Fue una fiesta completa: no todos los días consigue uno seres de piel oscura, venidos de cualquier lado, dueños de un idioma desconocido, para descargar en ellos el racismo corriente. Todo bien: no le pasó nada al delfín, porque el oscuro visitante no estaba en celo, la rabieta de la joda fue compensada por mercancías y hasta pusieron música de percusión para que el otro compañero siguiera un poco el ritmo con su cuerpo. Pero nada de esto, ni las risas grabadas, pueden ocultar las muestras de racismo nacidas de la espontaneidad del actor y de la alegría y los gestos del gran animador. Resuenan en ellas la situación vivida por una mujer que hace unos meses fue demorada en el aeropuerto de Ezeiza porque con esa piel “no podía ser argentina”, o las denuncias recientes sobre los jóvenes detenidos en la calle por “negritos”, con todas las connotaciones que esto tiene. Habría que recoger historias menos divertidas de compatriotas en el exterior, para recordar lo que significa ser objeto de alguno de los “ismos” en relación con la nacionalidad o la raza. Los Andes (Mendoza), 15 de noviembre de 2003. 

 
Los Andes (Mendoza), 15 de noviembre de 2003.

El racismo festivo

por Daniel Prieto Castillo,
Especialista en Comunicación y Educación

Senegal fue bendecido por la civilización europea durante el siglo XVI, de la mano, primero de los portugueses y luego de otras nacionalidades, hasta que Francia se quedó en esas tierras por varios siglos, con aquello de que es necesario gobernar a los pueblos incapaces de hacerlo por sí mismos. El tráfico de esclavos se mantuvo hasta la Revolución Francesa y la independencia se logró en 1960. En la actualidad, el país está sometido a las sequías del África Noroccidental, con regiones golpeadas por las hambrunas, con tres millones de desnutridos sobre sus nueve millones de habitantes, con una economía atada demasiado tiempo al monocultivo del maní, con el peso del FMI sobre sus espaldas y con una población del 57% en la línea de pobreza.

Presento estos datos para referirme a lo sucedido con dos ciudadanos senegaleses (de manera especial con uno de ellos), según lo pudimos ver en el programa Videomatch la noche del miércoles 12 de noviembre, dentro de una de las conocidas “jodas” de Tinelli. El escenario fue Mundo Marino, Buenos Aires. La cámara mostró a un grupo de unas 15 personas ingresando a uno de los sitios donde se exhiben los delfines. El animador pidió a una muchacha que hiciera el movimiento de hula-hula con un aro de madera y luego lo colocara sobre la cabeza de un delfín, quien lo hizo girar con toda destreza... Aplausos. Luego se dirigió a uno de los ciudadanos senegaleses, centro de la broma, a quien venía siguiendo ya la cámara. Mismo pedido, pero a la hora de acercarse al agua para pasarle el aro al delfín, éste comenzó a mover la cabeza como diciendo no y se alejó de la orilla. El animador lo llamó: “Vení, que el señor no está en celo”. Fracasó el intento y mientras la víctima del chiste se alejaba, el blanquito le dijo: “Te veo pálido”.

La segunda secuencia se centró en la clásica foto frente al estanque, con uno o dos delfines saltando atrás. Pasaron dos visitantes sin problemas, hasta que le tocó al “señor que no estaba en celo”. El animador se acercó a él, que ya se resistía a sumarse a los rituales, y le dijo: “Vení vos, betún”. Por supuesto que en vez de un delfín apareció un ballenato que lo bañó, entre las carcajadas lanzadas desde el estudio donde se iba haciendo la narración.

La tercera, un restaurante. Nuestro hombre venía con su bandeja de comida y a la hora de sentarse entró un lobo marino y le sacó la silla. La caída provocó que la comida saliera disparada en todas direcciones. Llegó el animador a retarlo, que si le quería dar comida a los animales no era esa la forma y que si se quería tirar al suelo no anduviera ensuciando.

