En las valoraciones del cónsul general hay un tema que podría discutirse, como mera hipótesis histórica: si hubiéramos estado mejor o peor con aquellas civilizaciones autóctonas. Pero lo que carece de todo rigor científico es su descalificación de esos pueblos originarios como de carácter "imperialista y sanguinario". El sistema imperialista no se remonta a tiempos de mayas o aztecas sino que es un fenómeno de principios del siglo XX, con la etapa superior del capitalismo. Dicho en términos burdos, no debemos culpar tanto al marino genovés como a José María Aznar, Rodrigo Rato, Alfonso Cortina (Repsol) y los pulpos Telefónica, Banco Santander, Bilbao Vizcaya, Endesa, etc. El cónsul protege estos intereses, cuya representación diplomática ostenta y disimula levantando el dedo acusador contra los incas. Al Sánchez Terán habría que decirle que no se vaya tan lejos en la ubicación del debate: partimos de cuestionar al imperialismo español de nuestros días y no tenemos problema en que la polémica vaya retrocediendo en el tiempo desde allí hasta 1492, si hace falta. Como siempre, no hay una sola historia sino al menos dos: la de los opresores y la de los vencidos. La discusión detonada por las ofensas del cónsul español estaría justificada si sirve para hablar de los problemas actuales de los aborígenes argentinos. Arena (Santa Rosa), 19 de octubre de 2004.
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Santa Rosa (La Pampa), 19 de octubre
de 2004.
Las polémicas de todos los 12 de octubre
¿Cómo se iba a llamar
la plaza sino Isabel La Católica?. ¿Cuándo se iban
a reiterar los dichos contra los pueblos originarios sino un 12 de octubre?.
¿Quién iba a ser el autor de esas palabras de tinte racista
sino un funcionario español?. Efectivamente, tomando como argumento
la celebración del "Día de la Raza", el cónsul general
de España en Córdoba, Pablo Sánchez Terán,
se despachó contra las culturas aborígenes diciendo a los
contemporáneos que "Mucho peor estaríais o estaríamos
bajo los incas". La polémica quedó servida porque hasta el
Inadi pidió el alejamiento del cónsul, aunque no faltaron
los españolistas que respaldaron lo actuado por la Cruz y la Espada.
LA PROVOCACION
El cónsul Pablo Sánchez
Terán habló sin pelos en la lengua en la mañana del
12 de octubre, celebrando el día de la hispanidad. "Mucho peor estaríais
o estaríamos, bajo las civilizaciones incaicas, aztecas, sioux,
apaches o mapuches, que han sido idealizadas por algunos historiadores
y antropólogos, cuando es bien conocida su división de castas
y su carácter imperialista y sanguinario", tronó como si
recién se hubiera apeado de las carabelas.
Por la enumeración que hizo
de aborígenes no hablaba meramente de la conquista ordenada por
Isabel La Católica tras los viajes de Cristóbal Colón.
No hace falta ser historiador para saber que los sioux y apaches poblaban
Norteamérica hasta que el Séptimo de Caballería y
los fusiles Remington los hicieron polvo. Desde entonces esas feraces tierras
dieron de comer a los farmers y los John Wayne de Hollywood, no más
a las tribus de Toro Sentado o Gerónimo.
En las valoraciones del cónsul general hay un tema que podría discutirse, como mera hipótesis histórica: si hubiéramos estado mejor o peor con aquellas civilizaciones autóctonas. Ese es un debate de larga data, que puede continuar.
Pero lo que carece de todo rigor
científico es su descalificación de esos pueblos originarios
como de carácter "imperialista y sanguinario". El sistema imperialista
no se remonta a tiempos de mayas o aztecas sino que es un fenómeno
de principios del siglo XX, con la etapa superior del capitalismo. Dicho
en términos burdos, no debemos culpar tanto al marino genovés
como a José María Aznar, Rodrigo Rato, Alfonso Cortina (Repsol)
y los pulpos Telefónica, Banco Santander, Bilbao Vizcaya, Endesa,
etc. El cónsul protege estos intereses, cuya representación
diplomática ostenta y disimula levantando el dedo acusador contra
los incas. Al Sánchez Terán habría que decirle que
no se vaya tan lejos en la ubicación del debate: partimos de cuestionar
al imperialismo español de nuestros días y no tenemos problema
en que la polémica vaya retrocediendo en el tiempo desde allí
hasta 1492, si hace falta.
RIOS DE SANGRE
Las autoridades aztecas o incaicas no eran gobernantes enguantados en terciopelo y es cierto que oprimieron a otras etnias originarias en sus regiones o bien se extendieron y las sometieron. Pero de allí a calificarlas de imperialistas media una gran distancia y tremenda desubicación histórica. Es como si con los criterios de hoy cuestionamos al hombre de las cavernas porque comía carne cruda.
Los devotos de la hispanidad se dicen tributarios de la cultura judeo-cristiana y festejan ser hijos de España porque de ese modo serían nietos de Roma y bisnietos de Grecia. Llegados a esee punto tenemos derechos a preguntarles porqué enrostran a los aborígenes americanos ser la meca imperial y no a Roma, que exportó sus legiones hasta Constantinopla.
Hecha la salvedad sobre lo relativo de las comparaciones atemporales, hay que insistir en que la conquista española fue un hecho violento, sangriento y hasta genocida. Este es el punto que el cónsul de marras no acepta ni hace autocrítica, como no lo hacen el rey borbón Juan Carlos ni la Iglesia Católica.
