Estamos ante un momento único. Se trata de discutir, pensar y accionar tras la autonomía que venimos proponiendo desde el periodo dictatorial y que fue burlado por las políticas indigenistas del neoliberalismo multicultural y sus prácticas extractivistas post dictadura. Para ello el Estado chileno tiene que cambiar y el momento constituyente que ha creado el sacrificio y lucha de los pueblos tiene que quedar inscrito en el principal instrumento político, la Constitución.

I- Radiografía de un poder deslegitimado
El "Acuerdo por la Paz y una nueva constitución" busca reposicionar como representantes de los intereses del pueblo a quienes son parte del problema de gobernabilidad: los partidos políticos, sus respectivos parlamentarios y el gobierno. Hablan desde un republicanismo que pone al centro el poner un salvavidas a la institucionalidad y el orden público, sin hacerse cargo, y olvidando, las violaciones sistemáticas de los derechos humanos que impulsa el ejecutivo en coordinación con el ejército y carabineros, cuestión que al no ser atendida se acrecienta en su crueldad y sistematicidad, como hemos presenciado este último mes de noviembre en Chile y wallmapu.

Estos hechos demuestran que Piñera es un presidente que carece de legitimidad, no sólo por haber sido escogido, en sus inicios, por la mitad de un cuarto del padrón electoral potencial, sino también por haber sacado a los militares y entregar su respaldo constante a la labor de una policía militarizada que no ha trepidado en descargar su furia contra la manifestación pacífica y los ciudadanos del país. Existen muertos, mutilados/as, vejadas/os, violadas/os que no han tenido justicia, contención, ni reparación hasta hoy.

Es así como el representante del ejecutivo, como también el conjunto de la clase política, se ha deslegitimado. Se ha podido demostrar que inmoralmente viven con privilegios, tráficos de influencia, colusión y ahora último, con una misión auto-impuesta de ser los salvadores por medio de acuerdos ("por la paz") que dejan fuera a los verdaderos protagonistas del estallido social: la ciudadanía y los pueblos indígenas habitamos el país, los sujetos políticos reales y legítimos de este momento histórico.

El lenguaje del poder articula su argumentación en la mentada "Paz", la misma que escuchamos en lo que llaman la "pacificación de la Araucanía" como en la propaganda de la multigremial "paz en la araucanía". La paz vuelve en boca de quienes no trepidan en usar una fuerza brutal y desmedida en contra de quienes denuncian su precaria situación, reclaman o exigen derechos y se oponen a un orden segregador y desigual. La paz como parte de un discurso ideológico pretende la desmovilización en un contexto de Terrorismo de Estado, que hoy se encargan de confirmar las misiones internacionales de derechos humanos que visitan el país.

II- Los Pueblos como sujetos históricos y políticos
Como en otros momentos de la historia del país la juventud ha cargado con la responsabilidad de promover los cambios, ellos están en la "primera línea". Hacen tambalear e impugnan las viejas y anquilosadas estructuras de representación y participación en contextos de multiculturalismo neoliberal. Su actitud representa un cambio generacional que lo es también en el discurso. La represión se ha dirigido contra todos los grupos sociales movilizados, sin embargo, se ensaña contra los jóvenes chilenos como de los pueblos indígenas, Mapuche principalmente. Estos portan identidades políticas de resistencia que el poder pretende cercenar y transformar en identidades de sumisión. Su poder moral y su memoria ?que transcurre también por tecnologías que son alternativas al monopolio de la comunicación pública? pueden el día de mañana des balancear los equilibrios electorales a que la elite dirigente del país nos habituaron. El poder teme, pero debe extenderles el derecho a voto que ellos sabrán cuando usar, voluntad y discernimiento no les falta.

El movimiento social chileno transversalmente se ha permeado de contenido simbólico indígena. Las banderas representativas de los pueblos indígenas (wenufoye, wipala, rapanui), las actitudes, estéticas e iconos que acompañan las defensas de los territorios, son culturas de resistencia que se traspasan, se apropian, circulan como aprendizajes fecundos de lucha que sabemos cuando estallaron, aunque no vislumbramos su culminación. Este simbolismo y las potenciales alianzas del momento de inflexión constituyente que vive el país debiera potenciar la discusión profunda y fraterna de temas estratégicos para los pueblos como son la Autonomía y Autodeterminación, la Plurinacionalidad y la participación política. Esto también es un desafío del movimiento social, así como del movimiento mapuche en particular, pues, ¿Qué involucran estos conceptos? ¿Cuántas visiones hay sobre ellos? ¿Cómo evitamos una apropiación discursiva e insustancial para no reproducir un neoindigenismo multiculturalista ahora constituyente?

