En lo que va de 2012, agricultores han abandonado cuatro mil hectáreas productivas.

Los días antes de que tres encapuchados asesinaran a tiros a un agricultor de Ercilla, "El Mercurio" estuvo en esa zona para comprobar en terreno qué tan profundo es el conflicto mapuche.
Internándose por un sinuoso camino de tierra que parte en el poblado de Pidima y que sube en dirección a la cordillera de Nahuelbuta -donde se juntan las comunas de Collipulli, Angol y Ercilla-, se observan a simple vista los vestigios de un enfrentamiento que ha dejado decenas de casas incendiadas, campos abandonados por sus dueños, escuela y posta reducidas a escombros.
Una agricultora de unos setenta años, del sector de San Ramón -cercano al lugar donde se produjo el asesinato de Héctor Gallardo el sábado pasado-, vive hace cuarenta y tres años en ese lugar y ha vivido en carne propia los efectos del conflicto: "Tenemos cincuenta hectáreas, pero ya no se puede trabajar. A mi hijo le apuntaron con una pistola hace un año. A mi marido y a mí nos tiraron al suelo, aquí en la casa. (...) vino un corredor de propiedades hace como cinco meses y nos inscribimos en una lista de gente que está dispuesta a vender, pero no hemos sabido más. De todos modos, nos vamos".
En lo que va del año, cuatro mil hectáreas productivas ubicadas en Ercilla han sido abandonadas por sus dueños y veinte casas han sido incendiadas, entre otras, las de Víctor Riquelme, Juan Pablo Torres, Tiburcio Pulgares, Waldo Quijada, Dionisio Torres, Mario Muñoz, Julio Molina, Sara Quiroz, Rolando Lagos y Nibaldo Cáceres.
Daniel Gallardo, hermano del agricultor baleado el sábado de la semana pasada, conversó con "El Mercurio" dos días después del atentado, y resume las consecuencias del año más violento desde que se inició el conflicto: "A principios de año, éramos unas veinticinco familias de parceleros en el sector de Chiguaigue y hoy quedamos dos. No creo que abandonemos tan rápido, pero lo vamos a conversar cuando esto pase".
¿Y los carabineros?
Una familia de agricultores de esta zona está hace un año y medio con vigilancia de carabineros, luego que un grupo de encapuchados los conminara a dejar su campo. Los efectivos duermen en una improvisada pieza de leños y tienen unas pocas frazadas para protegerse del frío. "Nos cuidan de noche, pero de día estamos solos, así que preferimos no salir. Los carabineros se van como a las siete de la mañana. Yo entiendo que no puede haber un carabinero en cada parcela", señala el dueño de casa.
Muchos de los carabineros que patrullan el sector provienen de Santiago y no conocen bien la geografía donde operan. Uno de ellos ejemplifica las condiciones en que trabajan: "Si en una población de Santiago un delincuente nos dispara, nosotros podemos hacer uso de nuestra arma de servicio. Aquí tenemos que defendernos con balas de goma. Estos grupos saben que no tenemos apoyo y que los políticos y las ONG están encima. En la zona, hace unas semanas nos quisieron tender una trampa. Cavaron una zanja en el camino para hacer caer el carro en el que íbamos. Ahí nos habrían atacado y nos habrían obligado a defendernos. Nos percatamos y retrocedimos. Vimos cómo se retiraban en dos jeeps. Nos estaban esperando y andaban con una cámara para grabarnos. Querían forzar un enfrentamiento para usar las imágenes", señala el carabinero.
Otro efectivo, llegado hace pocas semanas, comenta que lo único que quiere es irse de la zona: "Aquí Carabineros está con las manos atadas. Ellos (los comuneros) pueden hacer lo que quieran. Talan el bosque nativo, por ejemplo, y nadie les exige un plan de manejo. Yo en mi casa quería sacar un árbol de la calle y tuve que pedir permiso municipal".
El agricultor Héctor Urban, cuya casa fue incendiada el miércoles 29 de agosto, agrega: "A la una quemaron la casa, pero desde las once de la noche que les estaban disparando, con una cantidad de municiones tremenda. Hay dos puestos de vigilancia, que están a unos doscientos metros uno del otro. Los carabineros pedían auxilio por la radio, mientras llegaban los vehículos blindados. Les disparan con armas de guerra y ellos se defienden con balines".
Viejos y jóvenes
En el sector de Chequenco, una parcelera que llegó a vivir a ese lugar durante la reforma agraria y que también fue asaltada por encapuchados distingue entre mapuches viejos y jóvenes. Mientras los primeros tienen una buena relación con sus vecinos, los más jóvenes suelen ser violentos.
"Nunca habíamos tenido problemas con los mapuches. Pasábamos por adentro de las comunidades, nos visitábamos. Muchos me venían a ver y trabajaban conmigo. Ahora ya no, no se atreven a saludarnos aquí, por miedo a que los jóvenes tomen represalias contra ellos, pero en el pueblo algunos mapuches hasta nos abrazan. Nosotros nos vamos. Como no podemos trabajar la tierra, estamos viviendo con la jubilación de mi marido", dice.
