Raúl Montenegro, presidente de la Fundación para la Defensa del Ambiente. Actualmente trabaja para que cese la depredación ambiental y sean devueltas 9000 hectáreas de selva a las comunidades mbyá Tekoa Yma y Tekoa Kapi’i Yvate, en la Reserva de Biosfera Yabotí. "He caminado lugares tan distintos como las sabanas de Kenya, los pueblitos empobrecidos de Uganda, y la selva misionera en la Argentina, y en todos estos sitios aprendí que la sabiduría está más cerca del barro que de las luces urbanas." Territorio Digital (Misiones), 8 de octubre de 2004.
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Entrevista. Raúl Montenegro, presidente de la Fundación para la Defensa del Ambiente
"Estreché la mano de Mandela
y sentí la misma emoción con el cacique Artemio"
El biólogo trabaja en
defensa de los guaraníes en Misiones. Fue galardonado con el Nobel
Alternativo. En diálogo con El Territorio, repasa su labor y sus
esperanzas.
“La sabiduría está más cerca del barro que de las luces urbanas”, asegura el biólogo e investigador Raúl Montenegro (54) al resumir su labor a poco de enterarse de que es una de las cinco personas en el mundo y el único argentino galardonado con el Premio Nobel Alternativo 2004 (Right Livelihood Award), justo ahora que trabaja en defensa de la selva y de dos comunidades guaraníes que viven en la Reserva de Biosfera Yabotí, en Misiones.
“Cuando me preguntas cuáles son los principales problemas ambientales de la Argentina, respondo que son tres: la corrupción, la ineptitud de varios funcionarios públicos y el egoísmo de muchas empresas y ciudadanos; todo lo demás surge a partir de ahí”, dice Montenegro, quien en los últimos meses denunció aquí y en el exterior que el gobierno de Carlos Rovira “defiende más los intereses de las madereras que la vida de los indígenas”.
Montenegro, que ya había sido nominado en otras oportunidades, es docente de las universidades de Córdoba, Buenos Aires y Mar del Plata, y presidente de la Fundación para la Defensa del Ambiente (Funam). Encontró en Funam -que se mantiene con aporte de un pequeño grupo de socios- un canal para utilizar las herramientas de la ciencia en y con comunidades postergadas. “Hacemos un intercambio: ellos nos enseñan lo que saben y nosotros les mostramos lo que sabemos”. Actualmente trabaja para que cese la depredación ambiental y sean devueltas 9000 hectáreas de selva a las comunidades mbyá Tekoa Yma y Tekoa Kapi’i Yvate, en la Reserva de Biosfera Yabotí.
¿Qué significa este
premio después de tanto trabajo incansable y pocas veces reconocido?
Para mí el Right Livelihood
Award fue siempre un premio amigable, comprometido. Lo recibieron, por
ejemplo, Ken Saro-Wiwa de Nigeria, ejecutado por luchar contra una de las
empresas petroleras más poderosas de la Tierra, y el español
Juan Garcés, cuyo rápido accionar permitió que se
encarcelara a Augusto Pinochet en Gran Bretaña.
Es cierto que muchos de nuestros
trabajos nunca tomaron estado público, por ejemplo cuando logramos
que Guatemala rechazara la importación de un reactor nuclear Candú
“regalo” de Canadá, o nuestra campaña internacional “La Voz
de los Niños” que trabajó en 42 países con 600.000
chicos.
Este año, por ejemplo, pude
conocer en París a una familia de Ruanda que logramos salvar del
genocidio. Lo logramos gracias al trabajo de una periodista francesa y
de nuestra campaña La Voz de los Niños. Hoy todos están
a salvo.
Este premio es muy conocido en Estados
Unidos, Europa y Asia, y en muchos países de América latina
y África, pero no tanto en la Argentina; en parte quizás
porque ningún argentino lo recibió antes. Al jurado que lo
otorga le llamó la atención que me dedicara a tantos temas
distintos con tan pocos recursos económicos, y que en muchos casos
lográramos, junto a la comunidad, pequeños y grandes éxitos.
Está a la par de grandes
hombres de la historia de la humanidad. ¿Cuál es su reflexión?
