"El "koliot" (forastero), llegado de remotos países, sediento de riquezas y dueño de armas mortíferas, habrá acabado muy pronto su nefasta obra, destruyendo para siempre la secular felicidad de esta raza primitiva, que vivía solitaria e inofensiva en la más singular región del globo", preanunciaba monseñor Alberto De Agostini hacia 1923. AIPIN, 11 de octubre de 2003. 

 
 AIPIN, Prensa India
"Difundiendo presente y sembrando futuro"
Argentina
Télam, 11 de octubre de 2003.

Salesianos intentaron frenar la masacre indígena

Por Ana María Bertolini

A los conquistadores españoles y a la Campaña del Desierto suelen achacárseles en exclusiva los males sufridos por nuestros indígenas; pero el exterminio prosiguió durante el siglo XX por parte de mercaderes y estancieros -algunos argentinos- ante los que sólo se alzó el temple de los misioneros salesianos en procura de frenar tanta barbarie.

"A tal punto llegó en el invasor el desprecio y el odio contra los indígenas, que para librarse para siempre de ellos -pues eran un obstáculo para la multiplicación de sus rebaños- ofreció una libra esterlina por cada par de orejas o por cada calavera humana que se le presentase", denunció monseñor Alberto de Agostini en su libro "Mis Viajes a la Tierra del Fuego".

Las víctimas eran los alacalufes, los yaganes y los onas -habitantes de aquellas regiones del extremo sur de Argentina y Chile- con quienes De Agostini convivió como misionero y a quienes fotografió como nadie, a sabiendas de que su obra quedaría como testimonio de una existencia condenada al exterminio.

"El "koliot" (forastero), llegado de remotos países, sediento de riquezas y dueño de armas mortíferas, habrá acabado muy pronto su nefasta obra, destruyendo para siempre la secular felicidad de esta raza primitiva, que vivía solitaria e inofensiva en la más singular región del globo", preanunciaba hacia 1923.

Ese salesiano -a quien la Argentina le debe la cartografía más precisa que se haya hecho de la zona cordillerana sur, que recorrió entre 1910 y 1958, y también la traza, en 1936, del Parque Nacional Los Glaciares- no se equivocó: hace cuatro años murió la última ona pura que quedaba, Virginia Choquintel, quien había nacido en la misión de Río Grande y no dejó descendencia.

"Exploradores, estancieros y soldados no tuvieron escrúpulo en descargar su máuser contra los infelices indios, como si se tratase de fieras o de piezas de caza, ni de arrancar del lado de sus maridos y de sus padres a las mujeres y a las niñas para exponerlas a todos los vituperios", describía De Agostini.

"De arrancarlas de sus hogares para llevarlas a tierras extrañas en nombre de la ciencia -proseguía- y de exhibir estos desgraciados indígenas en público, como los seres más desgraciados del género humano".

A su juicio, "el mayor delito del indio fue el no haber sabido distinguir entre el guanaco y la oveja, pues los consideraba a ambos libre de caza, porque los encontraba en terrenos que les pertenecía; nunca fue sanguinario, tan sólo cuando se vio tomado de mira por los blancos, se vengó por represalia, y a veces "terriblemente", explicaba.

Los primeros que sufrieron el pernicioso influjo de los "civilizados" fueron los yaganes y alacalufes, que vivían en los canales donde era frecuente el paso de naves con hombres blancos. Fue así como contrajeron numerosas enfermedades -tuberculosis, sarampión y escarlatina-, que conocieron el alcohol y que fueron aniquilados a tiros por buscadores de oro y loberos.

En tanto, los onas fueron perseguidos por los estancieros, que mandaban a sus peones ovejeros a matarlos a tiro de winchester y a envenenarlos con estricnina, para quedar como dueños de los campos antes ocupados por los indios.

Los onas que no pudieron refugiarse en las misiones salesianas, se vieron obligados a replegarse hacia la región montañosa del sur, donde acorralados y casi sin medios de subsistencia, murieron de hambre, miseria y congoja. Tanto De Agostini como el misionero anglicano Tomás Bridges desmitificaron el juicio desfavorable de Carlos Darwin sobre los indios del sur, a quienes el científico acusó de "bestias" y "caníbales": ambos aseguraron que eso no era cierto.

Más aun, Bridges compuso una gramática y un diccionario con más de treinta mil voces yagánicas, lo que testimonia que poseían una lengua riquísima. Al cumplirse este domingo un nuevo aniversario del Día de la Raza, no vendría mal hacer un mea culpa y repetir con De Agostini: Más que del desprecio con que los trataron siempre los civilizados, eran dignos estos indios de comiseración y de auxilio".

Las misiones salesianas.

La primera misión salesiana en el extremo sur se instaló en 1889 en la isla de Dawson, en el estrecho de Magallanes y próxima a Punta Arenas, con el objetivo de evangelizar a los indígenas, darles instrucción y evitar su exterminio. A ésta le siguió una segunda, en 1893, sobre la costa oriental de Tierra del Fuego, junto al río Domingo.

Ambas poseían colegios, varios talleres y laboratorios, iglesia y numerosas casas para los indígenas; y cuando la de Dawson cesó, los aborígenes que allí recibían educación, fueron trasladados a la Misión de Río Grande.

Monseñor José Fagnano, un italiano nacido en el Piamonte, fue designado primer prefecto apostólico de la Patagonia meridional y permaneció allí por 20 años, entre 1889 y 1909. En 1910 le sucedió su coterráneo Alberto De Agostini, venido de Biella, quien además de misionar, recorrió durante 40 años la Cordillera sur, hizo el relevamiento topográfico y fotográfico más exacto de los hielos continentales, y escribió más de 20 libros.

Lo llamaron "monseñor Patagonia" y era un andinista extraordinario, pero no cejaba como sacerdote: en sus primeros cuatro meses como misionero, recorrió 2.150 kilómetros, administró 579 bautismos y 545 confirmaciones, y casó a 15 parejas. En uno de sus libros, De Agostini pinta el tipo de problemas que enfrentaban los salesianos en su misión evangelizadora: el peligro no eran los indígenas, sino los blancos.

En 1886 Fagnano acompañaba como capellán militar la expedición argentina de Ramón Lista, que desembarcó en la Bahía de San Sebastián para explorar los alrededores, y al divisar a un grupo de indígenas, el capitán ordenó tomarlos prisioneros.

De Agostini contó que ante la natural resistencia, Lista abrió fuego y que "en pocos minutos, después de una descarga, quedaron deshechos los pobres indios: 28 quedaron muertos sobre el terreno, y muchos fueron los heridos, entre ellos algunas mujeres y niñas".

Fagnano corrió hacia los indígenas e increpó duramente a Lista por el crimen cometido: "Temíamos nosotros por su vida, pues ora ardía el jefe en cólera, ora palidecía ante el varón de Dios, que en medio de aquellas soledades, levantábase como un profeta para condenar la crueldad del soldado", relató uno de los marinos, quien aseguró que Fagnano corrió el riesgo de morir fusilado.

Para parar estas atrocidades, los misioneros protestaron ante el gobierno y denunciaron ante la prensa chilena y argentina lo sucedido. De aquellos indígenas, unos 60 que todavía vivían, fueron llevados a la Misión Salesiana de la Isla de Dawson, donde pudieron salvarse. Lo mismo pasó con otros, pero miles de ellos, allí y en otras partes, sucumbieron ante el hombre blanco.

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