"Mari-Mari", es la forma en que Bernardo Llaulén (35) saluda cada vez que recibe a grupos de turistas que llegan al Alto Biobío en la VIII Región para conocer las tierras pehuenches. Es el guía oficial de un circuito, donde el visitante puede conocer de cerca a la gente y costumbres de esta etnia. El Mercurio, 30 de Abril de 2001
En las más de siete horas de cabalgata que dura uno de los recorridos por las tierras pehuenches del Alto Biobío, se puede conocer la vegetación típica de la zona. En la foto, el guía Bernardo Llaulén, de poncho, conduce a un grupo de turistas por las húmedas tierras de la cordillera de Pitril, mientras relata las historias del lugar. Durante el trayecto se visita la zona del "Mirador", a más de 1.800 metros de altura, así como la casa de una familia, donde se puede acceder a productos típicos y compartir con miembros de estas etnias |
Turismo en la Tierra Pehuenche
Desde febrero pasado, un innovador recorrido organizado por la Región del Biobío permite a los visitantes conocer costumbres y cultura de esta etnia.
Catherine Lizama
Por Catherine Lizama
CONCEPCION.- "Mari-Mari", es la forma en que Bernardo Llaulén (35) saluda cada vez que recibe a grupos de turistas que llegan al Alto Biobío en la VIII Región para conocer las tierras pehuenches. Es el guía oficial de un circuito, donde el visitante puede conocer de cerca a la gente y costumbres de esta etnia.
Gracias a un proyecto financiado por el Servicio Nacional de Turismo (Sernatur) y el Ministerio de Planificación, y ejecutado por la Fundación Chile, un grupo de más de 50 pehuenches fue capacitado para recibir turistas en un recorrido.
Según explica Marcial Cortés, ingeniero forestal a cargo del programa, el objetivo principal es darle la oportunidad a esta población indígena de obtener un ingreso adicional para superar las condiciones de pobreza en que viven y, al mismo tiempo, explotar la potencialidad de los paisajes y la riqueza de la cultura pehuenche.
Aunque el programa funciona desde febrero último, más de 600 turistas ya han participado de esta experiencia.
"Fue espectacular, nunca había vivido algo así. La gente te acoge como si fueras su familia y te dan hasta lo que no tienen", dice Soledad Avila (33), quien formó parte de una visita que se realizó a la zona durante el verano.
A fines de diciembre pasado comenzó la capacitación de los indígenas participantes, que consistió en talleres de primeros auxilios, atención al turista e higiene en la manipulación de alimentos.
A aquellos que realizan la función de guías se les facilitó una especie de libreto, que contiene historias y la descripción de los lugares que incluyen los recorridos.
"Además ellos tienen sus propios mitos que le cuentan al turista y lo que no saben lo inventan. Son muy ingeniosos", dice Cortés.
Actualmente está en estudio un proyecto similar con la población aimara de San Pedro de Atacama, en la II Región.
En países como Canadá y Estados Unidos también existen estas iniciativas para dar a conocer a sus diversas etnias y como una forma de integrarlas. Igualmente, en Sudáfrica, los indios zulu cuentan con una zona especial para recibir a turistas en una localidad cercana al puerto de Durban.
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El circuito principal comienza en
los faldeos de la cordillera de Pitril, en el valle del Queuco, a más
de 250 kilómetros de Concepción. Desde ahí se debe
ascender a caballo. También está la mula "Marcela", que es
muy mansa, para el turista inexperto que no sabe montar.
Llaulén conduce a los visitantes con poncho, chupalla y sus rodilleras de piel de chivo, la ropa típica de los habitantes cordilleranos.
La cabalgata implica un recorrido de más de 6 kilómetros para llegar a la zona del "Mirador", a unos 1.800 metros de altura desde donde en días claros se puede ver el volcán Callaqui o "La Blanca", como le llaman los lugareños, y todo el cordón montañoso en 180 grados.
Por el camino, el guía enseña los nombres de los árboles y cuenta algunas historias como aquellas veces en que ha sido seguido por el Diablo en las noches oscuras.
No es extraño que durante la travesía se oiga el silbido de un pájaro. "Es el "chucao". Si silba es de buen agüero, pero si se ríe fuerte mejor ni seguir", comenta Llaulén muy serio.
Por el camino se puede disfrutar de la abundante vegetación del lugar y del bosque de araucarias, lugar sagrado para la etnia, donde se realiza el "Nguillatún", la ceremonia típica en que se ruega por la salud o la abundancia.
La parte más importante del recorrido es la llegada al sector de "Los Perales", donde Guillermo Llaulén (68) espera a los "huincas" en su hogar.
Allí hay una pequeña habitación de madera separada de la casa principal, con un enorme fogón en el centro, que es característica de todas las viviendas pehuenches.
