gunda parte de las Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño, cuyo primer volumen fue publicado en 1999 gracias a la recopilación del padre Meinrado Hux, ofrece un detallado panorama de las creencias, ceremonias y relaciones sociales de los ranqueles del siglo XIX. Y desarma varios estereotipos con que el mapuche de las pampas fue construido en el imaginario argentino, de La cautiva de Echeverría a La vuelta del malón de Della Valle. Clarín, 21 de enero de 2001

 
Domingo 21 de enero de 2001
EN VIDRIERA
Usos y costumbres de los indios de La Pampa

OSVALDO BAIGORRIA




Santiago Avendaño
El Elefante Blanco. 154 páginas





La segunda parte de las Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño, cuyo primer volumen fue publicado en 1999 gracias a la recopilación del padre Meinrado Hux, ofrece un detallado panorama de las creencias, ceremonias y relaciones sociales de los ranqueles del siglo XIX. Y desarma varios estereotipos con que el mapuche de las pampas fue construido en el imaginario argentino, de La cautiva de Echeverría a La vuelta del malón de Della Valle.

Avendaño fue capturado en 1842, cuando tenía siete años, por un malón que en realidad era parte de una expedición unitaria contra las fuerzas rosistas en el sur de Santa Fe. Arrastrado hasta las tolderías de Toay, en la provincia de La Pampa, fue durante casi nueve años el esclavo doméstico del cacique Caniú. Comenzó a escribir sus memorias hacia 1854, cuando oficiaba de intérprete y mediador entre el gobierno y los indios. No llegó a terminarlas, ya que fue asesinado en el 74, como secretario del cacique Catriel. Pero dejó suficiente material para construir una mirada probablemente más fiel sobre los ranqueles que la de otros cronistas de su siglo.

Por Mansilla sabemos que el botín humano de los malones consistía en cristianos de ambos sexos que, como prisioneros de guerra, debían lavar, cocinar, cortar leña, domar potros y cuidar ganado. Por Avendaño ahora también sabemos que muchos de ellos eran adoptados por familias que los trataban como trabajadores domésticos, y aun como hijos. Sin las destrezas narrativas del coronel-filósofo, el ex cautivo desmiente algunos lugares comunes en torno al vía crucis de los cristianos en los toldos. Por ejemplo, la supuesta costumbre de despellejar la planta de los pies a las mujeres y de dar muerte a los varones que quieren escapar. "Me resulta imposible creer semejante cosa que refieren, y que estos sucesos atroces hayan tenido lugar sin que yo llegara a saberlo ni por noticias, contando yo con una permanencia de ocho años y cerca de ocho meses entre los indios ranqueles", asegura.

Por otra parte, cuando compara las costumbres de salvajes y civilizados, destaca la solidaridad aborigen con los refugiados. "Los que llegaban desnudos de ropa eran ayudados: un indio les daba una camisa, otro les entregaba una manta, y así esos desgraciados cristianos experimentaban bondades y disfrutaban la verdadera hospitalidad, mientras en su país ''culto'' se tiranizaba a la gente y se desoían los lamentos de los miserables."

Avendaño observa que las muchachas cristianas que hacían de criadas sufrían más que los cautivos, en especial cuando el amo mostraba predilección por una de ellas, provocando el celo de sus esposas. Desde la autoridad conferida por el "yo estuve ahí", parece disfrutar dándole una de cal y otra de arena a los ranqueles. Por un lado, rescata una escala de valores que incluía el respeto a la palabra dada y la obligación de no negar el alimento a nadie. Por otro, detalla la inaudita crueldad con que se atormentaba en la hoguera a mujeres victimizadas por una variante araucana de la caza de brujas. Describe así las torturas sufridas por aquellas acusadas de haber provocado alguna muerte durante una epidemia de viruela, hasta que se les arrancaba la confesión de que eran brujas.

Los mitos, las procesiones religiosas, las danzas y oraciones en versión bilingüe, así como las diferencias de clase en las tolderías son volcadas con cierto gusto por la minucia y el detalle. Esto es particularmente notorio cuando describe el noviazgo, la dote, el casamiento y el aborto. Allí, Avendaño muestra su talento como observador al clasificar las distintas modalidades de matrimonio (forzoso, por conveniencia, voluntario o con violencia) según el varón fuese un noble, un miembro de la clase media, un plebeyo o un viejo pobre.

Oculto durante más de cien años en el Archivo Histórico de Luján entre los papeles de Estanislao Zeballos, este testimonio desautoriza las representaciones habituales del indio y los prejuicios más comunes de su época, e incluso de esta.


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