¿Es posible recuperar entre los mapuches la amistad cívica y aquel debate democrático que caracterizó el obrar de nuestros ancestros? ¿Será posible incluir entre "los nuestros" a quienes piensan o sienten su mapuchidad de manera diferente?
Me cuenta un tío que una de las costumbres que más extraña tras emigrar a la ciudad es la del “nütram”. Es decir, la conversación o el acto de poner en común la palabra con otros mapuches. “Recuerdo que nos juntábamos alrededor del fogón o la cocina a leña y vamos conversando toda la noche. Hasta cinco teteras nos vaciábamos con los parientes o vecinos de otras comunidades que nos visitaban, dele mate y conversa”, relata el tío Roberto.“Siempre se partía con un pentukun, un saludo, y luego hablábamos de todo un poco. No faltaba el ulkantun (canto) o alguien que contaba un epew (cuento) o un piam (relato). Hasta parejas se formaban en esas juntas”, rememora. Hoy, en el asfalto de la ciudad, lejos está el tío Roberto de compartir este tipo de instancias con otros hermanos o hermanas de pueblo. Ello, no lo niega, le duele. “Acá es todo más frio, cada quien vive su vida, tengo vecinos mapuches en mi villa pero a ratos ni siquiera nos saludamos. Es triste ver eso”, concluye.
Converso con otro familiar, esta vez miembro de la comunidad y activo dirigente social. Él tampoco parece muy satisfecho con los tiempos actuales. Se trata de mi primo Francisco, quien reconoce extrañar los tiempos en que los dirigentes anteponían a sus motivaciones individuales o de su organización, los intereses de nuestro pueblo.
“Koyaktu le llamaban los mapuches antiguos al acto de debatir y tomar acuerdos internos en política. Parlamento le llamaron los españoles. Se hacían grandes trawun (reuniones) y se debatía durante días, grandes discursos de grandes oradores, siempre en mapudungun. Los viejos eran sabios; el koyaktu no terminaba hasta que el último lonko no estuviera de acuerdo. Era un ejercicio de democracia y pluralismo”, señala mi pariente.
“Hoy poco y nada de eso va quedando”, agrega. “Cada dirigente pelea por su comunidad o la organización a la que pertenece. Muchas veces defienden solo intereses familiares o de partidos winkas que nos han dividido y echo pelear entre nosotros. Uno mismo ya ni ganas tiene de reunirse con otros dirigentes. Cuando a uno lo invitan a reuniones dice, ¿para qué? si al final cada quien tira pa’ su lado, cuida sus propios intereses”, se lamenta.
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Nütram, pentukun, koyaktu, trawün; conversación, saludo, parlamento, reunión. ¿Cómo definir la Cumbre ENAMA (“Encuentro Nacional Mapuche”)? He aquí un comienzo. Y es que lejos de caricaturas sobre su perfil “pro-gobierno”, “empresarial” o “ABC1”, ENAMA es ante todo una inédita y bienvenida instancia de encuentro entre mapuches. Inédita, porque trasciende colores políticos, partidistas o de adscripción a tal o cual comunidad u organización social. En ENAMA lo único que importa a fin de cuentas es la condición de mapuche, es decir, el orgullo por nuestra identidad nacional, que es también la de nuestros ancestros y la que proyectarán al futuro nuestros hijos y nietos. Y bienvenida porque en tiempos de individualismo y atomización, de dispersión y desconfianzas, siempre se debiera aplaudir la posibilidad de juntarse entre mapuches y poner algunas cosas en común.
Eso es, por un lado, ENAMA; una instancia para reunirnos y reencontrarnos. Para conocernos y también por supuesto, reconocernos. ¿Cuándo fue la última vez que mapuches aplaudieron de pie a un hermano o hermana de pueblo, destacado por su aporte a la sociedad? Pues bien, en los cinco seminarios previos a esta gran Cumbre ENAMA 2012, más de 30 destacados representantes de la sociedad mapuche actual se han ganado el aplauso y el afafan (celebración) de su gente, ello al compartir emotivos retazos de su historia personal, familiar y profesional. Hablamos de historias de esfuerzo, de lucha constante, de disciplina, rigor y trabajo, mucho trabajo. Historias que siendo finalmente exitosas, también nos remiten al despojo territorial y a la pobreza, a la discriminación y el racismo. A lo que implica ser mapuche en Chile, en definitiva.
“Yo pensé que me iba a morir sin nunca recibir una invitación a un encuentro con mis hermanos mapuches”, me señala Wilfredo Antilef, destacado empresario y quien expuso su historia de vida en el primer Seminario ENAMA desarrollado en noviembre del año pasado. En aquella ocasión también expuso Inalaf, Calfucura, Melinao y Painecura, destacados hombres de negocios, emprendedores en rubros tan diversos como la agroindustria, la construcción, el turismo y la gastronomía de alto nivel. Y ojo, cada quien con su propia visión política, a ratos contrapuestos entre ellos mismos, pero con una característica central; amantes como pocos de su identidad mapuche. “Patriotas de la raza, mapuches de tomo y lomo”, como los retrataría de seguro mi abuelo Alberto Millaqueo.
Y es que de eso también se trata ENAMA; de poder encontrarnos aceptando y reconociendo nuestra diversidad interna como pueblo. ENAMA corrobora una gran verdad; los mapuches tenemos una identidad, pero eso no significa que seamos idénticos. Aceptarlo es un mandato cultural; y por qué no decirlo, también un deber democrático. ¿Es posible respetar las ideas de otros mapuches, sobre todo cuando estos nos llevan la contraria? En lo personal estoy convencido que si. Nuestros ancestros lo hicieron. Y quizás por ello –y no por su capacidad guerrera, que nos caricaturiza desde la Colonia como violentos y agresivos- prevalecieron al mayor Imperio colonial de su tiempo. Tal vez de ello trataba precisamente el Koyaktu, este Parlamento que tanto señala extrañar mi pariente allá en la comunidad de Boroa.
