Son chicos que viven en el lejano paraje Chipauquil, al pie de la meseta de Somuncura, donde nacen las vertientes que dan vida al Arroyo Valcheta. Y en este año, a la fiesta de colación se sumó que los cinco egresados y dos compañeros de un grado inferior fueron protagonistas de una historia que trascendió los límites del paraje que habitan. Su leyenda fue premiada por el ministerio de Educación de la Nación como la mejor de Río Negro, aunque la tarea de los jurados no fue nada sencilla, ya que hubo otras historias hermosas muy bien contadas. Rio Negro (Viedma), 2 de diciembre de 2003.
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Chicos del paraje Chipauquil recibieron un premio de Nación
Además, cinco alumnos de la Escuela Nº 76 acaban de egresar. Escribieron una leyenda para un concurso nacional y ganaron.
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![]() Los chicos, felices por el premio y el egreso de cinco compañeritos |
Son chicos que viven en el lejano paraje Chipauquil, al pie de la meseta de Somuncura, donde nacen las vertientes que dan vida al Arroyo Valcheta.
Entre el verde de la arboleda que riega este curso de agua y el siena de la estepa xerófila autóctona, se ubican el albergue y la escuela hogar Nº76 "Luis Pasteur". También hay un par de casitas conectadas y a algunos metros dos o tres puestos de campo.
De los veinticinco alumnos del paraje, cinco egresaron la semana pasada. Motivo suficiente de alegría para sus padres, que llegaron de lejos a presenciar el acto y unirse con la comunidad educativa en una cena -a base de chivo y cordero- que siguió con un baile familiar.
Y en este año, a la fiesta de colación se sumó que los cinco egresados y dos compañeros de un grado inferior fueron protagonistas de una historia que trascendió los límites del paraje que habitan.
Junto al docente Jorge Cumio, los siete chicos fueron autores de un relato acerca de una vieja leyenda que aún se cuenta en la meseta de Somuncura.
Por la calidad del texto, recibieron un premio a nivel nacional, lo que posibilitó que al menos alguna mínima parte del país tomara conocimiento de que este paraje existe.
De que, a un albergue escolar situado junto a un arroyo, a 70 kilómetros al sur de Valcheta, asisten chicos cuyos padres habitan campos de uno de los sitios más hermosos y misteriosos, pero a la vez uno de los más inhóspitos del sur argentino.
Para el día de la fiesta, mucha gente llegó de visita al lugar.
Por lo general son habitantes de campos distantes, ubicados en la parte alta de la meseta. Como don Teófilo Pazos, que vive en la Laguna Azul, perdido con su familia en las soledades más profundas..
Otros, son de Arroyo El Salado, un paraje cercano que ya ni escuela albergue tiene. Ahora, los chicos de esa zona son también alumnos de Chipauquil. Hombres y mujeres confluyen desde lejos en sus viejas camionetas deterioradas por el tiempo y la rigurosidad de los caminos. O a caballo.
Vale la pena el largo trayecto. No todos los días un hijo de un habitante de los campos del sur rionegrino recibe su diploma de séptimo grado. El motivo de la reunión es trascendente y por eso la fiesta se extiende hasta casi l mañana.
Los padres sueñan con que el futuro de sus hijos sea distinto al suyo. Al menos que puedan insertarse en la sociedad, con posibilidades de crecimiento individual y satisfaciendo sus necesidades básicas.
Las familias se unen para celebrar ambos hechos: el fin de un nuevo ciclo lectivo y el premio.
Los campesinos, hombres y mujeres,
en casi su totalidad de sangre mapuche, con un muy bajo nivel de escolaridad
y en muchos casos analfabetos, se interrelacionan con los docentes, los
porteros y hasta los tres policías del destacamento del lugar. En
un marco de total camaradería y buena convivencia dan rienda suelta
a la alegría. Quieren que sus hijos empiecen una nueva etapa, soñando
con un futuro mejor. Un futuro en el que no haya fantasías con que
la piedra caminadora de la leyenda les engorde y reproduzca el ganado,
sino que sea su esfuerzo, su trabajo y sus conocimientos los que los posicione
mejor frente a un mundo que ahora los relega.
De la laguna a las cuevas
Teófilo Pazos, o "Pasito" como lo llaman los lugareños, tiene apenas 57 años. Pero tantas historias que parece que hubiera vivido tres décadas más. Sin embargo no quiere hablar de la "piedra caminadora". Su sonrisa constante no permite dilucidar si es que le teme, que no la conoce o que simplemente no cree de su existencia.
