Aunque fue pensado para atender a las comunidades indígenas, hoy más de seis mil atenciones (40%) son para personas que no pertenecen a la etnia.

Silvia Chicona llegó a Nueva Imperial con un diagnóstico claro. Sufría una insuficiencia renal y debía dializarse. Así visitó el centro de medicina mapuche de esa localidad de La Araucanía, donde fue atendida por el machi Víctor Cañiuyán. Tres veces se hospitalizó ahí, y a punta de infusiones de hierbas y rituales, el machi dice que "limpió sus riñones" y logró revertir su "huinca kutrán" (males que afectan a los no indígenas).
Tal como Silvia, cada vez son más los "huincas" que llegan a atenderse por Fonasa a este lugar, que junto a una clínica de tratamiento clásico tiene una ruca y un sitio de rogativas, donde machis y curanderos trabajan por sanar a los pacientes siguiendo su medicina ancestral. Cuando el centro se inauguró -en agosto de 2006- su rol era principalmente atender a las comunidades indígenas de la zona; sin embargo, de los 16 mil pacientes que llegan al año, 6.400 (el 40%) no pertenecen a la etnia.
"Ahora me siento mucho mejor. Antes, en el consultorio sólo me daban paracetamol", cuenta Juan Fernández (70), quien se olvidó de sus dolores en la espalda luego que la componedora de huesos, Florencia Huenteleo, le aplicara cataplasmas con hierbas en su torso.
Es tanta la demanda de los "huincas", que Doralisa Millalén, presidenta de la Asociación "Newentuleaiñ", que administra el recinto, cuenta que ya no pueden atender a más de estas personas, pues la atención es preferente para mapuches.
Cada mañana unos cien pacientes llegan con un frasco de orina para que las curanderas lo "visualicen" o diagnostiquen las enfermedades que ellas dicen son "del cuerpo y el alma".
Los "huincas" no sólo acuden a las machis, consideradas el puente que permite un equilibrio del entorno con los espíritus protectores, sino también buscan a los "ngutanchefe" (componedores de huesos), a los "puñeñelchefe" (parteras) y a los "nglanchefe" (orientadores).
Éstos atienden en boxes si la enfermedad lo permite, y en caso de mayor gravedad derivan a los pacientes a los médicos tradicionales y hospitales.
"Debí renunciar a mi trabajo. Ellas me prepararon y traspasaron sus conocimientos. Mis males se fueron y fui consagrada en una gran rogativa", cuenta Rosa Caniupil, quien tras ser atendida por cinco curanderas terminó convirtiéndose en machi de una comunidad en Galvarino. Según cuenta la mujer, sus dolencias se terminaron cuando asumió su "rol" en la etnia.
"No basta el bisturí"
Cada año, el centro intercultural recibe $2.200 millones desde el Ministerio de Salud. Para el titular de la cartera, Jaime Mañalich, este aporte tiene una razón fundamental. "Hay que reconocer, como fenómeno antropológico, que una enfermedad es como una cosa técnica, una neumonía o una apendicitis aguda, y otra cosa no técnica es cómo se vive esa enfermedad. No basta usar el bisturí. El acto de sanar es mucho más que eso y el incorporar la medicina indígena a la red asistencial nos ayuda a que las personas tengan más posibilidades de sanar".

IVÁN FREDES