Proyecto de Documentación Ñuke Mapu
URL:http://www.soc.uu.se/mapuche

 
 
 
 
 
El Mercurio Electrónico

 

 
 
 
 
 
     
Viaje a la Araucanía profunda:
Entre el celular y el cultrún

Ximena Torres Cautivo 
Revista El Sábado, El Mercurio
Sábado 27 de marzo de 1999


Entre el celular y el cultrúnDar con la casa de los hoy famosos hermanos Reimán Alfonso y Galvarino, loncos de Lumaco no es fácil. Después de abrir varias trancas, subir lomas, cruzar un puente imposible, atravesar la cancha de palín y toparse con el rehue de esta pequeña comunidad llamada Collinque, finalmente llegamos a una modestísima vivienda de barro con techo de tejas. 

En ella se criaron los ocho hijos de la familia Reimán Huilcamán, cinco de los cuales terminaron cuarto medio, lo que aquí, en el mundo rural mapuche, es realmente un logro. Incluso, Aída, la menor, está siguiendo la carrera de asistente jurídico en un instituto profesional de Temuco. 

Pero los dos que han hecho noticia por su vinculación con el movimiento que busca recuperar las tierras usurpadas por los huincas; los que más de una vez han estado en conflicto con la autoridad, detenidos y procesados por la justicia; los que han declarado que no van a ceder en sus aspiraciones, no se encuentran en casa. 

Esta mañana sólo están el padre, Guillermo; Eugenia, la madre, hermana del cosmopolita Aucán Huilcamán, máximo dirigente del Consejo de Todas las Tierras; Eva, una de las hijas, y un nieto. También están el Compañero y el Comandante. 

El Comandante es especialmente amistoso. Nos lame las manos, mueve la cola, se trepa por nuestras piernas. 

¿Alarde de humor mapuche? ¿Un dato relevante para los servicios de inteligencia? ¿Pura casualidad? 

¿Por qué bautizaste así a tus perros? le preguntamos después a Alfonso en su oficina de Lumaco. 

Y, aunque se sorprende y luego ríe con ganas, asegura que oímos mal. Que no tiene ningún perro que se llame Comandante; sí, uno de nombre Compañero, porque eso es: un buen amigo, un guardián fiel, y que el asunto no tiene ninguna connotación política. Porque de política y políticos están hasta la tusa. Lo mismo, de las malas interpretaciones que hace la prensa. Que es efectivo que en uno de los enfrentamientos entre indígenas y carabineros, ellos como en broma, como una provocación a la autoridad, se trataban de comandantes delante de los poli-cías, porque muchos han hecho el servicio y conocen la jerga militar. Y que de ahí los periodistas agarraron el término, pero que el movimiento ni está infiltrado, ni mucho menos tiene un comandante. Que culturalmente el pueblo mapuche posee una organización de tipo horizontal, lo que impide la verticalidad en el mando. Que todo nace de una acción conjunta entre los loncos o cabezas de cada comunidad. Y que la recientemente formada Coordinadora de Comunidades en Conflicto Arauco-Malleco es una demostración concreta de esa manera de actuar. 

Todo eso dice, con su hablar sereno e inteligente, este hombre de 32 años, que no tiene estudios superiores y que, desde los 14, cuando acompañaba a su padre a las reuniones comunitarias, ya metía la cuchara en los temas de los grandes. Y la gente lo escuchaba, lo que no es raro: uno de los atributos que más valoran los mapuches es la capacidad de expresión, y el lonco Alfonso Reimán la posee. 

Pedro Cayuqueo, 24 años, estudiante de Derecho de la Universidad Católica de Temuco, secretario de la Coordinadora de Comunidades en Conflicto, también es un gran orador. Buenmozo, joven, apasionado. Por look, de más podría ser el comandante Marcos que los periodistas andamos buscando con tanto afán. Pero tiene una diferencia sustantiva con Alfonso Reimán: la edad y el paso por la universidad, que vuelve mucho más combativo su discurso. Cuestión de escuchar su respuesta frente a temas como la existencia del publicitado comandante o de infiltrados: 

Para los dirigentes de las comunidades en conflicto, la vinculación con grupos de izquierda resulta una falta de respeto, un signo más del racismo y la discriminación del huinca, que no concibe que los mapuches seamos capaces de organizarnos y pelear por nosotros mismos. Nosotros hemos demostrado que el mapuche pega fuerte y que el huinca entiende a palos afirma. 