Aparte de los incendios, el abigeato es otro de los delitos que se repiten en el sector. Un agricultor afectado este año por el robo de quince vacunos señala que este delito se ha convertido en una de las principales fuentes de financiamiento de los violentistas: "Los mataderos clandestinos más grandes de Chile están en esta región y lo único que podemos criar son gallinas".
En la misma línea, un contratista que trabaja en la cosecha de madera en las inmediaciones de una de las comunidades conflictivas considera que Ercilla es una zona tranquila, donde la gente se conoce y tiene buena relación, pero que todo se altera cuando llegan personas de afuera: "Yo mismo les trabajo a los mapus (sic), les cosecho madera y no tengo problemas. Pero todos saben que aquí han venido mexicanos, gringos, estudiantes que quieren hacer lo mismo que han hecho en otros países", señala.
¿Cuánto apoyo tienen?
Pese a que este año fueron asesinados un carabinero y un agricultor, se incendió la casa del principal dirigente gremial de la zona, Emilio Taladriz, y las pérdidas materiales ya superan los $8 mil millones, el senador por la zona, Alberto Espina, considera que el conflicto es acotado y que se ha ido concentrando en una sola zona de La Araucanía: "Cuando asumió el Presidente Piñera había problemas en Galvarino, Collipulli, Lumaco, Los Sauces, Traiguén, Curacautín. Hoy, en cambio, el conflicto está localizado en Ercilla y Vilcún".
A esto se agrega que, en agosto de este año, el consejo de la Conadi aprobó la creación de un Área de Desarrollo Indígena (ADI) en la comuna de Ercilla, en la que participarán 36 de las 42 comunidades de la zona. Esto equivale a 1.080 familias mapuches. Las ADI corresponden a programas de desarrollo que incluyen temas como riego, infraestructura vial y educación multicultural.
¿Cuándo se acaba la entrega de tierras en conflicto? En términos estrictamente formales, al asumir esta administración había 115 comunidades que cumplían con los requisitos para acceder a tierras y, de ellas, quedan pendientes 28. "Las más violentas son precisamente aquellas que quieren saltarse la lista", dice el director de Conadi, Jorge Retamal.
Uno de los casos, señalan en la zona, que reflejan de manera más clara el fracaso de la política de entrega de tierras lo representa el fundo Alaska. Se trata de un predio de dos mil hectáreas que la Conadi adquirió a la Forestal Mininco a mediados de 2002. Fue entregado a la comunidad Temucuicui, la que tenía títulos de merced por sólo 250 hectáreas, según Retamal.
Pese a que el fisco le entregó a Temucuicui un predio que supera casi en nueves veces la superficie que podían acreditar como propia, esa sigue siendo una de las comunidades conflictivas.
Por qué queman la escuela donde el 90% de los estudiantes son mapuches
Prueba de que los ataques son perpetrados por grupos altamente organizados y con un fuerte componente ideológico es que uno de los principales blancos de atentados son las instituciones del Estado cuyos beneficiarios son, en su gran mayoría, mapuches: "Han destruido la Escuela de Chequenco en tres ocasiones porque es un símbolo de la presencia del Estado de Chile en esos territorios", dice la asistente social y asesora de la Multigremial de la Araucanía, Mirtha Casas.
La idea de los grupos radicales, agrega, es evitar que los niños mapuches se eduquen e interactúen con niños chilenos, de modo de ir formando desde temprana edad a las nuevas generaciones de weichafes o guerreros mapuches. Luego del incendio de la escuela, los responsables dejaron rayados con amenazas contra el director, Carlos Ponce, quien llegó a la zona en 1985 como profesor de básica .
Este establecimiento era el centro de educación rural más importante y mejor equipado de las localidades interiores de Ercilla, con laboratorios, televisores, fotocopiadoras, impresoras, etc. Vecinos del lugar comentan que muchos de los niños que egresan o abandonan la escuela terminan convertidos en weichafes .
Establecimiento se reconstruirá por cuarta vez
El establecimiento se ha convertido en un símbolo del conflicto. Las autoridades han dicho que la reconstruirán por cuarta vez, mientras que los grupos violentos amenazan con nuevos atentados. Uno de los contratistas encargados de remover los escombros de la escuela comenta cómo es trabajar en ese lugar: "Yo vivo como a diez kilómetros de aquí, no tengo nada que ver con esto y no tengo problemas con los mapuches. A nosotros nos mandaron a recoger chatarras después del incendio. Cuando llegamos a trabajar, los mapuches me vinieron a preguntar quién me mandaba. Yo les dije que era de una empresa y que lo único que estábamos haciendo era sacar latas y fierros, nada más. Después no han venido, pero uno se preocupa porque están acá al lado".

P. Obregón y J. J. Díaz