Koyaktu, reunirse, debatir, negociar, tomar acuerdo, pactar alianzas estratégicas, una institución clave de la Alta diplomacia mapuche de los siglos anteriores, que maravilló a cronistas y viajeros de diversas nacionalidades que recorrieron el País Mapuche. “En su gobierno aunque no tienen estos indios una cabeza, tienen mucho de lo que llaman los políticos ‘democracia’, que es un gobierno popular que llaman imperium populate, pues para cualquiera cosa de importancia se juntan todos y principalmente los caciques y convienen en lo que han de hacer”, relataba en el siglo XVII el cronista español Diego de Rosales, autor de la monumental “Historia General del Reino de Chile”.
¿Es posible recuperar entre los mapuches la amistad cívica y aquel debate democrático de ideas que caracterizó en su momento el obrar de nuestros ancestros? ¿Será posible incluir entre “los nuestros” a quienes piensan o sienten su mapuchidad de manera diferente? No aceptar el pluralismo mapuche, la diversidad de voces y proyectos existentes, nos convierte en todo aquello que decimos combatir. Que lo entienda la dirigencia mapuche actual, quizás una batalla perdida, lo reconozco. Que lo transformen en máxima las nuevas generaciones y liderazgos de nuestro pueblo, resulta clave. Y es que el País Mapuche o somos todos –me refiero a los del campo y la ciudad, los de izquierda y de derecha, los awinkados y los tradicionalistas, los originales y los champurrias- o bien es algo por lo que créanme no vale la pena luchar. Y en ello incluyo por cierto a nuestros vecinos chilenos, los descendientes de colonos y todo aquel que elija nuestro suelo como su hogar para vivir.
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“Es una posibilidad de hacernos cariño entre mapuches”. Así definí ENAMA, medio en broma, medio en serio, tras asistir al primer Seminario, invitado en ese entonces en mi calidad de director de los periódicos “Azkintuwe” y el recién fundado “MapucheTimes”. Luego, tras integrarme de manera entusiasta al equipo directivo, mi opinión no varió ni siquiera un ápice. “¿Cuándo fue la última vez que estuvo invitado a una actividad mapuche?”, pregunté a Juan Cayupi, tal vez uno de los vulcanólogos más famosos de Sudamérica, invitado a exponer su historia a otro de los Seminarios. “No recuerdo. Debió ser hace mucho”, me respondió tratando de hacer memoria. “¿Alguna vez había sido homenajeado por otros mapuches dada su brillante labor profesional?”, insistí. “No, eso nunca me había sucedido”, señaló, casi con resignación.
¿Cómo es posible que hayamos permitido esto? ¿En qué momento dejamos de honrar la vida y obra de nuestros propios pares? Con nosotros en aquel Seminario ENAMA estuvo el peñi Cayupi, hablándonos de su destacada labor en la ONEMI, de sus cursos de vulcanología y terremotos en Japón, de su pasión por los volcanes, “allí donde habita el Pillan”, según nos confidenció. En el escenario de ENAMA estaba Juan Cayupi, contando su historia ante 200 mapuches que lo escuchaban atentos y maravillados. Y gracias al “nütram” fue quedando atrás el vulcanólogo y apareció de improviso el mapuche; el Cayupi nieto de uno de los más grandes diputados mapuches de la primera mitad del siglo XX, el Cayupi eximio hablante de mapudungun, el Cayupi amante de su pueblo y orgulloso representante de sus orígenes. Cuando terminó, el aplauso créanme resultó ensordecedor.
Hacernos cariño. Tanta falta que nos hace como pueblo. Reconocer y aplaudirnos entre nosotros mismos. Ser profetas en nuestra tierra. “A ratos nos hemos endurecido tanto contra el winka y el Estado, que en el camino hemos ido de a poco perdiendo la ternura y la nobleza. Eso no nos puede pasar”, reflexiona un amigo mapuche, con quien converso sobre ENAMA y los temas que pretendo abordar en esta columna. ENAMA, puedo dar fe de ello, representa una tremenda oportunidad para volver a retejer estos lazos rotos como pueblo. Y situar lo nuestro, lo mapuche, en el sitial de honor que realmente se merece. Cambiar, en lo posible, la mirada prejuiciosa que tiene sobre nosotros gran parte de la sociedad chilena. Hacer pedagogía, abrirnos al dialogo intercultural, transformar Temuco, esta ciudad que se fundó como Fuerte Militar, en un real espacio de convivencia interétnica.
“Hacer que lo mapuche deje de ser sinónimo de conflicto. La región y el país tienen una tremenda oportunidad con nuestro pueblo. Mostrárselo es uno de los deberes de ENAMA”, me señaló en su momento Hugo Alcaman, coordinador de la iniciativa. Concuerdo absolutamente. Chile y La Araucanía tienen en el Pueblo Mapuche una oportunidad de oro. La sociedad regional, sea el ciudadano de a pie o los empresarios, sea la sociedad civil o las autoridades públicas, tienen en nuestro pueblo una puerta abierta. Sin negar la existencia de conflictos no resueltos que nos duelen y negaciones y atropellos que persisten, ha llegado la hora de relevar también aquello que nos une y nos proyecta hacia el futuro. Lo señalé en Tolerancia Cero: “Los mapuches vamos avanzando hacia el siglo XXI. La pregunta es si Chile nos quiere o no acompañar”. ENAMA, estoy convencido, es una bella invitación para hacerlo juntos.
POR PEDRO CAYUQUEO -
* Publicado originalmente en www.theclinic.cl