La Patagonia - o el Chile Moderno, como se la llamó alguna vez a mediados del siglo XIX, antes de que el general Roca iniciara su histórica marcha hacia el Sur- no está contenta con sus respectivas metrópolis. En la vecina república se insinúa un movimiento separatista... El Mercurio, 3 de septiembre de 2002 

 


Santiago de Chile, Martes 3 de Septiembre de 2002


Separatismo patagónico

La Patagonia - o el Chile Moderno, como se la llamó alguna vez a mediados del siglo XIX, antes de que el general Roca iniciara su histórica marcha hacia el Sur- no está contenta con sus respectivas metrópolis. En la vecina república se insinúa un movimiento separatista, ásperamente tildado como de "absoluta necedad" por el mandatario argentino, pero siempre presente. En la nuestra, habitualmente ha sido preferida la opción política regional a la de las tiendas nacionales. La Patagonia chilena es más pobre en recursos naturales que la argentina, pero inconmensurablemente más fuerte en sus aspectos turísticos, entregados por una combinación de canales navegables, fiordos, glaciares y montañas que impresionan favorablemente a sus visitantes. En ambas, un ecologista extranjero ha adquirido extensas superficies de terreno, con fines aún poco definidos respecto del acatamiento de las soberanías nacionales.

Las administraciones centrales debieran reaccionar ante manifestaciones de esta clase. Pero parecería que en el vecino país los estados federales y en el nuestro la regionalización no han cumplido con la idea matriz que los generó: la libertad en el gobierno interior. Quedan aún resabios de los tiempos en que ambas Patagonias fueron administradas como territorios, no otorgándoles así la "mayoría de edad" de las otras provincias. Es cierto que en la ruina actual de Argentina los organismos federales no dejan de tener responsabilidad. Pero ello reafirma, más bien, los deseos separatistas de su Patagonia, que debe pagar a un costo muy alto los errores del gobierno central.

En el caso particular chileno, es un despropósito que empresarios turísticos nacionales no puedan adquirir el dominio del terreno que desean valorizar. La precariedad misma de una concesión, que puede ser traspasada a un tercero que ejerza mayor influencia ante las autoridades nacionales y regionales, frena toda inversión en turismo. La Armada ha ido abriendo gradualmente a la navegación turística algunas rutas que, por razones estratégicas, mantenía vedadas. Sin embargo, subsisten otras restricciones que gravan a la navegación turística. Suele abusarse del concepto de la seguridad de la vida en el mar, en un turismo de aventura cuyo riesgo debe asumir quien lo practica.

El polo natural de la región patagónica debería ser la principal de sus ciudades, Punta Arenas. Hace pocos años, la empresa privada intentó hacer allí importantes obras portuarias. Lo impidió la presión sindical proveniente del sector marítimo. Ahora, pese a su evidente desvinculación del territorio patagónico, Ushuaia, en Tierra del Fuego, pretende asumir la labor que Punta Arenas aún no toma, por carecer de las instalaciones portuarias adecuadas. Estos ejemplos, y muchos más, ponen de relieve la forma en que la intervención centralista suele frenar el progreso regional en ambas Patagonias.
 


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