Fiesta de la Pachamama es una de las pocas expresiones auténticas que aún se conservan en nuestro suelo. Con el argumento de atraer a más turistas y con el correr de los años, se fue desvirtuando. Hasta se llegó a imponer durante el gobierno militar que las copleras bebieran gaseosa, desconociendo la importancia que el vino tiene en el ritual. El año pasado, la Fiesta de la Pachamama intentó volver a ser lo que fue en sus comienzos y fue organizada por el Consejo de Ancianos. Se devolvió el protagonismo a la comunidad y el encuentro tuvo buena repercusión. Sin embargo, ahora, a pocas semanas de una nueva edición, las aguas volvieron a dividirse por la injerencia del Estado paternalista que, en el afán de vender un espectáculo turístico, quiere decidir nuevamente sobre la organización de la Fiesta.  La Gaceta (San Miguel de Tucumán), 20 de enero de 2003. 

 
La Gaceta (San Miguel de Tucumán), 20 de enero de 2003.
 

La Pachamama

La organización de la Fiesta vuelve a dividir las aguas.

El autoritarismo y el paternalismo fueron siempre expresiones de los pueblos dominantes. El modo más profundo de sometimiento fue ejercido -lo sigue siendo- a través de la lengua, de la cultura y de las religiones. “Quien pierde su identidad nunca será dueño de su destino”, suele decirse. Justamente la globalización -en una de sus vertientes negativas- promueve en forma velada la desaparición de las identidades culturales de los pueblos económicamente débiles, para imponer el modelo del poder económico actual. Es decir, ya no se trata de que las partes diferentes conformen un todo, sino que en el todo no haya diferencias.

Los pueblos indígenas que viven en nuestra tierra padecen aun el paternalismo de sus mismos hermanos argentinos. Su cultura ha sido casi destruida por el constante bombardeo de expresiones del mundo de consumo a través de los medios de comunicación, que les imponen modas y costumbres ajenas a su idiosincrasia, hasta el punto de obligarlos a renegar con frecuencia de sus raíces. Las pocas expresiones culturales que les quedan son a menudo explotadas comercialmente por otros que hacen su negocio y poco o nada dejan en la comunidad.

La Fiesta de la Pachamama es una de las pocas expresiones auténticas que aún se conservan en nuestro suelo. Con el argumento de atraer a más turistas y con el correr de los años, se fue desvirtuando. Hasta se llegó a imponer durante el gobierno militar que las copleras bebieran gaseosa, desconociendo la importancia que el vino tiene en el ritual. Se incorporó un festival folclórico con artistas de renombre que poco tienen que ver con la hermosa celebración ancestral, y que fue desplazando paulatinamente a sus verdaderos protagonistas: los cantores, músicos y artesanos del pueblo. Es difícil imaginar al “Chaqueño” Palavecino, por ejemplo, cantando en la Diablada de Oruro. Las calles amaicheñas fueron conquistadas por foráneos mercados persas -sapos de otra laguna- que sacaban provecho de la Madre Tierra.

Curiosamente, son los extranjeros quienes vienen a grabar a las copleras y violinistos porque en otros continentes no existen ya o están en extinción las expresiones telúricas. Sencillamente, buscan lo que no tienen.

El año pasado, la Fiesta de la Pachamama intentó volver a ser lo que fue en sus comienzos y fue organizada por el Consejo de Ancianos. Se devolvió el protagonismo a la comunidad y el encuentro tuvo buena repercusión. Sin embargo, ahora, a pocas semanas de una nueva edición, las aguas volvieron a dividirse por la injerencia del Estado paternalista que, en el afán de vender un espectáculo turístico, quiere decidir nuevamente sobre la organización de la Fiesta.

Cabe preguntarse entonces si el culto de la Pachamama pertenece a los amaicheños o al Gobierno provincial.
¿Por qué no dejar que la comunidad decida libremente lo que quiere hacer con sus tradiciones? Hasta ahora, muchos “emprendedores” y filibusteros hicieron dinero con la Fiesta de la Pachamama, menos la comunidad de Amaicha. La función del Estado, en todo caso, debería ser la de aportar sus recursos e infraestructura. Podría ocuparse, por ejemplo, de recuperar la hostería provincial de Amaicha, que está abandonada hace una década. Se trata, por otro lado, de que ese pueblo se una y defienda sus raíces, que es el único modo de ser dueño de su destino y de su dignidad.

En caso contrario, todo seguirá siendo como decía Atahualpa Yupanqui: “uno oficia de trueno y es pa’ otros la llovida”.

Por Roberto Espinosa

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