? ¿Y si la historia hubiera sido ésta?: un navegante genovés en busca de aventuras desarrolló una teoría que echaba por tierra la creencia de que la tierra era plana y que, más allá del horizonte, sólo había horribles criaturas marinas que se comían embarcaciones y tripulantes. Era un pensador progresista, ansioso por descubrir nuevas tierras y culturas. Desalentado por el materialismo imperialista, y, ya casi sin ganas, volvió a hacer su número del huevo ante Isabel y Fernando, Reyes Católicos, tan católicos que por ese mismo año de 1492 habían echado al último moro de Granada y habían roto la convivencia pacífica (única en la historia) de judíos, musulmanes y cristianos. ¡Una parejita amorosa! Sensibles, sin interés comercial y sin ambición de poder, sólo querían llevar la fe a los herejes de más allá del horizonte. Allí aparecieron nativos y nativas con caras sonrientes y ofrecieron a los viajeros todo lo que tenían (y cuando decimos todo, decimos todo). El genovés, emocionado, dijo: "¡Tierra generosa, gracias, volvamos a España; esto era todo lo que quería saber! ¡Hay otra civilización aparte de la nuestra!". Y fuese con su tripulación llevando algunos souvenirs y dos indias que morían por ir de tapas en Madrid. La Nación (Buenos Aires), 10 de octubre de 2004.

 
Buenos Aires, 10 de octubre de 2004.
LA ARGENTINA SEGUN ENRIQUE PINTI

América, ¿para quién?


¿Y si la historia hubiera sido ésta?: un navegante genovés en busca de aventuras desarrolló una teoría que echaba por tierra la creencia de que la tierra era plana y que, más allá del horizonte, sólo había horribles criaturas marinas que se comían embarcaciones y tripulantes. Era un pensador progresista, ansioso por descubrir nuevas tierras y culturas. Vagó el genovés por las cortes europeas recibiendo burlas o, en el mejor de los casos, ofertas de financiación con aviesos fines comerciales que incluían, por supuesto, el exterminio de todo lo que encontrara allende los mares y la confiscación de toda riqueza, para dejar a los nativos más desnudos de como los encontrara.

Desalentado por el materialismo imperialista, el pobre navegante recaló en la colorida España y, ya casi sin ganas, volvió a hacer su número del huevo ante Isabel y Fernando, Reyes Católicos, tan católicos que por ese mismo año de 1492 habían echado al último moro de Granada y habían roto la convivencia pacífica (única en la historia) de judíos, musulmanes y cristianos, con su imposición: quienes no se convirtieran al catolicismo debían salir de la península so pena de ser quemados en la hoguera. ¡Una parejita amorosa! Sensibles, sin interés comercial y sin ambición de poder, sólo querían llevar la fe a los herejes de más allá del horizonte (¿recuerdan a Catriel?), convencerlos de que el desnudo ofende la decencia, que el cuerpo es la trampa del diablo, que el baño diario es una herética vanidad y que, de haber riquezas minerales, estarían mejor aprovechadas en España, donde se les podía dar mejor destino humanitario.

Así, sólo por la fe, el navegante reclutó hombres rudos, que amaban el mar y su inclemencia, sobre todo si lo comparaban con las malolientes mazmorras donde habían pasado la mitad de su existencia. Hombres que habían delinquido, sí, pero que ahora encontraban el camino de la redención al convertirse en mensajeros de la fe. Desafiando los vientos y las olas, los peregrinos del amor y el progreso cruzaron los mares entonando canciones impregnadas de mensajes morales, ni un sí ni un no entre ellos. Y no se mosquearon cuando el navegante genovés les informó que había errado la ruta y que las Indias Occidentales no eran lo que su mapa indicaba. "¡Qué importa! –gritaron–, la aventura es la aventura", y ahí nomás improvisaron un número musical creación de los hermanos Pinzón –más conocidos como los pinzones– que hasta el día de hoy alegra las murgas barriales del carnaval.

Al llegar a tierra firme encontraron arenas blancas, aguas cristalinas, corales y pájaros exóticos, y una brisa tropical que mecía las palmeras como nativas de sensuales caderas. Faltaba un Sheraton Resort y ése era el paraíso terrenal. "¡Ya vendrá!", gritó el genovés. ¡Ya vendrá! Allí aparecieron nativos y nativas con caras sonrientes y ofrecieron a los viajeros todo lo que tenían (y cuando decimos todo, decimos todo). El genovés, emocionado, dijo: "¡Tierra generosa, gracias, volvamos a España; esto era todo lo que quería saber! ¡Hay otra civilización aparte de la nuestra!". Un cacique lo tomó del hombro y lo llevó en una nave espacial a recorrer el continente, le mostró pirámides dignas del Egipto Antiguo, le hizo probar el café y un puré de papas excepcional, le preparó un cigarro con tabaco del mejor, le dio ungüentos curativos para sus escaldadas carnes genovesas que no recibían un baño desde el bautismo y le dijo: "Con respeto mutuo, podemos hacer grandes negocios". El genovés contestó: "De eso se trata", y fuese con su tripulación llevando algunos souvenirs y dos indias que morían por ir de tapas en Madrid.

Y así, con mutuo respeto y libre albedrío, dos civilizaciones se unieron creando la hermandad  panamericano-europea, sin fines de lucro. ¡Ah! Al continente descubierto lo bautizaron "América", que muchos siglos más tarde fue "América para los americanos". Y lo sigue siendo, gracias a la Doctrina Monroe (nada que ver con Marilyn).
 

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