Este premio me abre ventanas impresionantes
para acelerar luchas que venían muy lentas, como la devolución
de tierras a las comunidades mbyá guaraní de Tekoa Yma y
Tekoa Kapi’i Yvate, en Yabotí. He tenido la oportunidad de contarles
a periodistas de Suecia y Alemania que 60 niños, 40 mujeres y 200
adultos mbyá están pacíficamente concentrados en una
plaza de Posadas, en Misiones, desde hace más de un mes, y que el
gobernador Carlos Rovira no los quiere recibir. Pude contarles cómo
el Ministerio de Ecología de esa provincia defiende más los
intereses de las madereras que la vida de los indígenas, y que allí
está ocurriendo un genocidio silencioso. Esto es lo sorprendente
del premio, es como un megáfono que nos facilita decir verdades.
Pasar de la letra chica, casi susurrada, al grito que escucha mucha gente.
La campaña que lidera tienen
ahora mayor respaldo...
El premio no sólo nos permite
salir hacia afuera con más fuerza, sino también hacia adentro,
donde enfrentamos las pobres gestiones ambientales de la provincia de Córdoba
y la Nación. Estos funcionarios todavía no saben trabajar
con la gente ni con la ciencia, y lo peor es que la sociedad sigue pagando
sus sueldos.
En este momento de alegría
por el reconocimiento, ¿recuerda a alguna persona o situaciones
en particular?
He trabajado no sólo en mi
país sino también en África, en la India, en América
Central. En estos viajes viví situaciones irrepetibles e imprevistas.
En la mañana del 11 de septiembre de 2001 estaba dando una conferencia
en la Universidad de Georgetown, en Washington, cuando fueron estrellados
varios aviones comerciales contra las Torres Gemelas y el Pentágono.
Algunos años antes mientras viajaba de Etiopía a Senegal
logré salir milagrosamente de la ciudad de Addis Abeba antes de
que los rebeldes y las fuerzas gubernamentales se enfrentaran. He caminado
lugares tan distintos como las sabanas de Kenya, los pueblitos empobrecidos
de Uganda, y la selva misionera en la Argentina, y en todos estos sitios
aprendí que la sabiduría está más cerca del
barro que de las luces urbanas.
Vivió momentos difíciles
al enfrentarse con duras realidades
Sí. Amo mi trabajo pero reconozco
que es duro. Cuando acompañé a la gente de Punto Doc en su
recorrido por el barrio de Ezpeleta, afectado por líneas eléctricas
de alta tensión y una enorme planta de transformadores, entré
a la casa de mucha gente enferma que quería saber si allí
los campos magnéticos eran muy altos. Aún hoy recuerdo sus
ojos angustiados mientras hacía las mediciones con un equipo portátil.
Por suerte en Ezpeleta los vecinos se hicieron oír, y lograron excelentes
resultados.
¿Y las grandes satisfacciones?
Los premios inesperados, como cuando
hace dos años estuve trabajando con los vecinos de barrio Vista
Alegre en Asunción, Paraguay. Se oponían al proyecto de construir
una gran estación transformadora de electricidad frente al Colegio
Verbo Divino. Hice los estudios, hablé con las autoridades, hicimos
audiencias públicas y la gente finalmente ganó. Días
antes de dejar Asunción me invitaron al colegio. En la calle había
unos 3000 niños reunidos para agradecerme. Aún hoy me tiemblan
las piernas cada vez que lo recuerdo.
¿Sintió temor alguna
vez, por usted o por las comunidades que defiende?
Lo feo son las amenazas que recibo
cuando tocamos algún interés económico muy grande.
Yo tengo una libretita donde las anoto. Amenazas dichas en voz suave y
educada, amenazas groseras y tajantes, amenazas por carta documento. Cuando
luchábamos contra la importación de basura nuclear desde
Australia, INVAP se sintió ofendida por lo que decíamos,
pues mis declaraciones habían aparecido en los principales diarios
de Australia, y quiso presionarme con una carta documento. Denuncié
la intimidación en la Argentina y otros países, y nunca volví
a recibir sus cartas.
También están las
casualidades importantes...
Sí, en 1992 pude conversar
con Jacques Yves Cousteau en Río de Janeiro, y durante la Cumbre
Social de Copenhague, estrechar la mano de Nelson Mandela. Una y otra vez
volví a sentir la misma emoción cuando saludé por
primera vez a Artemio, cacique y sacerdote de Tekoa Yma, una comunidad
mbyá Guaraní de Misiones, o cuando una dirigente Kolla me
obsequió una vasija de barro llena con tierra procedente de muchas
comunidades indígenas.
Cristina Besold
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