Algunos hombres de la Iglesia de entonces, como fray Bartolomé de las Casas, denunciaron los métodos de los conquistadores en la isla La Española: "entraban los españoles en los poblados y no dejaban niños ni viejos ni mujeres preñadas que no desbarrigaran e hicieran pedazos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría un indio por medio o le cortaban la cabeza de un tajo. Arrancaban las criaturas del pecho de sus madres y las lanzaban contra las piedras. A los hombres les cortaban las manos. A otros los amarraban con paja seca y los quemaban vivos.Y les clavaban una estaca en la boca para que no se oyeran los gritos. Para mantener a los perros amaestrados en matar traían muchos indios en cadenas y los mordían y los destrozaban y tenían carnicería pública de carne humana...Yo soy testigo de todo esto y de otras maneras de crueldad nunca vistas ni oídas" (pasaje de su "Brevísima relación de la destrucción de las Indias").
A lo largo del "Nuevo Mundo", los indios que resistieron fueron masacrados y los sobrevivientes encadenados al trabajo esclavista con sistemas como la encomienda, la mita y el yanaconazgo. Los barcos repletos de oro y plata hacían sus viajes en una sola dirección: todo para la corona. Aquí morían como moscas los indios laborando en los socavones de las minas o en los cultivos de los encomenderos.
De resultas de esas guerras desiguales de los hombres de a caballo, que usaban la espada y el arcabuz, más los sistemas brutales de explotación y el factor extra de las enfermedades como viruelas y sífilis, murieron unos 70 millones de indígenas. ¿Cómo puede glorificarse semejante genocidio que aportó a la "acumulación primitiva" de las potencias de la época?. Ya advertimos que las comparaciones fuera de tiempo no son científicas. Aquí va una: el Tercer Reich de Adolfo Hitler costó a la humanidad 60 millones de muertes; la Conquista de los reyes católicos al servicio del comercio y finanzas europeas aniquiló a 75 millones de integrantes de pueblos originarios.
Hubo una institución que hizo
a las víctimas mirar al cielo mientras otros les metían la
mano en el bolsillo o les apuntaban al corazón. Lo pinta este abracadabra:
"Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la
tierra. Y nos dijeron: Cierren los ojos y recen. Cuando abrimos los ojos,
ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia".
POR CASA COMO ANDAMOS
Denunciar ese genocidio y su sentido
mercantilista que benefició a Europa es un punto de partida de la
interpretación de esos hechos históricos. La leyenda dorada
de una corona española benefactora no resiste el menor análisis.
Incluso los conceptos de "raza" han caído en descrédito luego
que se demostrara científicamente su inexistencia. El estudio de
la cadena del genoma humano no halló diferencias más que
de 0.02 por ciento entre personas de piel blanca, morena, amarilla u otras
coloraciones. Incluso tampoco fueron significativas las existentes entre
los seres humanos y los ratones. Mucho antes que la ciencia diera esa conclusión
al debate, la Unesco había dispuesto en 1959 el fin de las celebraciones
de la raza por considerar que apenas había diferencias de etnias.
Sin embargo el racismo obstinado
aún festeja en círculos gubernamentales del viejo y el nuevo
continente, y los medios de comunicación. No son sólo funcionarios
madrileños de exportación los que opinan de ese modo. El
actual Director del Museo Histórico Nacional, Juan José Cresto,
argentino, sostuvo que los españoles encontraron en estas tierras
"a unos pobres indios antropófagos en estado de desnudez" (Clarín,
12/10).
Los analfabetos políticos, aún directores de museos, no entienden que la lucha de esos "antropófagos desnudos" -cuyas culturas tenían muchos avances para su época- contra el invasor, aún derrotada, dejó un aporte subjetivo a las campañas posteriores por la emancipación americana. Ese es el factor a rescatar por quienes anhelan una segunda independencia, por ejemplo, la heroica resistencia de los Quilmes en tierra calchaquí en 1667 contra el gobernador tucumano Alonso de Mercado y Villacorta.
Al servicio de esa revolución
inconclusa se deben rescatar todos los elementos objetivos que legaron
los vencedores de entonces y se puedan aprovechar (desde la lengua hasta
técnicas productivas e inversiones).
Mucho más acá en el
tiempo, y en nuestro país, se discute sobre la figura de Julio Argentino
Roca y la mal llamada "Campaña al Desierto" entre 1879 y 1985 (no
había ningún Sahara, del mismo modo como los españoles
no descubrieron una América preexistente). Las posiciones están
bien polarizadas: la Sociedad Rural y el diario La Nación están
a muerte con el militar y presidente que tiene su alta estatua en la Capital
y Bariloche. Nosotros compartimos la postura de los mapuches y tehuelches,
víctimas del Remington y cañones Krupp, como lo ha denunciado
entre otros Osvaldo Bayer. Como siempre, no hay una sola historia sino
al menos dos: la de los opresores y la de los vencidos.
La discusión detonada por las ofensas del cónsul español estaría justificada si sirve para hablar de los problemas actuales de los aborígenes argentinos. Según estimaciones de la Asociación Indígena de la República Argentina, aquí hay 22 pueblos indígenas, en 860 comunidades, con un total de dos millones de personas. Otras fuentes disminuyen esa cantidad a la mitad, cosa que la reciente encuesta complementaria del Censo de Población 2001 podría aclarar.
Es evidente que perdura el despojo
de la conquista, como se puede apreciar en los desalojos de mapuches a
favor del latifundio Benetton en Chubut; la represión a los kolla
guaraníes de Orán, por el Ingenio San Martín del Tabacal
perteneciente a la estadounidense Seabord corp.; la pobreza extrema de
los tobas de Ramón Lista, Formosa, etc. El debate histórico
es bueno pero a condición de no quedarnos en la época de
las carabelas sino ver qué hay que hacer aquí y ahora para
reparar las injusticias contra nuestros hermanos de pueblos originarios.
EMILIO MARIN
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