En el país en que los candidatos presidenciales debaten frente a las cámaras de televisión, no existen los mapuche. Ni la represión que sufren, ni el desprestigio a que los someten las autoridades. No hay tres indios asesinados por la policía, ni un centenar en prisión, ni muchos de ellos procesados por la ley antiterrorista.

Tampoco existe la irrupción criminal de la policía en contra de sus casas, ni han abusado de las mujeres, amarrándolas cual delincuentes peligrosos, sin respetar ni su género, ni su condición, ni a sus hijos, testigos de esos brutales castigos.

No existe en ese país de sonrisas y promesas, niños baleados por carabineros, ni asfixiados con gases venenos. Ni tampoco existen patrones organizados en bandas paramilitares que amenazan a los indios con quemarlos vivos y construyen zanjas medievales.

Ninguno de los exponentes, risueños, seguros de sí mismos, a salvo de la polución, se refirió a los esfuerzos de las autoridades políticas, judiciales y policiales por criminalizar su legítima lucha. Nadie dijo que no sólo pelean por recuperar sus tierras ancestrales, a las que tiene derecho moral, histórico y legal, según lo disponen organismos internacionales, sino que por el derecho a ser ellos mismos. A ser mapuche.

En esos mismos minutos en que se debatían las grandes ideas que debe tener un presidente, a setecientos kilómetros al sur, la guardia permanente de la policía militarizada realizaba patrullajes intimidantes en las comunidades. En esos mismos instantes, en distintas cárceles, un centenar de mapuche sufre la prisión política a que los someten los fiscales caza mapuche y el subsecretario del interior. Como en los mejores tiempos del gris prusiano y el tambor mayor.

Mientras los candidatos mostraban sus mejores armas para competir en las elecciones, un pueblo, marginado de casi todo, hace esfuerzos para sobrevivir en medio del castigo de la represión y del desprecio.

Ni una palabra de los candidatos estuvo dirigida a exigir una solución de verdad al conflicto que mantiene el estado de Chile con el pueblo mapuche. Ni el más pintado de los candidatos se refirió a la política genocida que impulsan las autoridades chilenas en el territorio. Da la impresión de que el silencio es uno de los acuerdos implícitos de la casta dominante y los nuevos postulantes a ella.

Nuevamente, el pueblo mapuche, su historia, sus gentes, no existen. Sin ser vistos por los postulantes al cetro del reino, ocultos detrás de una cortina de desprecio y racismo, los mapuche son acusados de afectar el turismo en la región, de ser capaces no más de sembrar cilantro, de flojos y borrachos y bárbaros.

Hacen falta hogueras más grandes para que los señores que mandan y los que postulan a mandar, sepan que en el sur hay un pueblo que sigue luchando por su tierra, por la dignidad debida a las personas humanas. Para que el fuego diga que van a luchar todavía para sobrevivir a la bala y al desprecio.