Y lo encendido de sus argumentos confirma lo que sostienen quienes conocen de cerca el conflicto. 

Existe un movimiento joven, generado en las universidades, muy fundamentalista en sus reivindicaciones. Los jóvenes intelectuales mapuches, sin duda, están en pie de guerra nos dice una autoridad regional, muy ligada al tema, que pide hablar desde el anonimato, lo mismo que un alto representante eclesiástico. 

Este último afirma: 

Tras cursar una precaria enseñanza básica en una escuela unidocente y seguir estudios medios con un esfuerzo titánico, tanto en lo económico como en lo que significa dejar su casa, su comunidad, e insertarse en un medio que lo rechaza, es comprensible que el primer despertar de conciencia de un joven mapuche sea de rebeldía. En la universidad, se produce esa reacción donde se mezclan el orgullo de haber llegado con el resentimiento de lo difícil que fue. Y es complicado cuando se confunde conciencia con resentimiento. De ese error suelen surgir malos líderes, gente que puede provocar mucho daño. 

Matar a la abuelita 

Entre el celular y el cultrúnLa diferencia generacional no es un elemento menor para adentrarse en la realidad de la Araucanía profunda. Hoy todos los mapuches, de sur a norte y de puelche a travesía, como nos dijo un anciano, responden como un solo hombre cuando se trata de justificar la legitimidad de su movimiento. Todos comparten el mismo anhelo: recuperar la tierra que sienten les pertenece. 

El punto es de qué manera y para hacer qué con ella. 

Los miembros de la directiva del Hogar y Centro de Desarrollo Sociocutural Mapuche de Temuco son pioneros en esto de recobrar lo que consideran propio. La historia oficial señala que esta residencia universitaria es producto de una toma, dirigida por estudiantes indígenas de origen rural que no tenían dónde vivir. Pero ellos dan otra versión de los hechos. Dice Wladimir Painepal, 28 años, estudiante de antropología en la Universidad Católica de Temuco: 

En 1996, la Conadi (Corporación Nacional de Desarrollo Indígena) declaró que se le había  acabado la plata para el hogar universitario creado en 1992. Ya entonces la situación era insostenible: vivíamos treinta personas en lugares donde mal cabían quince, con apenas un  baño para todos, y la demanda seguía creciendo. Por eso, en 1997, cuando nos enteramos de que Indap tenía un lugar abandonado, que sería entregado al Servicio Nacional de Menores, decidimos ocuparlo, no tomarlo. Porque nadie se toma lo que le pertenece; nosotros simplemente recuperamos un local que había sido inaugurado en 1972 por Salvador Allende como centro de capacitación mapuche. 

Diecisiete días duró la toma o como quiera llamársele, y el gobierno se comprometió, aseguran, a construir en el plazo de dos años un hogar para 120 estudiantes. Hecho esto, Indap recuperaría el disputado local. 

Obviamente, todo quedó en promesa y dado lo delicada que está la situación hoy, dudamos que recuerden que está por vencer el plazo de entrega de este lugar y pretendan quitárnoslo comenta Wladimir, quien fue uno de los más activos participantes de la recuperación. 

Aunque reciben financiamiento de la Conadi, son ellos mismos quienes lo administran y seleccionan a quienes lo habitan. Actualmente viven en él cerca de noventa estudiantes, y no hay que ser muy observador para darse cuenta de que no es el más acogedor de los hogares. Pero ellos tienen otros reparos: 

Este es el hogar universitario más grande de la región. Hay espacio, pero no está pensado para nosotros. Es una construcción huinca que no toma en cuenta aspectos como la manera en que nosotros nos comunicamos. Las salas de reuniones, por ejemplo, debe-rían ser circulares, porque otra disposición espacial atenta contra lo que culturalmente somos y se contradice con nuestra mentalidad. 

¿No creen que se están poniendo demasiado exquisitos? ¿Que lo fundamental es tener un techo, comida y un espacio para poder estudiar y terminar sus carreras? preguntamos, desconcertados con tanta demanda arquitectónica. 