Llaulén se esmera por atender a los recién llegados ofreciéndoles piñones cocidos, sopaipillas, tortilla de rescoldo y cazuela con maíz o asado de chivo al palo.
Asimismo, comercializan su artesanía típica y los interesados pueden acceder a una variedad de artículos elaborados principalmente con lana y madera.
"Doña Naty", como llama cariñosamente a su esposa, se mantiene de pie mientras su marido o el visitante esté sentado, por la costumbre pehuenche que obliga a que la mujer esté parada en un signo de constante disposición a servir.
"La otra vez me encontré al "lión" por allá en el bajo. Los perros lo agarraron y yo le enterré el cuchillo... era tremendo el bicho ese", relata Llaulén en una de las tantas historias que les cuenta a los turistas alrededor del fogón, mientras sorbetea un trago de mate.
"Le sacamos un kilo de grasa y con eso hicimos sopaipillas", destaca.
Dice estar contento de que vayan visitantes. "Además, ganamos una platita", dice riendo, y le grita unas palabras en mapudungun a su mujer. "Es que le falla el oído", explica.
En el terreno de los Llaulén se habilitó una cabaña con capacidad para ocho personas. De esa forma, quienes así lo deseen pueden pernoctar en el lugar. Incluso, cuentan con dos guitarras para cantar en torno al fogón por las noches.
"La gente que vino en el verano se fue muy "agradecía", lo hallaron todo bonito", dice el dueño de casa.
Fuera de este recorrido, se habilitó una serie de zonas de camping y picnic como parte del proyecto, administrados por las familias pehuenches dueñas de cada terreno.
Laura Porteño Maripil (54) está a cargo junto a su esposo del camping Otué, ubicado en una hermosa zona en el borde del río Queuco. Con los visitantes que recibió en el verano cuenta que juntó suficiente dinero para pasar el invierno. "A los turistas les enseñé a tejer y a sacar la miel. Se fueron bien contentos", dice orgullosa.
Pedro Queupil (58) y su mujer Rosa María Pabián (54) administran en su propiedad la zona de picnic de Rahueco, cerca del sector de Cauñicú, donde habitan unas 40 familias pehuenches. El terreno se sitúa cerca de un estero, donde el turista se puede refrescar. También ahí se dispone de bicicletas de montaña que se pueden arrendar.
Una de las cosas que Queupil más recomienda es el "agua de mote", un líquido que aparece en los charcos que rodean el estero y que, según resalta, tendría propiedades curativas para la piel.
Esta actividad turística lo tiene entusiasmado."Nos ha dado harta esperanza, porque acá no tenemos trabajo", dice.
Cortés asegura que la gente de esta etnia vive en condiciones de pobreza extrema y que los ingresos de muchos no superan los $30 mil mensuales. "Igual viven con eso y son felices", resalta.
No obstante, la posibilidad del turismo en la zona, a su juicio, les permitirá mejorar su calidad de vida y dar a conocer sus costumbres.
Aunque se pretende desarrollar esta actividad principalmente en el verano, en caso de que grupos quisieran participar durante los meses de invierno también está la opción. Para ello deben contactarse con la oficina regional de Sernatur.
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Rosa María Pabián asegura
que la vida es muy difícil para ellos. "No hay trabajo y no tenemos
ni animales para vender", dice afligida. "Con esto de los visitantes pudimos
juntar plata para comprar unos quintalitos de harina y con eso nos estamos
manteniendo".
Marcelino Queupil, presidente de la Asociación Indígena de Rahueco, señala que la gente ha recibido muy bien este proyecto turístico, especialmente luego de la temporada pasada, donde algunos ya obtuvieron algunos recursos por su intermedio.
Recuerda que en un principio fue difícil convencer a la comunidad porque "creían que sería un trabajo perdido", pero hoy están todos dispuestos a involucrarse.
"La gente se sentía avergonzada de mostrar al visitante su manera de vivir. Tenían temor de que vieran sus casitas modestas", afirma.
Queupil relata que hubo otras personas que se negaron a esta capacitación. "Se ofendieron porque decían que uno tenía que ser como es no más, mostrarse tal cual". Sin embargo, indica que posteriormente se integraron al convencerse de los beneficios que esto les conlleva.
La directora de Sernatur VIII Región, Gloria Belmar, informa que esta iniciativa surgió hace dos años con el propósito de fomentar el etnoturismo en esta zona, para lo cual se debió contar con la cooperación de la población pehuenche.
Según explica, la idea es crear una "conciencia turística" en la gente de esta etnia para que dentro de un plazo de tres años sean capaces de trabajar en forma autónoma y de esta manera se transforme en una actividad sustentable en el tiempo.
Por ahora, la experiencia en estas
tierras pehuenches continúa. Bernardo Llaulén se despide
de los visitantes con un "pewkay" o hasta luego.
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