En fin, era imposible que la víctima no fuera a dar a un estanque, esta vez empujado por otro de los animales. Cuando lo sacaron tomó a golpes al animador, que gritaba que a él no, que era un programa, que él era sólo un actor.

Corte y la presencia de Tinelli en el estudio con los dos senegaleses. Aplausos, risas, un intento de hablar con ellos en francés (después de la pregunta de la estrella, en relación a qué idioma se habla en ese país) a través de una joven miembro del equipo que no acertó ni con la palabra “fille”) y el desfile de regalos: una heladera, una impresora que fue cambiada por un televisor. La cámara iba de Tinelli al representante de la firma que auspicia el programa. Todos se reían hasta las lágrimas, en especial cuando, entre los obsequios, se mencionó un set de cosméticos. El gesto del supremo animador lo dijo todo, con esa rapidez tan suya, sólo el gesto para expresar algo así como ¿cosméticos a éstos?, entre los casi estertores de risa del coro.

Fue una fiesta completa: no todos los días consigue uno seres de piel oscura, venidos de cualquier lado, dueños de un idioma desconocido, para descargar en ellos el racismo corriente. Todo bien: no le pasó nada al delfín, porque el oscuro visitante no estaba en celo, la rabieta de la joda fue compensada por mercancías y hasta pusieron música de percusión para que el otro compañero siguiera un poco el ritmo con su cuerpo.

Es sabido: el circo no tiene historia. Cuando uno va a ver los payasos, éstos no se sacan la máscara o se quitan las pinturas para hablarnos de sus vidas y de sus alegrías o sufrimientos. Están ahí en ese momento, nos hacen reír y a otra cosa. Por eso es un total contrasentido pedirle a un programa como Videomatch que se ponga a explicar, como lo hice al principio de esta nota, algo de Senegal y de por qué los dos ciudadanos senegaleses han terminado viviendo en Buenos Aires. El supremo animador está ahí para divertirnos a cualquier precio, lo demás, historias, humillaciones vividas a lo largo de la existencia, esfuerzo de adaptarse a una nueva ciudad, a una nueva sociedad, no cuentan para nada, servirían, en todo caso, como distractores y en el circo no hay tiempo que perder.

Me preocupa, me indigna, el “a cualquier precio”. Alguien podría decir: “No es para tanto, casi seguro que todo estuvo arreglado desde el principio, además, si son migrantes, gracias a la broma han salido ganando bastante, fue sólo una picardía...”. Pero nada de esto, ni las risas grabadas, pueden ocultar las muestras de racismo nacidas de la espontaneidad del actor y de la alegría y los gestos del gran animador. Resuenan en ellas la situación vivida por una mujer que hace unos meses fue demorada en el aeropuerto de Ezeiza porque con esa piel “no podía ser argentina”, o las denuncias recientes sobre los jóvenes detenidos en la calle por “negritos”, con todas las connotaciones que esto tiene. Habría que recoger historias menos divertidas de compatriotas en el exterior, para recordar lo que significa ser objeto de alguno de los “ismos” en relación con la nacionalidad o la raza.

Retomo lo de “fue sólo una picardía”. Vale la pena traer aquí versos del Martín Fierro:

Nace el hombre con la astucia
Que ha de servirle de guía
Sin ella sucumbiría,
Pero sigún mi esperiencia
Se vuelve en unos prudencia
Y en los otros picardía.
Los pícaros coparon buena parte de la escena política y buena parte del escenario mediático de nuestro país. Anhelamos la continuidad de su retirada de la primera. De los medios será difícil sacarlos, se han legitimado largo tiempo, tienen a su favor la historia del rating y las reacciones ante cualquier resurrección del fantasma de la censura. Habrá que añadir a esto la necesidad de la gente de reírse, de salir del drama cotidiano gracias a estos circos cotidianos. Pero nos cabe la tarea, desde el trabajo intelectual, desde la universidad, de alzar la voz ante los excesos. La astucia y la picardía tienen límites. Uno de ellos es el racismo.
 

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