Atentamente escucha lo que cuentan Pérez y Huenchupán. Pero no aporta. A su turno, Pazos cuenta su historia. Vive en plena meseta de Somuncura, en un sitio llamado Laguna Azul, en la soledad más absoluta, solamente acompañado por su mujer, algunos de sus seis hijos, sus chivos y sus caballos.
De tanto en tanto, baja en su camioneta a buscar provisiones. "Nunca me voy a ir, ni siquiera lo pensé cuando creció la laguna y me tuve que ir a las cuevas", afirma.
El relato de Pazos es increíble, pero real. Todos en Valcheta y zonas cercanas saben que Pazos vivió hace dos años más de 180 días en cuevas, debido a que la laguna creció a raíz de fuertes lluvias y le inundó la casa en la que vivía. "Los animales se salvaron pero yo perdí todo", dice sin perder la sonrisa. Con cierta bronca asegura que ni los comisionados de fomento, ni los intendentes de pueblos cercanos lo ayudaron cuando necesitaba una mano para rehacer su hogar. Pazos había construido su casa de ladrillos, hechos con un barro rojo que obtuvo junto a la laguna. Todo fue arrastrado por el agua.
Como su abuela, "hace como cien años" -según cuenta el hombre- "volví a las cuevas con mi familia, ahí dormíamos, soportando el frío y la humedad, hasta que con mis propias manos pude construirme una casa de piedras". Usó para eso el basalto de la meseta que cargó en su Ford 74, en la que recorre los caminos más difíciles. "Hasta ésta quedó bajo el agua", dice sonriendo mientras acaricia su vehículo.
Hoy Pazos sigue allí, mientras algunos de sus hijos están recorriendo el sur trabajando en la esquila, otros en los albergues escolares y otros acompañándolo en su casa.
El vive en la laguna, en plena meseta
y nada hará que deje lo que sus ancestros mapuches pelearon por
conservar.
"La piedra caminadora", la leyenda ganadora
"Cuentan que desde hace mucho, pero mucho tiempo, vaga por la meseta de Somuncura, en la zona de Cerro Merlo, una piedra que se diferencia de otras, conocida como 'la piedra caminadora', que hace tratos con los lugareños que la encuentran y tienen el coraje de hacerla suya. En ese pacto que se lleva a cabo entre el humano y la piedra, ésta le brinda la protección a su rebaño, le garantiza un aumento del mismo y un buen pasar. Como contrapartida, la piedra debe recibir los mejores animales y si la persona que la posee no le cumple, se lleva la vida de sus seres más queridos".
Así comienza el relato que siete chicos de la escuela hogar de Chipauquil presentaron al programa nacional "Escuela y medios" para participar del concurso nacional "Personajes y leyendas de mi lugar".
Su leyenda fue premiada por el ministerio
de Educación de la Nación como la mejor de Río Negro,
aunque la tarea de los jurados no fue nada sencilla, ya que hubo otras
historias hermosas muy bien contadas, como "Doña Bertadina y el
sauce mimbre" de la Escuela Nº342 de Allen, o
Una historia que escucharon en su casa
No es casual el tema que los chicos eligieron para el relato. La versiones sobre la 'piedra caminadora' recorren la meseta silbando en voz baja, como el viento. Los padres de los chicos coinciden en que "si uno no la sabe cuidar, se le vuelve en contra", como dice don José Pérez, un campesino de la zona y padre de alumnos que asisten a la escuela Nº 76 del paraje.
Los relatos de los paisanos varían en la forma que se le adjudica a la piedra. Es pequeña, "como un trahuil", dice Isidoro Huenchupán, a quien su padre le contaba la historia de un hombre de campo, en la zona de la Laguna Mallín, que gracias a la piedra había incrementado su hacienda.
Cuando Jorge Cumio se enteró de que se abría un concurso para escuelas rurales en las que podrían participar los alumnos contando leyendas de su zona, pensó enseguida en proponérselo a los suyos. "Nos dividimos en grupo y cada uno buscó una leyenda", cuentan los chicos. Finalmente, la que Isidoro Huenchupán les contó a sus hijas Verónica y Vanessa fue la que salió elegida.
Además del relato del padre, fueron a los libros y complementaron lo que les habían contado con nuevos datos. El trabajo final fue elaborado por las hermanas Huenchupán, Hernán Ochoa, Ricardo Pazos -hijo de Téofilo- Gisela Bruce, Lorena Alvarado y Rocío Echeverría.
Apoyado junto a los asadores que sostienen los chivos, bajo el increíble cielo de Chipauquil, José Pérez relata aquello que su madre alguna vez le contó. "De día tiene forma de muñeco, de ser humano. En la noche vuela. Yo lo he visto, es como una forma de cabeza con chispas, con un fuego atrás", afirma y concluye con misterio.