Es cierto responden, aterrizando. Pero no es la primera ni será la última vez que se vuelan con su utopía. Con alguna de ellas, porque tienen muchas. 

Pedro Pichincura, 23 años, estudia la carrera que concentra mayor número de alumnos indígenas: Pedagogía Básica Intercultural. Creada e impartida por la Universidad Católica de Temuco, busca formar profesores bilingües, capaces de enseñar en castellano y mapudungun o lengua mapuche, destreza que pocos huincas se muestran interesados en desarrollar. Pedro, además, pertenece a la comunidad de Didaico, una de las tres que se han enfrentado a la forestal Mininco en la zona de Traiguén. Quizás por eso sus compañeros le dan la palabra a la hora de marcar posiciones en relación con el tema. 

En Didaico, no hay leña, ni trabajo. A mí me decían que debía dejar el campo, que no me quedara picaneando bueyes ni bajo la ceniza. Que emigrara a la ciudad. Y yo lo hice, y entré a estudiar una carrera que no es más que una manera camuflada de someter al indígena desde niño a la cultura occidental. Se dice que la educación es la única salida para la pobreza, pero en Chile sabemos que es pésima y que la de calidad es sólo para los huincas que pueden pagarla. Cuando yo era chico, a la escuela de Didaico mandaban a los profesores más chichones. A unos compadres que te mandaban a comprar chicha en vez de enseñarte a leer. Hoy, todos nos hemos dado cuenta de que el esquema occidental, chileno-yanqui, no es para nosotros. Que el sistema de libre mercado no trae progreso, sino depredación, y que nosotros debemos recuperar nuestra tierra y, con ella, nuestra visión de mundo. 

Aída Reimán, hermana de los loncos de Lumaco, también quiere opinar: 

Escuchar la solución que daba Felipe Lamarca (presidente de la Sociedad de Fomento Fabril, Sofofa) es indignante para nosotros. El quería vernos transformados en microempresarios forestales y regalarnos plantas de pinos. ¿Acaso no se da cuenta ese señor que los pinos y los eucaliptus les han chupado toda el agua a nuestros suelos, han matado nuestros cultivos y oscurecido nuestro cielo? ¿Que debajo de su bosque de pinos podemos arreglarnos para jugar al palín, pero que el palo de la chueca no sirve si no es de canelo o de otra madera nativa? ¿Por qué mejor no bonifican la siembra de especies autóctonas? 

Vuelve a intervenir Pedro Pichincura: 

Según la idea de progreso huinca, yo debería llevar a mi abuelita a vivir en un departamento en Las Condes, cerca de un mall, en un vigésimo piso. Pero hago eso y ahí mismo se me muere mi abuela. A noso-tros la asistente social nos decía que vivíamos en la prehistoria, porque nuestra casa es de piso de tierra y porque mi abuelo andaba con ojotas en pleno invierno. Ponerle zapatos a mi abuelo no es progreso. Una casa huinca, tampoco.
Yo soy mandao, Nahuel 

Don Seferino Nahuel vive en la comunidad de Temulemu, otra de las que se enfrenta a Mininco. Tiene 63 años, es evangélico ferviente, como muchos de sus peñi o hermanos. No desprecia los zapatos y quisiera tener una buena casa, agua potable, electricidad. 

Hasta los doce años, yo no conocí chala. A esa edad empecé a trabajar y por ahí me compré unos zapatitos. Así, de a poco, nos fuimos civilizando, eso hay que decirlo. Pero poco progreso nos llega a nosotros. El año pasado pusieron los postes para que tuviéramos luz eléctrica, pero conectarse cuesta ciento veinte mil pesos por familia, y aquí nadie tiene para pagar esa plata. Así es que ahí están los postes de adorno. ¡Acompáñeme, venga a ver lo que le pasó a mi triguito! pide, con desesperación. 

La siembra prosperó, pero no dio grano. Atentaron contra ella la sequía más severa de las últimas décadas y el efecto de las forestales sobre el medio ambiente. No hay mapuche que no culpe a las plantaciones de pinos y eucaliptus de haber secado los esteros. Tanta es la falta de agua, que semanalmente la municipalidad de Traiguén manda un camión aljibe para llenar los estanques de las familias de la zona. En Temulemu son noventa y siete, y todas viven apuros parecidos a los de los Nahuel. 

