Separatismo
patagónico
La Patagonia - o el Chile Moderno,
como se la llamó alguna vez a mediados del siglo XIX, antes de que
el general Roca iniciara su histórica marcha hacia el Sur- no está
contenta con sus respectivas metrópolis. En la vecina república
se insinúa un movimiento separatista, ásperamente tildado
como de "absoluta necedad" por el mandatario argentino, pero siempre presente.
En la nuestra, habitualmente ha sido preferida la opción política
regional a la de las tiendas nacionales. La Patagonia chilena es más
pobre en recursos naturales que la argentina, pero inconmensurablemente
más fuerte en sus aspectos turísticos, entregados por una
combinación de canales navegables, fiordos, glaciares y montañas
que impresionan favorablemente a sus visitantes. En ambas, un ecologista
extranjero ha adquirido extensas superficies de terreno, con fines aún
poco definidos respecto del acatamiento de las soberanías nacionales.
Las administraciones centrales debieran
reaccionar ante manifestaciones de esta clase. Pero parecería que
en el vecino país los estados federales y en el nuestro la regionalización
no han cumplido con la idea matriz que los generó: la libertad en
el gobierno interior. Quedan aún resabios de los tiempos en que
ambas Patagonias fueron administradas como territorios, no otorgándoles
así la "mayoría de edad" de las otras provincias. Es cierto
que en la ruina actual de Argentina los organismos federales no dejan de
tener responsabilidad. Pero ello reafirma, más bien, los deseos
separatistas de su Patagonia, que debe pagar a un costo muy alto los errores
del gobierno central.
En el caso particular chileno, es un
despropósito que empresarios turísticos nacionales no puedan
adquirir el dominio del terreno que desean valorizar. La precariedad misma
de una concesión, que puede ser traspasada a un tercero que ejerza
mayor influencia ante las autoridades nacionales y regionales, frena toda
inversión en turismo. La Armada ha ido abriendo gradualmente a la
navegación turística algunas rutas que, por razones estratégicas,
mantenía vedadas. Sin embargo, subsisten otras restricciones que
gravan a la navegación turística. Suele abusarse del concepto
de la seguridad de la vida en el mar, en un turismo de aventura cuyo riesgo
debe asumir quien lo practica.
El polo natural de la región
patagónica debería ser la principal de sus ciudades, Punta
Arenas. Hace pocos años, la empresa privada intentó hacer
allí importantes obras portuarias. Lo impidió la presión
sindical proveniente del sector marítimo. Ahora, pese a su evidente
desvinculación del territorio patagónico, Ushuaia, en Tierra
del Fuego, pretende asumir la labor que Punta Arenas aún no toma,
por carecer de las instalaciones portuarias adecuadas. Estos ejemplos,
y muchos más, ponen de relieve la forma en que la intervención
centralista suele frenar el progreso regional en ambas Patagonias.
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