"Yo creo que estamos encaminados a que pueda revivir un movimiento indígena. Hubo sublevaciones durante la colonia y en el período de la república. ¿Por qué no puede haber sublevación ahora? Nosotros también podemos tener nuestra sublevación. Es difícil, todos lo sabemos, pero eso no lo podemos descartar", dice. "Bolivia es una nación, pero dentro de ella hay otras naciones y esa nación no está reconocida por las Naciones Unidas. Esa nación lucha por autoridades y poder propios, llámese Perú, Bolivia o Chile. Entonces, esa es la rivalidad que se expresa en casos como lo que ha pasado en Ayo Ayo, o en Ilave. Surgen sin mucha organización, pero están allí. Y todo puede pasar cuando las cosas están moviéndose. Usted comprenderá que hay dos caminos: el legal y el revolucionario. Hoy no podemos descartar nada" El Mercurio, 3 de julio de 2004

 
 
"El sábado" en Bolivia

La rebelión Aimara

Sábado 3 de julio de 2004

 Un hecho de extrema crueldad gatilló la alarma: en ayo ayo, cuna del primer caudillo indígena que organizó una rebelión contra el Imperio Español en el siglo XVIII, su alcalde fue secuestrado, asesinado y quemado, supuestamente bajo la justicia comunitaria aimara. Para muchos, sólo fue un abominable ajuste de cuentas. Para otros, sin embargo, se trata del resurgimiento de la idea de una nación Aimara que aglutine a la cultura originaria de Bolivia, Perú y Chile.
 

Por Luis Miranda V.

Aterrador matar a un hombre. Se le priva de lo que tiene y de lo que podría tener. Clint Eastwood, Los Imperdonables

Bolivia está en llamas. Por una ancestral tradición, en todo el territorio boliviano la gente enciende fogatas o hace estallar fuegos pirotécnicos como si se tratara de un autobombardeo programado. Es 24 de junio, fiesta de San Juan. Pueblos, ciudades y caminos acumulan humo durante el día y brillan intensamente por la noche.

Por otros motivos, Ayo Ayo no es la excepción.

Tras el secuestro, tortura, crimen y posterior quema de Benjamín Altamirano, el alcalde acusado de corrupción por la comunidad compuesta exclusivamente por hombres y mujeres de ascendencia aimara, inmensas piras comienzan a elevarse sobre el asfalto de la carretera que una a La Paz con Oruro.

­Vamos a organizarnos. Hay que andar prevenidos, hermanos, porque el gobierno está pensando qué hacer con Ayo Ayo. Es fundamental estar en permanente movimiento. Ésa es nuestra ley. Ayo Ayo tiene su propio gobierno.

La arenga provino de la garganta de Roger Choque, miembro de la comunidad de Ayo Ayo, y quien tomó la palabra en la asamblea del pueblo que se llamó tras la visita de algunos personeros del Poder Ejecutivo de Bolivia. En aquella visita, el gobierno pretendía normalizar la vida en Ayo Ayo, mientras que el grupo que comanda al pueblo, tras el asesinato del alcalde Altamirano, tenía como firme intención impedir que los sospechosos del crimen fueran procesados por la justicia boliviana. Ni lo uno ni lo otro ocurrió tras la reunión, por lo que la asamblea decidió continuar movilizados y expresar con acciones de fuerza que Ayo Ayo era un territorio, de momento, independiente de Bolivia.

­Este pueblo valioso ha planteado un modelo de organización política, hermanos. Desde Ayo Ayo, para Ayo Ayo, para Bolivia, para toda Latinoamérica, hermanos. Y para el mundo. Así es que nos organizaremos, hermanos. Por eso, les digo, vamos a bloquear el camino, compañeros.

Tras el fuerte mensaje de Choque, la gente aplaudió y se dirigió con calma hacia la carretera, ubicada a metros de las primeras casas del pueblo. Ayo Ayo es un conjunto de edificaciones de adobe y techos de paja, en donde prima los callejones de tierra y las ovejas que corretean con soberbia calma. Ayo Ayo está ubicado a 87 kilómetros de La Paz y a 3.875 metros del nivel del mar; mientras que el sol, que no calienta lo suficiente, quema la piel de las personas tras 10 minutos de exposición a la radiación solar. El viento en Ayo Ayo es tan frío que cala el cuero más curtido. La plaza del pueblo está rodeada por el edificio municipal, el consultorio y un par de residencias particulares. En medio de ella se encuentra la estatua de Tupac Katari, el héroe de la cultura aimara en Bolivia por ser el primer caudillo en levantarse contra el imperio español en el año 1781, al sitiar por 109 días a la ciudad de La Paz con cuarenta mil indígenas. Katari, quien nació en las cercanías de Ayo Ayo, murió descuartizado tras aquella histórica revuelta.

