Cae la tarde en Tarija, al sur de Bolivia, y la señorita acude rápida al llamado. “¿Tiene café?”, la interroga el ingeniero. “No hay porque sin luz no funciona la máquina”, responde la mujer, mientras limpia la mesa y maniobra con su trapo húmedo entre las velas y el sol de noche. Para un forastero resulta paradójico comprobar que la Kuwait de Bolivia, el centro de la guerra del gas que ha acabado hace unos días con el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, no cuente aún con un sistema energético que evite esos bochornos pese a estar sentada sobre una gigantesca reserva de gas. Esos depósitos son los más grandes del hemisferio después de los venezolanos y suficientes para abastecer por más de 1.200 años según las estimaciones. Los tarijeños temen que el presidente Carlos Mesa, que reemplaza a Lozada, modifique la ley de Hidrocarburos, que estipula que del 18% de regalías que debe percibir el país, el 11% quedan en Tarija. Uno de los expertos locales, el geólogo Carlos Cerroni, estimó que el negocio total dejaría en 20 años US$ 16.000 millones para Tarija. Los Andes, 27 de octubre de 2003. 

 
Los Andes (Mendoza), 27 de octubre de 2003.

Tarija, la Kuwait pobre de Bolivia que algunos quieren independiente


Tarija, Bolivia. Cae la tarde en Tarija, al sur de Bolivia, y la señorita acude rápida al llamado. “¿Tiene café?”, la interroga el ingeniero. “No hay porque sin luz no funciona la máquina”, responde la mujer, mientras limpia la mesa y maniobra con su trapo húmedo entre las velas y el sol de noche. “¿Y jamón, habrá jamón?”, le pregunta el otro hombre, hambriento, buscando sus ojos en la oscuridad. “No, porque sin luz no anda la cortadora”. Al fin, vencidos, con cierta incomodidad, ambos hombres acuerdan: “Está bien, traiga agua nomás”.

Para un forastero resulta paradójico comprobar que la Kuwait de Bolivia, el centro de la guerra del gas que ha acabado hace unos días con el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, no cuente aún con un sistema energético que evite esos bochornos pese a estar sentada sobre una gigantesca reserva de gas. Esos depósitos son los más grandes del hemisferio después de los venezolanos y suficientes para abastecer por más de 1.200 años según las estimaciones.

Claro que la actualidad noticiosa de Tarija tampoco termina allí. Montados en esa autosuficiencia que da el olor a dinero fresco y cercano, los tarijeños mantienen ahora en vilo a buena parte de Bolivia bajo la amenaza de forzar una autonomía del territorio.

Fundada en 1574 y capital del departamento del mismo nombre, a 200 kilómetros de Argentina, la ciudad planteó su reclamo la semana pasada en una marcha de miles de personas. En su mayoría, respalda una polémica venta de gas a EEUU.

La razón es que se sabe eventual acreedora de jugosas regalías. Pero no todo es tan sencillo. La mayoritaria población del occidente altiplánico, de origen quechua y aimará, se opone a la exportación. Algunos rechazan que el gasoducto pase por Chile y otros exigen que antes se abastezca de gas al país.

Apenas 0,77% de la población tiene acceso al fluido. Pero es cierto que el tema condensa la desconfianza de muchos bolivianos al capital extranjero, visto siempre aquí como expoliador.

Ese fue el ánimo en la convulsión que vivió el país hace 9 días, cuando Lozada debió renunciar a su cargo tras un mes de huelgas y violencia que dejó decenas de muertos. Entre otros reclamos, la mayoría se opuso a la inicial idea de su gobierno de vender el gas, aunque el repudio manifestó con claridad el rechazo casi unánime a una política económica neoliberal que empobreció aún más a este alicaído país.

Pero Tarija, en rigor, asoma como una Bolivia distinta. Ante el rostro caótico, asfixiante, indiano de La Paz, surge otra dimensión del país, pueblerina, siestera, más hispánica. No predominan aquí los aimarás o los quechuas -que pueblan el Altiplano- y apenas hay guaraníes. La mayoría es mestiza y la migración es cada vez mayor. La capital tiene 150.000 habitantes y el Departamento unos 400.000.

La plaza principal es un espejo de la región y de cómo intenta diferenciarse. Durante la reciente y populosa marcha por el gas nadie destruyó las centenares de rosas rojas y blancas de sus prolijos canteros. Al crepúsculo, cuando los últimos destellos de sol se filtran por las palmeras, un suave olor a jazmines adormece a los lugareños. Y sobre las calles, miles de pétalos lilas de los jacarandaes hacen de alfombra natural para los automóviles.

“¿Si esto muestra que tenemos plata? Bueno, somos el 10% del PBI nacional. Pero el gas nos daría US$ 150 millones al año, unas 12 veces más que el ingreso actual”, afirma Luis Lema, el intendente de Hidrocarburos de Tarija.

Los tarijeños temen que el presidente Carlos Mesa, que reemplaza a Lozada, modifique la ley de Hidrocarburos. Esa ley estipula que, del 18% de regalías que debe percibir el país, el 11% quedan en Tarija. Uno de los expertos locales, el geólogo Carlos Cerroni, estimó que el negocio total dejaría en 20 años US$ 16.000 millones para Tarija.

Cuando vuelve la luz, el ingeniero admite que hay clima de rebelión y el reclamo de autonomía está en el aire.

“Pero la autonomía me suena a vascos o catalanes. Me gusta más una federación” expresa.

Los tarijeños se quejan de que el Estado central no los escucha y no quieren financiar a otras regiones a las que consideran contrarias al progreso, como las zonas altiplánicas ocupadas por los indígenas.

¿Podría acaso la autonomía acabar en una secesión? Nadie lo dice pero el ánimo separatista es visible.
 
 

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