Sus ancestros fueron aniquilados por los españoles, y ellos expulsados de su tierra y obligados a adaptarse a otra forma de vida. En La Plata la comunidad Toba es la más numerosa, con más de 800 integrantes. En silencio lograron una buena organización solidaria y ahora consiguieron la personería jurídica. Juntos, luchan por integrarse en la sociedad pero sin perder su identidad. Ayer celebraron el “último día de libertad”. Hoy (La Plata), 12 de octubre de 2003. 

 
Diario Hoy (La Plata), 12 de octubre de 2003.
Los tobas de La Plata

La mirada aborigen a 511 años de la conquista

Sus ancestros fueron aniquilados por los españoles, y ellos expulsados de su tierra y obligados a adaptarse a otra forma de vida. En La Plata la comunidad Toba es la más numerosa, con más de 800 integrantes. En silencio lograron una buena organización solidaria y ahora consiguieron la personería jurídica. Juntos, luchan por integrarse en la sociedad pero sin perder su identidad. Ayer celebraron el “último día de libertad”.
Reflexión. El cacique se reúne con los más jóvenes de la comunidad

Mientras los 511 años de la conquista española en América serán celebrados hoy en todo el continente, los históricos dueños de la tierra, los descendientes de las poblaciones aniquiladas con la llegada de los españoles, sentirán el 12 de octubre como una jornada de duelo.

Sus ancestros fueron eliminados a lo largo de cinco siglos y ellos perdieron las pocas hectáreas que conservaron. Muchos buscaron otros suelos donde desarrollarse. En La Plata la comunidad más numerosa es la de los Tobas. Son, según calcula su cacique, Rogelio Canciano, más de 800.

“Vivimos este día como un duelo por nuestros ancestros”, dice el hombre de 50 años que hoy es un referente para el resto de su comunidad. “Queremos que no haya más condenas y buscamos la paz con nuestros hermanos blancos porque la base de todo es la armonía”.

Canciano tiene un ritmo lento en su hablar y añora su tierra en Pampa del Indio. “Tuve que emigrar después de que las empresas gringas empezaran a talar los árboles y matar los animales que nosotros criábamos”, recuerda. De eso hace ya 25 años.

Desde entonces la lucha ha sido mucha hasta conseguir un lugar donde asentarse. Sólo una férrea concepción de “comunidad” y la decisión de conservar la identidad, hace que el pueblo toba sobreviva sin renegar de la integración.

El cacique es claro al respecto: “Es un error decir que somos los habitantes originarios porque los que nacen acá también lo son. Por eso creemos que es positiva la relación con el hermano blanco”.
 

Identidad

Pero el hermano blanco le quitó a las comunidades aborígenes hasta la posibilidad de tener el nombre propio. “Toba” es como “indígena” o “aborígen”, formas de mencionar a una población cuyo verdadero nombre es Qom.

No obstante los tobas platenses no se quejan de su vida en la ciudad.

“En La Plata nunca nos discriminaron y nos dieron la posibilidad de desarrollarnos”`, reconoce Rogelio. Hoy tienen un predio donde pueden mantenerse como comunidad, desarrollar la huerta orgánica y mantener sus tradiciones.

El mejor reflejo de ello es el galpón que tiene en 151 entre 35 y 36 de San Carlos. Allí pueden exponer sus artesanías y sus manifestaciones culturales. reunirse y ofrecer al resto de la comunidad un canal de acercamiento.
 

La otra historia

Para los aborígenes hoy no hay festejo. Los tobas de la ciudad dedicaron los días previos al 12 de octubre a contar su versión de la historia en instituciones educativas de la Ciudad.

En esos encuentros buscan estimular en los escolares el valor del respeto de las diferentes culturas que conviven en el país. Esta vez hubo encuentros con niños en el Jardín de infantes nº 903 “General San Martín”, con los estudiantes del nivel polimodal del Normal 2, y con los niños del Jardín de Infantes nº 968 “Dardo Rocha”.

Hubo talleres de pintura y alfarería con las técnicas de la cultura toba, charlas sobre la historia, las costumbres y la música, y sobre la forma de organización.

“Intentamos dar otra visión de nuestra historias, porque muchos todavía nos imaginan viviendo desnudos o con una pluma en la cabeza, cuando en realidad nos desenvolvemos como cualquier otro argentino”, dice Canciano.
 

Migrante interno

El cacique tiene hoy 50 años y es el jefe de una familia con tres hijos. Su padre le recomendó emigrar cuando la situación en Pampa del Indio se hizo insostenible. Hoy no deja de pensar en el aire de aquel lugar.

Llegó primero a San Alberto (Provincia de Buenos Aires), pero se radicó en La Plata cuando aquí surgió la posibilidad de acceder a unas tierras. Son las que hoy ocupan en San Carlos. Hoy la comunidad tiene la posesión legal de las tierras, pero sigue luchando por acceder a los títulos de propiedad.

Las gestiones que realizó ante las autoridades convirtieron a Rogelio en un referente importante. Tanto es así que es responsable del Consejo provincial que la comunidad Toba de toda la provincia está conformando por estos día con la idea de “discutir nuestra problemática y aportar nuestra mirada a la sociedad”.
 

El drama de los mapuches

Pese a que hay una denuncia judicial con más de siete años de antigüedad, la comunidad mapuche de la localidad neuquina “Loma de La Lata” asegura que sus niños siguen expuestos a la contaminación de la actividad petrolera de la región.

Las colectividades afectadas, Paynemil y Kaxipayiñ, habitaban la zona muchas décadas antes de que se transformara en un importante yacimiento petrogasífero, explotado por YPF. La primera denuncia que hizo la comunidad data de octubre de 1995, cuando una familia paynemil hizo un pozo para extraer agua y encontró que la capa freática estaba llena de gasolina, a punto tal que se encendía al acercársele un fósforo.

La certeza de que el lugar estuvo contaminado fue ratificada por la Universidad Nacional del Comahue y la Asamblea por los Derechos Humanos del Neuquén que comprobaron que los niños mapuche tenían plomo y mercurio en la sangre.
 

El exterminio permanente

A los conquistadores españoles y a la Campaña al Desierto suelen achacárseles los males sufridos por nuestros indígenas, pero el exterminio prosiguió durante el siglo XX por parte de mercaderes y estancieros. “A tal punto llegó en el invasor el desprecio y el odio contra los indígenas, que para librarse para siempre de ellos ofreció una libra esterlina por cada par de orejas o por cada calavera humana que se le presentase”, dice monseñor Alberto de Agostini en su libro Mis Viajes a la Tierra del Fuego.

Las víctimas eran los alacalufes, los yaganes y los onas con quienes De Agostini convivió como misionero. “El ‘koliot’ (forastero), llegado de remotos países, sediento de riquezas y dueño de armas mortíferas, habrá acabado muy pronto su nefasta obra, destruyendo para siempre la secular felicidad de esta raza primitiva, que vivía solitaria e inofensiva en la más singular región del globo”, decía el sacerdote en 1923.

Ese salesiano, a quien la Argentina le debe la cartografía más precisa que se haya hecho en esa zona, no se equivocó: hace cuatro años murió la última ona pura que quedaba, Virginia Choquintel, quien había nacido en la misión de Río Grande y no dejó descendencia.
 
 

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