A los pies de ese monumento, el cuerpo inerte del alcalde Altamirano fue atado y quemado hasta quedar convertido en un trozo de piel y carbón. Según algunos miembros de la asamblea, la muerte de Altamirano se debió al escandaloso y corrupto accionar del edil: y al nulo accionar de la justicia boliviana que, según ellos, no tuvo las agallas para procesar a un corrupto. Para eso, dicen, debieron utilizar la ancestral justicia comunitaria de los pueblos originarios.

­La justicia comunitaria no es dura, es disciplinaria -dice Gabriel Pinto Tola, dirigente del Movimiento sin Tierras y uno de los actuales voceros de Ayo Ayo-. Nosotros condenamos a las personas que cometen delitos. Altamirano ha querido manejar el municipio a su antojo. Gracias a la justicia corrupta que no solucionó el problema hemos tenido que llegar hasta estos límites, hermano. Altamirano no quiso renunciar, no había otra posibilidad y actuó la justicia comunitaria.

La carretera se llena de miles de piedras y vidrios en cuestión de minutos, la carretera "Panamericana" que une a La Paz con Oruro está bloqueada. En cada extremo y frente a camiones y buses, dos grandes flamas de color naranja y rojo se elevan hacia el aire y consumen con furia el poco oxígeno que va quedando en Ayo Ayo.

­El poder en mi país está corrompido desde los fiscales, los jueces, la gente del gobierno y hasta los parlamentarios. De allí viene la corrupción de los alcaldes y baja a la gente. Por eso no queremos conversar con mandos medios, queremos a las autoridades de los tres poderes del Estado en Ayo Ayo, No queremos más gente corrupta.

Un hombre con un bigote a lo Pancho Villa y con un buzo del club Real Potosí, se acerca a Gabriel Pinto y le palmotea el hombro.

­Lo felicito ­le dice. El hombre del bigote se llama Rosario Martínez, es uruguayo y tiene el cargo de entrenador del Real Potosí de la primera división del fútbol boliviano­. A nosotros no nos gusta estar esperando en el bus, pero es necesario luchar contra la corrupción. Debe ser así.

Las llamas arden sin control por el camino. Todo Ayo Ayo está en el camino, las horas comienzan a pasar y la noche empieza a caer. Por teléfono celular Gabriel Pinto se entera de que el gobierno va a tomar medidas más duras de seguir el bloqueo. Los habitantes de Ayo Ayo, lo rodean y observan cómo Gabriel Pinto responde las consultas de un periodista de televisión. No tienen mucho que hacer porque estos son lugares agrícolas y de pastoreo. El viento altiplánico está calando la piel. Después de tres horas, Gabriel Pinto y los demás miembros de la asamblea deciden abandonar el camino, no sin antes amenazar que los bloqueos seguirán, y le acompañarán voladuras de torres de alta tensión y atentados contra el gasoducto, que corre a pocos metros del pueblo.

La noche de San Juan empieza a caer. Bolivia sigue en llamas y Ayo Ayo, pueblo aimara, aún está por las suyas.

SED DE JUSTICIA

El crimen de Benjamín Altamirano comenzó el lunes 14 de junio, a media tarde. Dos personas lo acompañaban en el momento de su secuestro. Una era la concejala Plácida Quispe y la otra era Wilfredo Vázquez Chino, ambos, miembros del mismo movimiento al que pertenecía Altamirano. Hoy, son los testigos más importantes que la fiscalía tiene para aclarar el caso desde el punto de vista judicial. Por ese motivo son custodiados en algún lugar de La Paz para prevenir posibles atentados en contra de sus vidas.