Cuando yo era niño había buena agua, mejor tierra, la cosecha era más natural. Estábamos sometidos a menos deuda. Y no éramos tantos. Ahora hay familias que tienen terrenos de cincuenta por cincuenta metros para repartir entre seis hijos. Es el caso nuestro: la tierra mía no da ni para criar un chancho. Y tampoco tuve la capacidad para que mis hijos fueran profesionales. Ahora mi hija se quiere ir a Santiago a trabajar de empleada doméstica, como ya han hecho los otros, porque aquí no hay trabajo, y a mí me da mucha pena dice, apretando en su puño las espigas sin grano de su fallida siembra. 

El señor Poblete, director de la Escuela GN 185 de Temulemu, no quiere opinar sobre la contingencia. Pero sí accede a contarnos sobre el día a día de sus noventa y tres alumnos y de sus padres. 

La mayoría de la gente aquí se dedica a una agricultura de subsistencia. Viven de eso y de trabajos esporádicos, como el de temporeros. De repente, venden un chanchito. Así se dan vuelta. Los niños asisten con cierta intermitencia a clases. Influyen el clima y la distancia. Hoy, la asistencia fue de setenta y tres. Y tenemos sólo hasta séptimo, porque son muy pocas las matrículas para octavo. 

Cinco profesores, cinco salas, tres casas para los docentes, son progresos que destaca el señor Poblete. Hace 16 años, cuando llegó, no había esas facilidades. Tampoco tenían baño, sólo pozo negro. Y se congratula de que el 98, junto con el lonco de la comunidad, el ahora célebre Pascual Pichún, hayan logrado que les ripiaran los ochocientos metros de camino que, en días de lluvia, impedían el acceso de los niños a la escuela. Son logros modestos, sin duda. E insuficientes para lo que quisiera la gente. 

En su parcela, don Seferino, parado junto a su pozo desoladoramente seco, entra en el tema que el señor Poblete prefirió soslayar: 

Todo lo que está pasando es por la necesidad. Yo recuerdo de niño que mi padre se pasaba la vida yendo al juzgado, al tribunal de indios, para reclamar la tierra que le habían quitado, y todos los grandes se llevaban en eso. Son muchos los años de tratar por la buena, pero nunca conseguimos nada. A mí no me gusta pelear. Yo le he dicho al mayor de Carabineros de Traiguén que tenemos que dialogar, que la empresa, que el gobierno nos tienen que escuchar. Y él me responde: Mire, Nahuel, yo soy mandado, nomás, porque se da cuenta de que ésta es una cuestión de justicia y necesidad. Hoy todos nosotros hemos decidido que entre morirnos de hambre y morir peleando, es mejor hacerlo peleando. 

Mosqueteando en el campo

Entre el celular y el cultrúnPeleador es Julio, al que conocemos en Temuco, en el Hogar de estudiantes. Cuando sabemos que va a coordinar acciones a la casa del lonco de Temulemu, Pascual Pichún, le ofrecemos llevarlo. Tiene 22 años, procede de una comunidad cercana a Malleco y no da su apellido ni acepta fotografiarse. Desde que terminó cuarto medio, se ha dedicado a la causa mapuche. Ha estado en los conflictos en Ralco y va y viene por las comunidades como un trabajador de terreno, según él mismo califica sus funciones. Se vanagloria de ser quien descubrió a policías de civil infiltrados entre los periodistas y asegura tener identificado al reportero que habría inventado la existencia del famoso comandante. 

Cuando ese gallo se aparezca por aquí, entre todos lo vamos a palmotear, y no para felicitarlo. La gente está aburrida de mentiras. ¿A ustedes los periodistas no les hacen clases de ética? pregunta, belicoso.

Pero, al final, se ablanda y, durante las dos horas que toma el viaje de Temuco a Temulemu, cuenta que estuvo trabajando en una empresa de aseo en Santiago. 

Me dediqué a limpiarle el sebo a los huincas, y no lo haría nunca más. El desprecio, la segregación, el racismo, incluso en los sectores populares, entre gente tan pobre como uno, resulta tremendo. Y yo no soy cualquiera: mi abuelo era lonco. 

