De años atrás venía la puja entre grupos de capitalistas para ganar un jugoso negocio, de esos que dejan miles de millones: un aeropuerto nuevo para la ciudad de México. Los campesinos de San Salvador Atenco dijeron no vendemos, a ningún precio. No es para ellos un asunto de pesos y centavos. Es de arraigo, de cultura, de dignidad. Ecoportal, 7 de agosto de 2002. 

 
 

 

Ecoportal, 7 de agosto de 2002.
 
 

El Pueblo de Atenco y el Neoliberalismo. Las Lecciones de una Lucha.

Por Cuauhtémoc Amezcua Dromundo
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El pueblo de San Salvador Atenco no sólo venció a dos gobiernos, uno estatal y otro federal. Venció al neoliberalismo. No es una victoria definitiva, es cierto. Aun así, el hecho es importante. Vale la pena analizarlo. Porque de él se derivan lecciones válidas.




Los antecedentes.

De años atrás venía la puja entre grupos de capitalistas para ganar un jugoso negocio, de esos que dejan miles de millones: un aeropuerto nuevo para la ciudad de México. La lucha ya era encarnizada pero se agudizó al instalarse el gobierno actual. Dos grupos se habían posicionado antes y durante la campaña electoral de 2000 y postulaban como lugares idóneos Tizayuca, en el estado de Hidalgo, y Texcoco, en el de México. Para asegurarse le habían metido dinero a las dos candidaturas neoliberales, a Fox y a Labastida. Y mucho, pues apostaban fuerte. Se vinculaban también a los gobiernos de los dos estados. Y luego, con más confianza, al nuevo gobierno federal, no en balde se proclamaba un “gobierno de y para los empresarios”. La apuesta creció. Unos y otros intereses se promovían por todos los medios. Gastaban a manos llenas. Tocaban todos los resortes.

Los amigos de Fox.

Al fin, se resolvió la puja. Pedro Cerisola, prominente figura del grupo de negociantes y neo políticos conocido como los “amigos de Fox”, nombrado secretario de Comunicaciones, dio el veredicto. Sería en Texcoco. En octubre pasado el gobierno emitió el decreto para expropiar los ejidos de la zona. Los ejidatarios de Atenco, entre otros, se inconformaron. Les querían pagar a siete pesos el metro. “Se sacaron la lotería”, se atrevió a decir de ellos Vicente Fox, más cínico que ingenuo, al rechazar que tuvieran razón para su desacuerdo. Sin embargo, a la sucesión de Ramos Millán, cliente de Diego Fernández de Cevallos, el panista abogado-senador, le pagarían a cuatro mil el metro. A tal desproporción, monstruosa, nada la justifica. Es una injusticia. Como todo en un régimen neoliberal. Y en este caso, por partida doble. A unos se les ofrece una miseria por aquello de lo que viven. A los otros, un exceso, por algo que les es superfluo.

La respuesta.

Los campesinos de Atenco dijeron, no vendemos. A ningún precio. No es para ellos un asunto de pesos y centavos. Es de arraigo, de cultura, de dignidad. Se trata de una comunidad indígena de hondas raíces. Con siglos de vida en el lugar. Allí están sepultados sus antecesores, por varias generaciones. Para ellos, la tierra no es mercancía. No puede serlo. Pero se les quiso obligar. ¡A callar, y obedecer!, como en los tiempos de Porfirio Díaz. Y se defendieron. Por la vía jurídica. Pero también por medio de la movilización, de la protesta popular. Por la vía del amparo obtuvieron una suspensión provisional, por lo pronto. Por la otra vía, una victoria que ya es importante.

La agresión.

Los beneficiarios de la decisión por Texcoco se desesperaron. No podían tolerar dilaciones. Qué tal si el negocio se les iba de las manos. Idearon la agresión. La policía atacó una marcha pacífica, con brutalidad. Aprehendió a los dirigentes sociales Ignacio del Valle y Adán Espinoza, entre otros. Pero el pueblo de Atenco se unió, decidido como nunca. Tomó rehenes y exigió la libertad de sus dirigentes. Así lo resolvió la asamblea del pueblo. La fuerza pública los rodeó. Los ánimos se tensaron. El pueblo todo se puso en pie de lucha, dispuesto a lo que viniera. Se mantuvo en vela día y noche para repeler cualquier agresión. Aunque fuera con machetes.

El desenlace.

La autoridad reculó, para bien. El gobierno federal negociará, dijo Santiago Creel, secretario de Gobernación. No usará la fuerza. Pagará más de los siete pesos previstos. También ofrecerá trueque de tierras. Se invitará a los campesinos a “ser parte del negocio”, agregó otro burócrata. Los capitalistas desesperan. Temen perder el jugoso negocio. Quieren una solución de fuerza. La exigen. Invocan el “Estado de derecho”, cuando les conviene. Le dan el sentido de ley del embudo, y de uso de la fuerza bruta. El gobierno dice que actúa de buena fe, que “no tiene cartas bajo la mesa”. ¡Qué va! Todo gobierno burgués recurre al engaño, así lo demuestra la experiencia, desde siempre. En éstos nunca se puede fiar. Y menos en el de Fox, cuyo doble lenguaje es proverbial, a todos consta.

El balance.

El desenlace sobre el asunto del aeropuerto es todavía incierto. Y sobre el destino de los campesinos de Atenco y sus tierras. Pero un hecho está consumado: el pueblo de Atenco venció al neoliberalismo rapaz. Le ganó una gran victoria, gracias a su unidad. La victoria consiste en que lo exhibió vulnerable frente a eso, la unidad popular y la decisión de luchar con firmeza. Esa lección ya nadie la podrá borrar. Y será para bien.

Ciudad de México, julio 18 de 2002

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