"Ese día yo estuve con él", relata Vázquez. "Preparábamos un ritual que se hace año a año cada 21 de junio. En esa fecha, se cambian las autoridades civiles de la comunidad aimara. Esto no tiene nada que ver con el municipio, sino que con las tradiciones de nuestro pueblo. Yo he sido la máxima autoridad civil de Ayo Ayo y he durado un año en este puesto. El 21 de junio terminaba mi período y con Benjamín Altamirano organizábamos ese ritual de finalización y cambio. Yo necesitaba escribir unas invitaciones en la máquina de escribir de don Benjamín, por eso me junté con él ese lunes, me acuerdo que almorzamos en un restaurante, el Zorafeño, en La Paz, y después, cuando hacíamos sobremesa, nos interceptaron".

Altamirano, Vázquez y Quispe caminaban por las calles de La Paz de manera despreocupada. A pesar de que había recibido varias amenazas de muerte, Benjamín seguía administrando el municipio desde la capital. Ya no iba a Ayo Ayo porque en ese lugar la situación en su contra se había hecho insostenible. Altamirano había determinado desde hacía un tiempo vivir en La Paz, porque allí se sentía más seguro. Tenía cierta conciencia de que allí estaba seguro, de que la violencia sólo se transformaba en llamadas telefónicas y aquello lo podía controlar de alguna manera.

"A dos metros de nosotros, aparecen unos cuantos individuos. No nos han dejado reaccionar. Agarraron al alcalde, a mí, y a la honorable señora Plácida Quispe. En ese momento, cada uno vela por su vida y yo me defendí como pude. Logré zafarme, la honorable señora Quispe gritó y la dejaron ir. Pero Benjamín Altamirano no pudo quitárselos de encima. No he podido ver la placa del auto, era un taxi, tipo vagoneta. Eran como las 13:45, hora boliviana", dice Vásquez.

Plácida Quispe iba con uno de sus hijos, de sólo cinco meses de edad. Gracias a ello y a sus gritos pudo escapar de los captores. Plácida pudo correr y tomar un taxi y, a pesar de que era en pleno día y en una calle concurrida, nadie estuvo dispuesto a ayudarlos. Plácida ubicó a Wilfredo Vázquez, caminando con cierta confusión por la calle y ambos fueron a un par de oficinas policiales para denunciar el hecho. Luego llamaron a los familiares de Altamirano. Les dijeron que era un secuestro, que había sido violento, que podía ser peligroso.

Lo que ocurrió después sólo son conjeturas. Según una hipótesis policial, recabada por la prensa, Benjamín Altamirano fue llevado en ese auto-taxi hasta la localidad de Ayo Ayo. Allí habría sido martirizado hasta la muerte. Luego, tras ver el estado de las torturas, los asesinos habrían intentado encubrir el hecho y transformaron la golpiza en una espantosa aunque simbólica quema del cuerpo en la plaza de Ayo Ayo, en un pequeño poste de luz, frente a la estatua del caudillo Tupac Katari. Era ya el martes 15 de junio.

El hecho se hizo brutalmente público. De inmediato la relación con el sanguinario linchamiento de Cirilo Robles, alcalde de Ilave ­un pueblo de aimaras ubicado a 1.330 kilómetros de Lima, Perú­, fue inevitable. En ambos casos los alcaldes tenían serias denuncias de corrupción en pueblos de origen indígena cuyo abandono y pobreza eran evidentes.

Tanto en Ilave, Perú, y Ayo Ayo, Bolivia, las muertes fueron inusitadamente violentas. Salvajes. En ambas se esgrimió una justificación: las leyes occidentales habían sido incapaces de castigar convenientemente a la autoridad corrupta. Es más, en los dos casos se denunció cierta complicidad de los jueces y fiscales. Sin ir más lejos, Altamirano fue absuelto de un juicio por corrupción. La justicia fue tomada por mano propia y la forma de legitimar los ajusticiamientos fue a través de una de las tradiciones más características de la cultura aimara: la justicia comunitaria. Sin embargo, en Perú la comunidad entera participó del linchamiento. Ilave completo decidió matar a su alcalde. En Ayo Ayo, la situación fue distinta. Participó un grupo en el secuestro y posterior crimen, el pueblo se enteró cuando vio el cuerpo de Altamirano ardiendo en la plaza del pueblo. Y acató con la explicación de la justicia comunitaria.