La plurinacionalidad es transversal a los movimientos sociales detrás del estallido, va configurándose en el imaginario, va adquiriendo peso histórico. Desde los mundos indígenas se carga de significados y derechos relacionados a territorios, autonomía y autodeterminación. Los pueblos y sus memorias hoy impugnan las construcciones binarias y racistas de nacionalidad que negaron la diversidad indígena y actúan con xenofobia hacia ciertos inmigrantes. Comprendemos y alentamos los procesos de etnogénesis subyacentes en este despertar social que impugnan los órdenes socio-raciales existentes y abren las compuertas del entendimiento de una conciencia social e histórica contra hegemónica al estado-nación; contra la idea de una única nación.

La lucha contra la dictadura la dimos el conjunto de pueblos, sin embargo, bajo los posteriores gobiernos civiles y mientras los chilenos eran intermediados por una partidocracia que capitalizó su lucha, los pueblos indígenas seguimos exigiendo nuestras tierras y derechos durante 30 años al costo de enfrentar solos al poder. El aprendizaje salta a nuestra vista, se avanza y cambian los modelos impuestos (el dictatorial, el neoliberal) cuando los pueblos hacen alianzas, se unen y se comportan con empatía, respeto y reconocimiento.

III- Alianzas para la Autodeterminación de los Pueblos
Una de las antesalas de este llamado estallido fue el fallido y frustrado intento de consulta indígena que hizo el gobierno respecto a la venta, arriendo y capitalización de nuestras tierras. El propósito de esta medida y del ?plan impulso? que implementa en la región demuestran el interés desmedido por dejarnos expuestos al mercado de tierras, y como atracción ?etnoturística?, mientras se fomenta la entrada de capitales nacionales (frutícolas, mineros, inmobiliarios, etc.) y extranjeros (energéticos, viales, TPP 11, etc.) que redundan en ganancias para un empresariado y una clase política indolente y expoliadora.

Todo esto hace ver que estamos ante un momento único. Se trata de discutir, pensar y accionar tras la autonomía que venimos proponiendo desde el periodo dictatorial y que fue burlado por las políticas indigenistas del neoliberalismo multicultural y sus prácticas extractivistas (hidroeléctricas, plantaciones, privatizaciones del litoral, el subsuelo, etc., etc.) post dictadura. Para ello el Estado chileno tiene que cambiar y el momento constituyente que ha creado el sacrificio y lucha de los pueblos tiene que quedar inscrito en el principal instrumento político, la Constitución. Esto se logra en la medida que una Asamblea Constituyente sea plurinacional, como también el que los propios pueblos indígenas adoptemos una actitud constituyente. Sólo el diálogo directo y fecundo entre pueblos basado en el respeto de nuestros derechos humanos nos volverá la condición de sujetos en relación (chengeiñ) y no la de objetos o zonas de sacrificio.

Si bien transitamos la primera parte de un ?ajuste estructural? de larga duración, prestamos atención crítica a quienes -para bien o para mal- definen nuestra ?inclusión?/exclusión en una ?convención constituyente? tras la lógica de lo que llaman ?cuotas para pueblos originarios?. Si bien este es un tema que atañe resolver a los propios pueblos, es bueno recordar hasta aquí que los proyectos constituyentes frustrados como los de Bachelet 2, la discusión de ?cuotas políticas? en la listas partidarias y de ?escaños reservados? en el parlamento, el Ministerio Indígena, un Consejo de Pueblos Indígenas; todos en calidad de proyectos discutidos solo entre la clase política sin resultados, se ubican en una lógica tutelar que traspasa nuestros derechos y ejercicio de autodeterminación (como la capacidad de decidir nuestro estatus político) a la elite chilena, la misma que impugnamos y que hoy está cuestionada por su propio pueblo.

La posibilidad de los cambios que se buscan pasan también por el acto de sumar, estrechar alianzas como en otros momentos de nuestra historia, con la diferencia que esta vez los chilenos no están mediados por representantes de una u otra tendencia política, se han zafado de los mismos y buscan entre fórmulas viejas (cabildos) y nuevas (asambleas constituyentes) otras relaciones de poder. También para los mismos mapuche se abre un escenario distinto en su relación con el Estado y la sociedad chilena. Los liderazgos personalistas, localistas y cooptados deben quedar a un lado para lograr representar y coordinar a la diversidad de sectores de los territorios históricos como de la diáspora.

Llamamos a los distintos liderazgos, territorios y organizaciones de nuestro pueblo nación a la unidad, a dar pasos estratégicos en este momento y no quedarse en pequeñeces ni caudillismos. La indiferencia e inacción sólo son expresión del paternalismo asistencialista con que nos ha tratado de adormecer el colonialismo. Requerimos actuar como cuerpo (kiñewaiñ), discutir, acordar y movilizarnos. Llámese trawün, cabildo o asamblea popular, hay que estar, potenciar y promover todo aquello que nos una y acerque a nuestra liberación. En ese camino nos vamos a encontrar.