El descubrimiento en sí no habría tenido mayor importancia si no hubiese dado nuevo rumbo a la historia de la humanidad. Caso contrario, cabría admitir que el auténtico descubridor de América fue un individuo de la familia Cro-Magnon, cuyo nombre de pila se me escapa en este momento. Me refiero a un inmigrante asiático, el primero que cruzó el congelado estrecho de Bering en las postrimerías de la última glaciación, en el Pleistoceno, hace de esto unos 34.000 años". La Nación, 12 de octubre de 2003.
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Rigurosamente incierto
Colofón de la confusión de Colón
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Al cabo de mucha trigonometría,
el griego Eratóstenes dedujo que la Tierra era un poco más
insignificante de lo que es, y lo cierto es que ese error perduró
largo tiempo y llevó a Cristóbal Colón a imaginar
que su epopeya marina -de cuya culminación se cumplen mañana
511 años- le había permitido echar anclas en playas del Lejano
Oriente. Buscó al Gran Khan por todos lados, preguntó por
él a cuanto aborigen se le cruzó, pero no hubo uno que entendiera
por qué buscaba al emperador chino tan lejos de sus feudos, en el
soleado Caribe.
Si bien aquella confusión privó a Colón del gozo de haber descubierto un nuevo mundo, va siendo hora de excusar la leve pifia de Eratóstenes. Sus cálculos datan de cuando todavía no se había inventado el largavista y faltaban 23 siglos para que los satélites artificiales despejaran toda duda sobre los contornos del mapamundi. Por entonces, el sabio griego era director de la biblioteca de Alejandría y ya desestimaba la creencia dogmática de que el planeta era algo así como una enorme baldosa mantenida en vilo por esforzados mamuts, por tortugas o quizá por Charles Atlas.
Infundios de esa índole dieron
pábulo a muchos otros: no es cierto que los egipcios redujeron a
cenizas los 700.000 rollos de esa biblioteca, enojados porque Eratóstenes
había dicho que la Tierra era redonda, que flotaba por sí
sola en el espacio y que era una fanfarronada faraónica eso de que
la sostenía Cleopatra de su propio peculio. En realidad, la incendiaron
en vano intento por sofrenar al romano Julio César y su ejército
invasor, en el año 48 antes de Cristo, y no lo hicieron a propósito.
Fue un desastre fortuito, como el que perpetraron los inteligentes misiles
norteamericanos contra los museos de Bagdad.
Revisionismo al garete
Sus contemporáneos fueron muy injustos con Colón por no haber dado su nombre a América, y todavía hoy siguen siéndolo decenas de malentretenidos revisionistas de la historia, empeñados en demostrar que América había sido descubierta mucho antes de 1492: por los fenicios, hace unos 7000 años; por los maoríes que viajaron de Nueva Zelanda a Chile, hace 2300; por monjes irlandeses que recalaron en las Bahamas en el siglo VI; por piratas vikingos que exploraron Canadá en el año 985...
Testimonios de sobra procuran menoscabar la memoria del Gran Almirante, y no reparan en que el temerario genovés presidió un acontecimiento cultural y no apenas una proeza marinera. Como se advierte en la Argentina de hoy, exhumar el pasado implica el riesgo de toparse con mentiras de siete velos y con verdades a medias, prudentemente guarecidas en las espesuras de la amnesia.
Más sensata, entonces, resulta
la tesis del erudito Estriborio Peribáñez, decano de la Asociación
de Amigos del Pasaje Carabelas: "¡Basta de pavadas! -se amosca-.
El descubrimiento en sí no habría tenido mayor importancia
si no hubiese dado nuevo rumbo a la historia de la humanidad. Caso contrario
-infiere-, cabría admitir que el auténtico descubridor de
América fue un individuo de la familia Cro-Magnon, cuyo nombre de
pila se me escapa en este momento. Me refiero a un inmigrante asiático,
el primero que cruzó el congelado estrecho de Bering en las postrimerías
de la última glaciación, en el Pleistoceno, hace de esto
unos 34.000 años".
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