Al llegar a la casa de Pichún, tras internarnos por caminos polvorientos, nos pide que nos quedemos abajo, junto al quiosco de la Cola-Cola, que contrasta con los letreros de la entrada, ultrafotografiados por los medios, en que se advierte: No entrar: territorio mapuche. Baja con un ajado cuaderno en la mano, y junto con indicarnos que el lonco no está, nos pide las credenciales y anota nuestros datos quién sabe para qué. 

Al día siguiente, el lonco de Temulemu se muestra mucho más cordial que Julio. María Coñonao, una de sus dos esposas (un lonco tiene el privilegio o el tormento de la poligamia), nos dice que anda por allá por el bajo a la siga de un chancho. Lo encontramos en la casa de un vecino. 

Pascual tiene 44 años y es mucho más cálido, elocuente y conciliador de lo que se lo ha visto por televisión. Sin problemas, accede a hablar de su comunidad. 

Sólo uno de nuestros jóvenes ha logrado entrar a la universidad. Los demás han emigrado por falta de trabajo, y son pobres entre los pobres de la ciudad. Cuando llegaron las forestales, nosotros las miramos positivamente. Yo mismo trabajé en Mininco en la época de plantación, pero hoy nos damos cuenta de que su presencia aquí es una derrota. No dan trabajo a los mapuches. La poca mano de obra que requieren la traen desde otras partes. Y, a medida que las plantas fueron creciendo, la tierra empezó a secarse, el agua desapareció o se ensució con los químicos de las fumigaciones. Hoy nuestra tierra es poca y no sirve, cosa que hace tiempo nos habían advertido nuestras machis. Ahora debemos recuperar la que nos quitaron para volver a ser lo que éramos. 

Y en el supuesto de que la recuperen, ¿qué planean hacer con ella? 

Todavía no es tiempo de pensar en qué hacer. Primero tenemos que recuperarla. 

Pero hablando con los jóvenes mapuches universitarios queda la sensación de que la quieren para seguir viviendo como siempre, rechazando el progreso o la idea de hacer algo productivo con ella. 

La educación es útil, pero son los porrazos los que más enseñan. A ellos les falta experiencia. Y quizás tienen esa visión, porque se dan cuenta de que al pueblo mapuche nunca se lo ha escuchado. Y ahora sienten que luchando, por la fuerza, recién las autoridades nos están atendiendo. Pero a todos nos interesa vivir mejor. 

El lonco se toma en serio la misión de mostrarnos la comunidad. Nos lleva donde María Ancamilla, la machi local, la que le anunció el desastre y la que, pese a los palos que ha recibido en los enfrentamientos con carabineros, asegura que la tierra será recuperada. Lo que será más difícil de revertir, pensamos nosotros, mientras ella toca el cultrún junto a su rehue, es la falta de estudios de sus nietos. 

Juan y Pedro, de 10 y 12 años respectivamente, en este tiempo se las arreglan mosqueteando, como la mayoría de los niños mapuches que no van a la escuela. En Traiguén pagan entre 50 y 80 pesos por el kilo de rosa mosqueta. Y ellos en un día logran llenar un saco de veinte kilos, lo que es un ingreso significativo para su familia. Así es que de estudiar, nada. 

Es hora de almuerzo en Temulemu. Y hora de noticias en casa de Pascual Pichún, quien se las arregla con una batería para hacer funcionar el televisor que lo mantiene informado. Actualmente, no es raro que él o alguno de los otros loncos aparezcan en pantalla, y eso hace aún más vital ser parte de la aldea global. Lo mismo pasa con el celular. Asegura que tiene uno desde mucho antes de que surgiera el conflicto y que lo paga con su esfuerzo. 

El líder de una comunidad debe velar por los suyos y contar con teléfono en algunos casos es importante responde, sin enojarse. Pero en su casa está Julio, el trabajador de terreno, desconfiado de la prensa, y el lonco se ve obligado a hacer un gesto de autoridad: pedirnos de nuevo las credenciales. Las mira. También lo hace su mujer. El vecino que le vendió el chancho. Julio, de nuevo. Comentan cómo salimos en la foto. Nos vamos. 

