Existe preocupación por el creciente grado de violencia que están provocando grupos mapuches minoritarios en las regiones Novena y Décima. No son hechos aislados. Se insertan en un contexto histórico. la intensidad del conflicto mapuche -en todas sus dimensiones, desde su oposición a la construcción de represas o a la tala del bosque nativo, y la rabia que expresan por la pobreza en que vive la mayoría de sus integrantes- demuestra que la conciencia sobre sus derechos, ancestrales o contemporáneos, está muy vigente. Además, ella es coincidente con el despertar de otras minorías en el mundo, producto de la globalización.Lo que parece estar en el trasfondo de la lucha mapuche es la percepción de la discriminación en su contra como pueblo, la que ha tomado formas políticas, económicas, sociales o culturales. Diario El Sur, 30 de enero de 2001

 

 



martes 30 de enero de 2001

Opinión parlamentaria
Discriminación mapuche

Existe preocupación por el creciente grado de violencia que están provocando grupos mapuches minoritarios en las regiones Novena y Décima. No son hechos aislados. Se insertan en un contexto histórico.

En septiembre de 1999, la primera sala de la Corte de Apelaciones de Temuco, en un fallo inédito y aplicando la Ley Indígena, sancionó a una empleada municipal, jefa de una profesional mapuche, por discriminar racialmente contra su subalterna en razón de su origen y cultura. La asistente social mapuche, Bernardita Calfuqueo, había iniciado causa por tratos vejatorios debido a su condición de indígena, en el consultorio de salud de la Municipalidad de Lumaco. El dictamen sancionó a la funcionaria aludida con una multa de un sueldo vital, a beneficio del municipio de Lumaco, por infringir el artículo 8 de la Ley Indígena, que específicamente sanciona la discriminación en razón de origen y cultura. Es un importante precedente legal, pero también fue una potente señal del racismo que cruza la sociedad chilena.

El pueblo mapuche es comprendido como algo que no pertenece al país, algo al margen, más allá de la retórica de muchos discursos. Chile se concibe a sí mismo como un país habitado por descendientes de europeos. Para muchos la realidad indígena es desconocida o marginal.

El gobierno no ha nombrado a personas de origen mapuche en cargos públicos, salvo, claro está, en la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (Conadi). Una polémica pública paralizó el cambio de nombre del nuevo aeropuerto Carriel Sur al de Toqui Lautaro, en Concepción. Los medios de comunicación llenan páginas con ataques de mapuches en la zona de la madera y poco se informa sobre que en el sur se habría organizado el ''Movimiento por la limpieza racial ahora'', de corte extremista.

En la televisión no se ve nunca a un indígena leyendo las noticias o interviniendo como director en algún programa estable. Los indígenas simplemente parecen no existir. Recordamos también que la selección del personal que atendió el pabellón chileno en las exposiciones de Sevilla y Lisboa se hizo usando criterios racistas; debían parecer europeos, se excluyó hasta a los mestizos.

Los dos últimos ''gestos de integración'' son una iniciativa legal de Conadi que persigue que por cada libro impreso se edite uno en lenguas originarias y la traducción al idioma mapuche del Nuevo Testamento.

Está funcionando una mesa de trabajo llamada ''De verdad y deuda histórica'', en la que representantes indígenas, del gobierno y otros actores sociales relevantes buscan redefinir la relación del Estado con sus pueblos originarios. Es un paso importante pero tardío. Apunta en la misma dirección que lo hizo la Ley Indígena aprobada a comienzos de los 90.

El trato recibido por los mapuches en la historia republicana, buscando su asimilación al Estado-nación, muestra todos los grados posibles de racismo. Desde la Sociedad Caupolicán -principios del siglo XX- hasta el Aukin Wallmapu Ngulam -que cierra el siglo, los líderes mapuches enfatizan la poca credibilidad que les merecen esas políticas.

Un historiador tan destacado como Sergio Villalobos, Premio Nacional, sostiene que los mapuches renunciaron a sus derechos ancestrales y aceptaron la dominación, lo que siempre se repite en el caso del choque de dos culturas con distinto grado de desarrollo, en la que la menos evolucionada (en términos occidentales) se somete para obtener las ventajas de la más poderosa. Esta tesis, naturalmente, provoca el repudio airado de los antropólogos y cientistas sociales que se ocupan del tema y de la nueva elite de profesionales de origen mapuche en las universidades y en el extranjero.

En realidad, la intensidad del conflicto mapuche -en todas sus dimensiones, desde su oposición a la construcción de represas o a la tala del bosque nativo, y la rabia que expresan por la pobreza en que vive la mayoría de sus integrantes- demuestra que la conciencia sobre sus derechos, ancestrales o contemporáneos, está muy vigente. Además, ella es coincidente con el despertar de otras minorías en el mundo, producto de la globalización.

Lo que parece estar en el trasfondo de la lucha mapuche es la percepción de la discriminación en su contra como pueblo, la que ha tomado formas políticas, económicas, sociales o culturales.

La sociedad tiene una tarea pendiente y una deuda que saldar, que comienza por el cambio cultural, es decir, una forma diferente de mirar la realidad nacional. Los chilenos debemos entender que formamos parte de una sociedad compuesta por varias culturas que deben respetarse y desarrollarse, estableciendo un intercambio positivo entre todas ellas.

José Antonio Viera-Gallo
Senador PS


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