Entre el viernes 20 y la noche del domingo pasaron por el anfiteatro local o por la carpa vecina -según las condiciones del tiempo- Luis Salinas, Hugo Fattoruso, Verónica Condomí, Chango Spasiuk y Pedro Aznar, entre otros artistas. Los locales de Surandes, Carlos Aguirre y Motta Luna actuaron el lunes, antes del cierre a cargo de León Gieco y su poderosa banda. Gieco llevaba más de una década sin tocar en San Martín de los Andes, y ni él -que propuso recuperar el tiempo perdido y redondeó más de tres horas de show- ni el público -el que colmó la carpa, el que se quedó escuchando del lado de afuera de ese iglú vinílico- estaban dispuestos a desaprovechar el reencuentro. Durante los cuatro días de festival, además de la programación central hubo encuentros, talleres y clínicas. Clarín (Buenos Aires), 26 de diciembre de 2002.

 
 

Clarín (Buenos Aires), 26 de diciembre de 2002.

MÚSICA: COMO FUE EL PRIMER FESTIVAL DE MUSICOS ARGENTINOS DE SAN MARTIN DE LOS ANDES

Con el corazón mirando al Sur

Con un frío inédito para la época del año, actuaron Aznar, Spasiuk, Salinas y Fattoruso, entre otros. También tocaron grupos locales y hubo talleres temáticos y encuentros de intercambio. El cierre fue con un efusivo show de Gieco.


 AZNAR CADA VEZ MAS INTEGRADOR, INVITO A CANTAR A VERONICA CONDOMI Y A CHANGO SPASIUK, ENTRE OTROS. (Foto: Río Negro)

 

"El huinca se confundió", decía de sí mismo el acordeonista Chango Spasiuk frente al cerro Chapelco, en el inmenso verde del Puente Blanco, donde el tránsito del mediodía se limitaba a un cansino rebaño de ovejas sin pastor. Como consecuencia de una sucesión de cambios de horario, Spasiuk terminó llegando con cuatro horas de anticipación a su cita con miembros de la comunidad mapuche, el lunes. Finalmente, el encuentro se concretó y se extendió hasta el atardecer con baile, autógrafos y sandía, cuando a pocos kilómetros la carpa del Primer Festival de Músicos Argentinos de San Martín de los Andes estaba a punto de abrir su última noche.

Con sus espléndidas vistas de montaña, sus jardines desbordantes de rosales en flor, sus cabañas, el apacible lago rodeado de arboledas y cerros, y los antecedentes zonales del controvertido Festival Internacional de Jazz de los 7 Lagos y del Festival Regional de Jazz, San Martín de los Andes se propuso ahora como escenario de este nuevo encuentro.

Entre el viernes 20 y la noche del domingo pasaron por el anfiteatro local o por la carpa vecina —según las condiciones del tiempo— Luis Salinas, Hugo Fattoruso, Verónica Condomí, Chango Spasiuk y Pedro Aznar, entre otros artistas. El lunes, León Gieco multiplicó la escasa convocatoria de las primeras noches y cerró a carpa repleta y con una nutrida audiencia sin ticket que resistía el frío del lado de afuera, otorgándole a la noche una mística festivalera.

El encuentro había abierto el viernes, al aire libre, en el anfiteatro montado junto al lago Lácar. Entonces, precedido por el sexteto Escalandrum, el guitarrista Luis Salinas y su cuarteto desataron su talento frente a una platea con más claros que sectores ocupados.

El sábado, cuando al frío se le sumó la lluvia, alguien recordó la toponimia de Chapelco ("agua hasta el cuello") y la función se trasladó a una carpa. Fue la noche en la que el uruguayo Hugo Fattoruso presentó en la Patagonia su deslumbrante Rey Tambor —conjunto de candombe que completa la impecable cuerda de tambores integrada por Fernando Lobo Núñez, Fernandito Núñez y Nicolás Peluffo—. Mateo, Rada, Pintos nutren el repertorio de Fattoruso, pero también aparecen imprevistamente Mores—Canaro—Pelay, en una asombrosa, emotiva versión de Adiós, pampa mía.

De polera y guantes de lana, la cantante del grupo local Huerquén abría la noche del domingo con versos a tejedoras mapuches, amaneceres cordilleranos y antiguos tehuelches. Después llegó el exquisito trío que integran Verónica Condomí, el guitarrista Ernesto Snajer y el percusionista Facundo Guevara. Chango Spasiuk y su banda, en búsqueda de un sonido que él definió como más puro, levantaron a la gente de las sillas. Pedro Aznar, que cerró la noche, aprovechó coincidencias para invitar a escena, sucesivamente, a Snajer, Condomí, Spasiuk y, en los bises, a los hermanos Fattoruso —Osvaldo estaba allí como baterista del cuarteto de Salinas— para compartir una versión de Malísimo de Rubén Rada.

Los locales de Surandes, Carlos Aguirre y Motta Luna actuaron el lunes, antes del cierre a cargo de León Gieco y su poderosa banda. Gieco llevaba más de una década sin tocar en San Martín de los Andes, y ni él —que propuso recuperar el tiempo perdido y redondeó más de tres horas de show— ni el público —el que colmó la carpa, el que se quedó escuchando del lado de afuera de ese iglú vinílico— estaban dispuestos a desaprovechar el reencuentro. Al recorrido de su disco Bandidos rurales, le siguió una avalancha de hits que fue de Canción para Carito a Los Orozco. Los gestos de adhesión a canciones como las testimoniales Cinco siglos igual, De igual a igual o Idolo de los quemados iban del batir de palmas a un aislado y fervoroso "¡León presidente!", y unían la voz de la comunidad mapuche, representada por una delegación que subió al escenario sobre el final del recital.

Durante los cuatro días de festival, además de la programación central hubo encuentros, talleres y clínicas. En el teatro San José ofrecieron charlas Pedro Aznar y Hugo Fattoruso. Motta y Gabi Luna dieron un taller de géneros santiagueños y Verónica Condomí una clínica de canto. A Fernando Lobo Núñez le tocó dar un taller de candombe en el Salón de Usos Múltiples de la periférica zona de El Arenal, un lugar apartado del idílico paisaje turístico del área céntrica. Allí se esperaba a las huestes de la murga El Sueño del Pibe y de la comparsa del barrio, que debieron de quedarse detrás de las persianas bajas de las casas vecinas, mientras algunos alumnos de la poblada escuela de música de la ciudad se atrevían a tomar los tambores frente a la intimidante mirada de Núñez.

A primera hora del martes 24, Gieco tenía el último encuentro con la comunidad mapuche antes de abordar su vuelo. Para entonces, sobre el lago Lácar había vuelto a reinar una mágica quietud.
 

Irene Amuchástegui. ENVIADA ESPECIAL A SAN MARTIN DE LOS ANDES.

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