No queda otra 

Por la tarde, tras remontar una cuesta, aparecemos en la vecina Didaico, comunidad afortunada, porque cuenta con la bendición de un río, que desgraciadamente no se utiliza. Allí, volvemos a toparnos con Julio. Esta vez anda con Segundo Norín, el lonco de esta otra comunidad en conflicto. Vienen de la casa de Pichún, en una camioneta llena de gente, por estos caminos polvorientos y sinuosos en que no dejan de circular los camiones cargados con pinos. Desde que empezó el conflicto, los líderes se pasan la vida en reuniones. Y aseguran que no pueden andar solos. Los tienen amenazados, afirma Eliana Catrinao, 31 años, mujer de Norín. 

Y, pese a la bucólica placidez de estos parajes de lomas suaves, la evidente presencia de Carabineros; los bosques de pinos quemados que aparecen de tanto en tanto; los terrenos talados en otros sectores; las alambradas en torno a lo que todo el mundo llama el Fuerte Cerrillos, donde Mininco tiene su centro de operaciones de tala, hacen patente que aquí la tranquilidad es pura apariencia. 

Don Huenchul Nahuelcura, presidente de Temulemu (autoridad elegida, a diferencia del lonco, que se impone por carisma), más proclive a negociar la compra de tierras a través de la vilipendiada Conadi, es crítico de este clima de guerra. El quisiera recuperar por la buena lo que, como todos, siente le fue usurpado.

Pero eso no quita que, como todos, su único propósito sea recuperar lo perdido. Y en esta batalla los que definitivamente no entran son los que buscan sacar otro tipo de ventaja del conflicto. Viejos y jóvenes, conciliadores y belicosos, abominan por igual de los políticos, las oenegé, las infinitas agrupaciones urbanas que dicen luchar por el pueblo mapuche y hasta de la Iglesia. 

El nombre de Aucán Huilcamán provoca en todos nuestros entrevistados un gesto de desprecio. Muchos sienten que ha utilizado la causa mapuche para sus propios intereses. E incluso su sobrino, Alfonso Reimán, que trabajó con él en un primer momento, cuando ambos pertenecían a Ad Mapu, hoy se declara desilusionado. 

Nuestras demandas superan los planteamientos políticos, las reivindicaciones sociales. No estamos luchando por un sueldo digno, queremos que se nos reconozca como pueblo y que se nos respete en todas nuestras particularidades culturales, que no se nos trate de asimilar a una cosmovisión que no es la nuestra, porque eso no es otra cosa que tratar de destruirnos. 

Y surge de nuevo el tema del concepto de desarrollo y progreso para los mapuches, que se contradice tan fuertemente con el de los huincas: 

Cuando nosotros pensamos en desarrollo, no estamos pensando en consumismo. Quizás si plantamos pinos ahora, en veinte años tengamos mucha plata y muchos objetos. Pero, ¿qué poseeremos en términos de recursos naturales y calidad de vida? Vamos a estar más pobres, porque esta tierra que era fértil se habrá convertido en un desierto. Esto no quiere decir que queramos seguir trabajando los campos en un esquema de subsistencia. No. Lo explico con un ejemplo: nosotros conciliamos el celular y el kul-kul, que es ese cacho con que nos llamamos para las convocatorias. Esto significa que creemos más en el cultivo del chícharo y de la rosa mosqueta que en el de los bosques de pinos.

Es cierto. Además de la labor por la recuperación de tierras, en Lumaco, los Reimán, a través de la Comercializadora de Productos Mapuches, compran chícharo, mosqueta y cera de abeja a los agricultores de las comunidades. Esto ha contribuido a subir los precios que los demás empresarios pagan por estos productos, y ha desarrollado el cultivo de esta leguminosa el chícharo que se exporta a España. Una nota esperanzadora, que no impide, sin embargo, que la lucha por la tierra sea hasta las últimas consecuencias. 

Sabemos que lo que estamos haciendo tendrá un costo. Que habrá gente detenida, juzgada y hasta desaparecida, pero no nos queda otra. 

¿Y ese no queda otra incluye la quema de bosques, la violación de la propiedad privada, la violencia? 

Quien no conoce la permanente actitud antimapuche de los particulares y de los empresarios, difícilmente puede entender que lo que ha habido aquí es una reacción. La gente de aburrió de los abusos, y es muy difícil controlar la violencia y la agresividad de quien ha sido siempre maltratado dice Reimán, sellando contra lo que él mismo quisiera un pacto de agresión.

 

Términos y condiciones de la información