"Déjeme decirle una cosa", recalca Plácida Quispe. "Hay tres elementos en la justicia comunitaria: 'No seas ladrón, no seas mentiroso, no seas flojo'. En la comunidad siempre se imparte esta justicia. Si alguien roba, debe pagar con un trabajo gratuito. A veces, la justicia comunitaria es dura, pero no pasa de los chicotazos, algunos empujones y la pena máxima es la expulsión de la comunidad. El aimara jamás va a querer la muerte, es una cultura que ama la vida, la Pachamama. Nunca la justicia comunitaria va a permitir la muerte, por muy severa que parezca. Lo que ocurrió fue un crimen, un asesinato. No es parte de la tradición. Este fue un ajuste de cuentas político, no se trató de justicia".

Tras el crimen, sin embargo, la población reaccionó aglutinándose en una sola idea. La razón estaba clara. Nadie públicamente en Ayo Ayo tiene una voz disonante: el alcalde era un corrupto y el hombre probablemente se lo merecía. Si había una causa política, un ajuste de cuentas, poco importa a estas alturas porque todos saben muy bien que, al menos, Ayo Ayo existe nuevamente y que las autoridades harán algo. Buena o mala, será al menos diferente. Sacará del letargo casi mortal en que la pobreza y el abandono tienen a Ayo Ayo.

Ésa es quizás la apuesta: que este pueblo histórico, cuna de una rebelión pasada, sea el punto de inicio de algo, lo que sea, que mejore una cultura tan avanzada, pero tan empobrecida a la vez. Que surja, como en 1781, un movimiento tal que remezca las bases de los estados que contienen la denominada "Nación aimara", aquellos numerosos pueblos originarios que fueron fuertes y dominantes, inmediatamente antes de la llegada de los españoles a América, y cuya cultura aún se mantiene fuerte en idioma, creencias y filosofía.

"Y déjeme decirle otra cosa", reclama Plácida Quispe. "Este asesinato es una marca para mi pueblo. No queremos que Ayo Ayo sea el pueblo de los salvajes que quemaron a un alcalde. Sólo fueron unos pocos. Y esos pocos tenían razones políticas. Pregúntele a Felipe Quispe, el dirigente de los sindicatos. Ellos tenían razones para que Benjamín Altamirano muriera".

LA NACIÓN AIMARA

A más de noventa kilómetros de La Paz, se encuentra uno de los más importantes dirigentes indígenas que Bolivia haya tenido en su vida moderna. Felipe Quispe ha sido diputado, jefe sindical, ícono de la lucha campesina y fundador del Ejército Guerrillero Tupac Katari, ya disuelto, que se opuso al gobierno central boliviano y proponía el establecimiento de una nación aimara.

Para él, lo de Ayo Ayo es un asunto puntual que puede transformarse en una lucha mayor.

"Yo creo que estamos encaminados a que pueda revivir un movimiento indígena. Hubo sublevaciones durante la colonia y en el período de la república. ¿Por qué no puede haber sublevación ahora? Nosotros también podemos tener nuestra sublevación. Es difícil, todos lo sabemos, pero eso no lo podemos descartar", dice. "Bolivia es una nación, pero dentro de ella hay otras naciones y esa nación no está reconocida por las Naciones Unidas. Esa nación lucha por autoridades y poder propios, llámese Perú, Bolivia o Chile. Entonces, esa es la rivalidad que se expresa en casos como lo que ha pasado en Ayo Ayo, o en Ilave. Surgen sin mucha organización, pero están allí. Y todo puede pasar cuando las cosas están moviéndose. Usted comprenderá que hay dos caminos: el legal y el revolucionario. Hoy no podemos descartar nada", asegura.

En el palacio Quemado, sede del gobierno boliviano, la situación es diferente.

"El movimiento rebelde de los pueblos aimaras es indisimulable", dice con autoridad Ricardo Paz Ballivan, sociólogo e importante asesor del Presidente de Bolivia, Carlos Mesa. "Independientemente de estos acontecimientos, que como el caso de Ilave podrían ser muy demostrativos y legítimos de ese movimiento. O como en el caso de Ayo Ayo, que no son en lo absoluto representativos de ello, pero utilizan esta situación objetiva como una plataforma. Sin duda alguna, pues, elementos como injusticia, desigualdad, exclusión, atención de servicios básicos son aquí, y en cualquier parte del mundo, el caldo de cultivo para que se levante la gente".

