusa venía bien para desplazarlos. Calfucurá siempre estuvo al tanto de todo lo que pasaba tierra adentro y enterado del atropello que había sufrido Raninqueo junto a otros longko, se sublevó e invadió la frontera oeste.

Para 1879 estaba en auge el avance roquista, despejando las tierras de sus habitantes originarios para dar paso a inmigrantes y especuladores. Raninqueo. que ya tenía 61 años, fue a parar a la isla Martín García, la isla de la muerte. Allí fue bautizado junto a su ahijado Martín Coliqueo, de 41 años. Se le abrían con ese acto las puertas del cielo cuando muriera, aunque en la vida terrenal estaba encerrado en un calabozo. En esa prisión se enteró que un 9 de junio, en Neuquén, su hijo se vio rodeado por las fuerzas de Roca en Neuquén y murió enfrentando al ejército con armas precarias, pero peleando hasta donde le dio la vida. Un año antes, el Estado le había quitado a Raninqueo sus tierras, y se las había otorgado a la familia del ex ministro Adolfo Alsina, en reconocimiento por la campaña.

Andrés falleció en 1884 en Carhue, un 4 de julio. Por los cuatro rumbos quedaron descendientes haciéndole frente a la vida y más de un siglo después, a los ingleses. Es que uno de ellos es el escritor y ex combatiente Martín Raninqueo quien, escribió un poema titulado Raninqueo en Martín García:

Escóndase en algún pueblo de la pampa/Tañi ayun, señora mía. Bajo el wenulfe (lucero) Le pido al viento. Le haga llegar mi voz. Con el azul del amanecer.

El platense Martín Raninqueo heredó la valentía de aquellos hombres que usaron su inteligencia para establecer estrategias, tratados de paz y luchar por sus hermanos. Pero a Martín le tocó otra guerra, bien al sur. En 1981 el mapuche había cursado un año en la carrera de agronomía en La Plata y presenció en el barrio secuestros a plena luz del día. La impunidad militar se paseaba por las calles de La Plata fusil en mano y por esos años hablar de derechos humanos era solo una utopía.

Cuando se desató la guerra de Malvinas, Martín estaba de soldado en el Regimiento 7 de infantería, en lo que hoy es la Plaza Malvinas de La Plata, Sitio de la Memoria. Tuvo sentimientos encontrados al ingresar allí. Las imágenes del pasado estaban grabadas en los fusiles rémington. Su tío abuelo había muerto peleando en Neuquén, el otro longko, Andrés Raninqueo había sido prisionero en la isla de la muerte, y separado de su familia por el avance civilizador. Delante de sus ojos, las armas con que el Estado argentino había masacrado a su familia estaban intactas. Y ahora él, descendiente de aquellos grandes caciques, tenía que ir a pelear por la soberanía de la tierra que lo había visto nacer.

Cientos de preguntas sin respuestas tuvo Martín rumbo a las islas, con el miedo a flor de piel, pero el coraje constante, quizás, animado por una fuerza identitaria venida de sus ancestros. En las islas, ocupó la sección de morteros pesados del Regimiento 7, a pocos kilómetros de Monte Longdon, encargado de poner la munición en el camión y disparar. Escuchando las detonaciones y disparos hacia sus compañeros que estaban en el Monte. Nada de eso se olvida. Ni a los peñi, sus hermanos mapuche como Antieco, Agua del sol, muerto en la guerra y cuyos ancestros también padecieron el despojo de tierras del general Roca.

Martín define la guerra en dos palabras, una “experiencia traumática”. Las imágenes que guarda de esa vuelta de las islas son infinitas. Como las emociones, los sentimientos y los tormentos. En el arribo a su ciudad los platenses corrieron a la par de los camiones saludando a sus héroes, pidiéndoles que de arriba del camión les arrojaran un recuerdo, los vivaron, estaban de nuevo en casa, en su tierra. Martín tiene un vago recuerdo de que algo le arrojó a una persona que le estiró el brazo y se lo cambió por un pedazo de pan.

Después, los militares organizaron un acto formal en la cancha de Estudiantes. El dolor de las vidas perdidas fue más fuerte, y el recuerdo de los amigos y hermanos caídos hizo que los soldados formados en el campo, frente en alto, comenzaran a cantarle a los militares del palco “se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”. Martín recuerda haber revoleado su medalla al aire con gran desprecio y desde el público comenzaron a escucharse aplausos cada vez más fuertes. Un militar llegó a sacar un arma para calmar al público exaltado.

Los años que siguieron fueron difíciles. La falta de trabajo se hizo notar. Eran los desplazados y hasta la sociedad los estigmatizó refiriéndose a “los loquitos de la guerra”. Con la llegada de la democracia todo lo que oliera a militar era mal visto así que la vida de los ex combatientes continuó cuesta abajo hasta que en el gobierno de Néstor Kirchner finalmente se los reconoció por haber defendido la soberanía nacional.

Martín integra del CECIM, el Centro de ex combatientes Islas Malvinas de La Plata. Un centro de Derechos Humanos en reclamo de Memoria, verdad y justicia. Es actualmente compositor, tiene varios discos con su música co-producida con Diego Rolón: Mapuche, Del Grito Indio, entre otros. Publicó sus poemas en Kewpu Waria (ciudad pedernal) y Haikus de guerra, con xilografías de Julieta Warman. Un artista inspirado en el pasado y en su propia identidad.

Percute la lluvia/el techo del pozo (hago que leo).
Helada la tarde/aturde el silencio/ si duda el mortero.
Sol en el monte/cantamos el himno (fingimos coraje).

Martín Raninqueo hace honor a su apellido. En el idioma de la Nación Mapuche, Ragñi significa mitad y Queo es apócope de Kewpu, pedernal. El que nace entre rocas, entre montañas, el que desde lo alto del pedernal elije contar su historia, escribir en versos, ponerle música al dolor, cantarle a la tierra y jamás rendirse.