Los deni acaban de conseguir lo que muy pocos indios de Brasil lograron: que de manera legal se les reconociera que son los legítimos dueños de las tierras en las que viven desde siempre. El territorio que acaban de demarcar como propio tiene casi ocho veces el tamaño de la ciudad de Buenos Aires. Ya está empezando a oscurecer cuando los deni toman su primera decisión en su nueva condición de dueños de la tierra: acaban de expulsar a un evangelista que les pidió autorización para abrir un templo en sus tierras. Clarín (Buenos Aires), 8 de agosto de 2003.

 
BRASIL LES RECONOCE A LOS INDIOS DENI EL PATRIMONIO DE LAS TIERRAS QUE HAN HABITADO ANCESTRALMENTE
Clarín (Buenos Aires), 8 de agosto de 2003.

Una tribu india de la Amazonia ya es dueña legal de su territorio

Ocupan una superficie que equivale a casi ocho veces la Capital Federal. En las ocho aldeas viven 736 indígenas, que conviven con el calor y los jejenes y se alimentan con carne de mono.

Carlos Galván. ENVIADO ESPECIAL A LA AMAZONIA.
 
 

FIESTA INDIA. CON LA GESTION DE GREENPEACE, LOS DENI MARCARON TERRITORIO: NI MADERERAS, NI PESQUEROS NI MINEROS PUEDEN EXPLOTAR SU ZONA. (Foto: Sebastián Pérez)
Defender el medio ambiente 
Aunque no se trata de una organización indigenista, para Greenpeace resultó estratégico relacionarse con los indios deni. La razón es simple: para la organización ecologista una de las mejores maneras de defender el medio ambiente es protegiendo las tierras indígenas. "Ellos van a cuidar de la selva amazónica como su propio hogar", explica Paulo Adario, director de Greenpeace Amazonas.

La protección de la Amazonia, dice Adario, es la prioridad número uno de Greenpeace en el mundo. Un solo dato lo explica: en 1970 sólo el 1% de la Amazonia estaba desforestada. Treinta años después, la desforestación ya había alcanzado al 16% de la selva. En total se trata de 630 mil kilómetros cuadrados (más que todo el territorio francés) que ya fueron arrasados.

La Constitución brasileña les reconoce a los indios el derecho a demarcar sus territorios. Eso sí: la ley les prohíbe realizar algún tipo de emprendimiento industrial en la zona. Así, se supone, toda la biodiversidad que hay en las tierras indígenas queda definitivamente protegida.

El problema es de qué viven los indios si se les prohíbe talar y comercializar a escala industrial sus árboles. Los deni, por ejemplo, consumen sal, un producto del que no pueden autoabastecerse y necesitan comprar. Una solución, pero para una mínima economía de subsistencia, es que los indios empiecen a comercializar a mayor escala un aceite que se saca de los árboles copaibas y que tiene propiedades medicinales y también se utiliza como fijador de películas fotográficas y barnices. 

A simple vista parece el Tigre. Mosquitos, jejenes, vegetación selvática, ríos y canales de aguas oscuras. La diferencia está en los detalles: en las aguas nadan pirañas, en las orillas hay yacarés y sobre tierra firme unos indios que se pintan la cara de rojo. Algunos, además, lucen collares con los dientes de los monos que llevan cazados con cerbatanas. Este es el territorio de los indios deni, en plena selva amazónica brasileña. Los deni acaban de conseguir lo que muy pocos indios de Brasil lograron: que de manera legal se les reconociera que son los legítimos dueños de las tierras en las que viven desde siempre.

En las ocho aldeas deni viven 736 indios. El territorio que acaban de demarcar como propio tiene casi ocho veces el tamaño de la ciudad de Buenos Aires: 1.530 kilómetros cuadrados. ¿Por qué tanto? Es que son nómades e históricamente deambularon por toda esa área.

Los deni son gente menuda —ninguno supera el metro sesenta de altura—, pacífica y amigable. Sólo un puñado de ellos —y todos varones— habla portugués. El cacique Saravi dice a Clarín en un portugués tarzanesco que está contento con la demarcación de las tierras: "Ahora sólo denis van a estar en tierra deni." Luce la cara maquillada de rojo. Se la acaban de pintar con los frutos grasosos del árbol urucu.

Quizás algún aroma que despiden esas semillas hace que los mosquitos se mantengan a raya. Es que en la cara no tienen ronchas ni marcas. En todo el resto del cuerpo tienen lastimaduras e infecciones de tanto rascarse.

Los repelentes en aerosol, aquí, son más inocuos que un yogur dietético. Lia Bossio, una argentina de 24 años que trabaja en Greenpeace y vino a colaborar en la demarcación, se levanta la remera para mostrar su espalda: parece lacerada de tantas picaduras. Sus piernas están igual. "Sí, anoche fue bravo", dice.

En 1998 Greenpeace descubrió que una maderera malaya estaba talando árboles de manera ilegal en el territorio deni. Fueron a hablar con ellos. Fue difícil. Para empezar, en la lengua deni no existe la palabra paz. Después, y ya con el consentimiento de los indios, Greenpeace y otras ONG indigenistas empezaron a presionar al gobierno de Brasil para que se les demarcara el territorio a los deni.

Aunque la Constitución brasileña les garantiza a los indios el derecho a ser dueños de su territorio, por cuestiones burocráticas la demarcación de las tierras no empezaba. Entonces, a principios de este año los deni anunciaron que empezarían a demarcar de manera compulsiva. La estrategia sirvió: en mayo, el gobierno contrató a una empresa para que se encargara de demarcar las tierras deni.

Los trabajos terminaron esta semana. Alrededor de las tierras se abrió una huella de tres metros de ancho y 915 kilómetros de largo. A cada kilómetro hay un cartel con la leyenda "Gobierno Federal. Ministerio de Justicia. Tierra protegida. Acceso prohibido a personas extrañas".

Ese cartel servirá para evitar que madereras, mineras, pescadores o cazadores intenten explotar las tierras deni. No impedirá, sin embargo, que indios de otras tribus que tampoco hablan portugués y desconocen qué es la ley penetren en sus tierras. Ahí cerca, por ejemplo, están los enemigos eternos de los deni: los indios himerimá. Cada tanto, éstos entran en el territorio deni y les roban a sus mujeres.

Entre Manaos, la capital del estado de Amazonas, y el territorio deni hay casi mil kilómetros. Para llegar hay que ir en avión hasta la ciudad de Tefé, luego abordar un hidroavión que aterriza en el río Xerua y después, navegar en lancha cuatro horas.

Aunque mantienen casi todas sus tradiciones, se visten con shorts y remeras. Sólo algunas mujeres se pasean sin ropa en la parte de arriba. Un chico deni lleva puesta una remera del grupo Nirvana. Imposible que sepa quién es el rubio que aparece en la estampa: el chico ni siquiera habla portugués. No sabe qué es la TV.

Viven en ranchos de paja y abiertos por los cuatro costados. Al ser los deni bastante petizos, los techos son bajos: imposible estar adentro sin golpearse la cabeza.

Para la noche, y para celebrar, prometen cocinar unos monos que ya cazaron. Alguien cuenta que los cocinan con piel. ¿Será una ofensa grave rechazarles un plato de comida? Ya está empezando a oscurecer cuando los deni toman su primera decisión en su nueva condición de dueños de la tierra: acaban de expulsar a un evangelista que les pidió autorización para abrir un templo en sus tierras.
 
 
 

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