A media cuadra, y mientras se vota una importante ley en el hemiciclo de la Cámara de Diputados boliviana, Rodrigo Paz Pereira, parlamentario, hijo del ex Presidente de Bolivia, Jaime Paz Zamora, y como presidente de la comisión de descentralización y participación popular, pone las cosas en su lugar: "Yo conocí al alcalde Altamirano. Lo citamos para que declarara sus cuentas y lo único que logramos encontrar fue un desorden en las fechas a rendir los dineros. Es probable que hubiese cometido algunas otras faltas que debieron haber sido investigadas con mayor prolijidad. Pero de ninguna manera puede justificar el secuestro, la tortura, la muerte y la posterior quema de una persona".

Paz Zamora va aún más lejos: "Esto se debe a asuntos de luchas por el poder y el dinero, de oportunismos de grupos políticos. Surge y podría pasar en varios lugares porque antes había 24 municipios en toda Bolivia y ahora hay 314. El dinero se distribuye más y evidentemente puede haber más corrupción, pero también se produce más sed de poder. El asunto de los ajusticiamientos no tiene que ver con una cultura aimara de justicia comunitaria. Corresponde más a que, tras la reforma judicial, existen ciertos vacíos legales en Bolivia que aún no podemos llenarlos".

Y eso parece ser efectivo, porque, según la prensa, ya van 60 linchamientos en lo que va del año. Entonces, ¿qué ha pasado en Ayo Ayo? ¿Qué pasará con la Nación Aimara?

EL SUEÑO DEL ALMA

Dos días después de la fiesta de San Juan. Edwin y Willy son los hijos de Benjamín Altamirano. Son hombres, están sentados uno al lado del otro en un hotel de La Paz. Representan a los nueve hijos del alcalde de Ayo Ayo muerto. "Yo tenía la esperanza de volver a ver a mi padre, pero lamentablemente la prensa me ha llamado al mediodía de ese día martes y me ha dado el pésame. Yo me negaba profundamente a creer de lo que se me estaba diciendo. Creía que estaba vivo mi padre. Nunca, hermano, pensé que fuera asesinado tan cruelmente. Mi padre era un amigo, un buen compañero", dice Edwin sin lágrimas, pero con su cara dura y la mirada cansada.

"Lo único que le puedo decir es que queremos que esto se sepa", añade Willy. "Que es un crimen, el sucio asesinato de mi padre. No quiero olvidar, quiero que esto se sepa hasta en las Naciones Unidas. Porque no se trató de un ajusticiamiento, mataron a mi padre y sucedió por desgracia en Ayo Ayo. Mi padre apareció muerto y quemado en la plaza de donde fue alcalde. Eso no puede ser olvidado. Y los asesinos deben ser procesados, al menos. Es lo único que pido, como su hijo".

Todo hace pensar que este fue un crimen, común o político, está por verse. Pero que carece de una intencionalidad mayor. ¿Si fue por corrupción o por un asunto de mezquindades políticas? Probablemente sea por una de esas dos razones. ¿Existe un plan montado, insurrecto, que esté detrás de estos asesinatos? Es probable que no sea así. Sin embargo, la llamada "Nación Aimara" late en las comunidades y municipios como si se tratara de un volcán dormido, pero no extinto, que sí puede activarse con hechos tan equívocos como la muerte de Benjamín Altamirano.

Una hora después, en la plaza de Ayo Ayo, se realiza otra reunión entre el gobierno y las organizaciones al mando del pueblo.

­Hermanos, a las diez de la mañana nos juntaremos en un cabildo. El gobierno llegará a las once ­dice Gabriel Pinto.

­Estamos cansados de que seamos los que plantamos las papas, que marchemos en los ejércitos y hagamos la riqueza que otros se llevan, hermanos ­dice Roger Choque.

Algunos asienten, sólo se encuentran unas ocho personas alrededor de los dirigentes, el sol golpea fuerte y el poste, donde fue quemado el cuerpo de Benjamín Altamirano, está negro de hollín. Una mancha oscura está a un lado. Ayo Ayo está metido en esto y todos los habitantes ya sienten que es su destino.

­Si logramos salir de esta pobreza, hermanos, algo podremos sacar de todo esto ­reflexiona Gabriel.

­Y si vamos a una rebelión, que sea la rebelión. Si es el paso siguiente, lo daremos, hermanos. Una rebelión contra el Estado, hermanos. Que nos saque de esta pobreza y este olvido, hermanos.

Los ocho hombres aplauden con poca motivación. El sol de Ayo Ayo ya está quemando los rostros. Los está hiriendo.
 


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