Esposado de pies y manos sólo puedo caminar dando saltitos. Por cada movimiento que doy el acero inoxidable de las esposas aprieta, daña y lastima al punto del calambre. Pese a todo estoy tranquilo, como si fuera el agua de un lago por la mañana, sonrío y levanto la cabeza mirando a los ojos a uno de los pacos que me apunta de frente con su ametralladora.

Está serio, es un peñi, se nota en su rostro moreno y en sus ojos oscuros. Lo miro de frente como interrogándolo, pero no soporta esa presión, por lo que decide desviar la mirada, como avergonzándose de si mismo. Quizás sabe que esta haciendo lo incorrecto, quizás le pesa ese uniforme que reprime y daña a diario a su propia gente. Sin embargo, no le queda de otra pienso, de eso vive, de ese mísero sueldo comen sus hijos y puede darle esperanzas en este malvado sistema. Porque él sabe –y ese es el punto –que no le está apuntando a un delincuente como tal, ni está cuestionando a un terrorista, como le hacen creer y le recuerdan toda vez que debe apresar a un peñi.

Cómo está peñi, cómo se llama su gente, su comunidad. Me dan ganas de hablarle y decirle que no se preocupe, que lo entiendo. Responderle que estoy bien, que nada más me aprietan un poco las esposas, pero nada a lo que no logre acostumbrarme con el paso de las horas. Y señalarle que han pasado años de no usar una de estas, y terminar riendo juntos.

Es que al final siempre reímos y le encontramos sentido a esta vida que hemos heredado de nuestros viejos. Yo el preso, el me vigila, pero no somos distinto, ni él mi enemigo, ni yo de él. Este sistema, este, que nos impusieron a fuerza y fuego, es por eso que hoy nos ponen sin opción de frente. Y es esto lo que se hace necesario cambiar, porque somos parte de una gran historia y de un gran pueblo, peñi.

Me suben al carro y veo, entre la pequeña ventana enrejada la luz del sol. Parece un lindo día, las calles, la gente. Esa que no nos ve, que no quiere ser parte de esta historia, que se avergüenza, que tiene miedo. Pero nosotros no somos culpables de ese miedo; siempre estuvimos y siempre estaremos acá y nuestra lucha es también, por ellos, por cada uno de los habitantes del wallmapu.

Se detiene el carro, llegamos al hospital, está la prensa, esta prensa chilena que no cumple un bien social sino el resguardo de los intereses capitalista; ésta es la prensa que construye historia de terroristas, la que nos clasifica entre malos y buenos. La que aclama represión y levanta a esos hermanos que se venden al vedetismo barato, como un objeto turístico de feria costumbrista. Para esta prensa omnipotente, los que soñamos y luchamos por una vida mejor para nuestra gente somos los terroristas, los violentos. El tema es que el terrorismo existe desde que invadieron nuestro territorio, desde el momento que nos impusieron sus próceres y nos niegan nuestra historia que es mucho mayor a 200 años.

Entramos por un pasillo hacia la sala de espera colmada de gente, sobrepasada, como la mayoría de los hospitales que estos gobiernos han abandonado. Es que ni la salud, ni la educación en chile son un derecho, amigo, sino un rentable negocio que obliga a los chilenos a hipotecar su futuro para sanar una enfermedad o conseguir un título universitario. El dios dinero que lo puede todo, en un país que pareciera no tener memoria, un país que quiere profundizar un modelo de vida dictatorial y donde se cree que el presidente hizo todos sus millones trabajando.

“Denle duro, hay que meter preso a todos estos indios”, les reclama una señora a los policías que me custodian. Parece mentira lo que estoy oyendo, sí soy como usted señora, mírese al espejo e indague sólo un poco en su historia familiar y comprenderá el porqué de su piel morena, como yo, y su cabello oscuro, aunque intente ocultarlo.

El trámite es sencillo, no tengo lesiones ni daños corporales, ni mucho menos morales, por eso debo firmar, y con las manos esposadas; es que soy un reo peligroso, según la información que maneja la policía.
De vuelta a la comisaría, me encuentro con una celda exclusiva para mí. Es un lugar conocido. Cuantos peñi han pasado por aquí y así lo demuestran los rayados: “Resistencia mapuche”; “Lemun vive”; “Matías Katrileo Vive”, se lee en las paredes.

Esta comisaría, esta celda, es parte de nuestra historia, de nuestra lucha, pienso. Hace frío y parece que comienza caer el sol en Temuko. Llega la noche, la oscuridad necesaria para partir un nuevo día, más radiante.

Me apresto a iniciar este camino. Nuevamente soy uno de los cuántos peñi presos por soñar, siendo perseguido y temiendo ser asesinado por esta falsa democracia. Esta es la forma en que ellos celebran su bicentenario, pero nuestra historia es mucho más que doscientos años, más que esta ciudad, que estas cárceles. Por eso sonreímos todo el tiempo y le encontramos sentido a la vida e intentamos pensar en un mañana, en un futuro para nuestros hijos. Mismo sueño que hace tanto tiempo queremos compartir, porque somos así: siempre pensando en el del lado, y estamos acá como siempre hemos estado.

Estoy nuevamente en prisión, aprovechando estos días para la reflexión. Para pensar en nuestro futuro, el que debemos construir para las futuras generaciones.

Agradezco a cada uno de los amigos que me han acompañado en estos años y me han enseñado el valor de un ser humano. Pero sobre todo han estado en los momentos tristes y felices que se descubren en el camino de lucha que compartimos”.

Newentuleayiñ kom pu che
Wewayiñ Marrichiweu
Pascual Pichun, preso Politico Mapuche
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Nota: El lonco Pascual Pichún, junto a Aniceto Norin, otro jefe de comunidad, fue condenado a 5 años de cárcel en un proceso por Ley Antiterrorista, acusado de “amenaza de incendio”.