Moira Millán es una activista que defiende la causa de su pueblo. En “Terridicio. Sabiduría ancestral para un mundo alternativo” se refiere a la destrucción de la Tierra con un criterio que excede la relación con la naturaleza para abarcar también la cultura y la vida espiritual.

“Saludos, hermanas, hermanos, hermanes, saludos a toda la gente. Soy una mujer mapuche, mi linaje territorial se origina en Puelwillimapu, las altas cumbres de la cordillera sur, hoy denominada Patagonia”.

Con estas palabras que primero escribe en lengua mapuche comienza Terricidio. Sabiduría ancestral para un mundo alternativo de la escritora, guionista, defensora de su pueblo y weychafe mapuche Moira Millán, quien forma parte del Movimiento de Mujeres y Diversidades Indígenas por el Buen Vivir y desde hace treinta años sostiene la recuperación su lof Pillan Mahuiza ubicado en Chubut, donde vive.

Hija y nieta de trabajadores ferroviarios, en 2019 publicó la novela El tren del olvido que fue traducida el inglés y sobre la que se está haciendo una película. Terricidio, el libro con prólogo de Arturo Escobar que motivó esta nota, será publicado en el Reino Unido y en Francia.

En diálogo con Tiempo Argentino desde México, Moira Millán se refirió a la concepción mapuche del mundo, al precio que debió pagar por su activismo y a la forma de considerar la Tierra que tiene su pueblo. Sus palabras dejan muy claro que existe una manera muy distinta de habitar el mundo que no es la que, como país colonial, hemos heredado de Europa.

-En Terricidio contás que no te diste cuente de que eras mapuche hasta los 17 años. ¿Qué te llevó a saberlo? ¿Cuál era la situación familiar que te impidió saberlo antes?

-Lo que sucede es que en el proceso de argentinización que sufrimos y padecemos de parte de los estados-nación o de las repúblicas a las que llamo coloniales hay un negacionismo absoluto de nosotros como pueblo indígena. Mis padres ya crecieron en ese proceso de argentinización. Les decían que los pueblos indígenas en Argentina ya no existían más. Fueron despojados del idioma, de la identidad y cuando se fueron a vivir a la ciudad, mis padres terminaron de perder sus vínculos con la Tierra. Mi mamá era mapuche-tehuelche, mi padre era mapuche. Debido al colonialismo religioso, ya en la ciudad se hicieron evangélicos. Todo eso los alejó completamente de la identidad de su pueblo.

-¿Qué fue lo que te hizo tomar conciencia a los 17 años de esta situación?

-A los 16 años me fui a Brasil a ser misionera, a predicar el evangelio. Ahí comprendí cómo se manejaba el sistema capitalista, cómo nos oprimía, cómo instrumentalizaba la fe de las personas humildes para justificar el empobrecimiento y el despojo. Entendí muchas cosas.

El año 1986 Brasil era un país en que la izquierda emergía como una posibilidad presidencial a través de Lula y en la misión nos hacían orar para que ganara Collor de Mello y así siguiera gobernando la derecha. Volví a la Argentina porque todo eso había cimentado mi andar y, de pronto, me sentía en el aire porque había perdido la fe.

Le pedí a mi mamá que me diera permiso para irme al campo a ver a mis tíos y a mis primos que vivían en una comunidad mapuche. Justo llegué cuando se estaba por realizar la gran ceremonia anual que se llama Kamarikun. Es una ceremonia que se hace en los lof mapuche para agradecer a las fuerzas de la naturaleza, de la Tierra y también para pedir sabiduría, fortaleza, equilibrio, prosperidad, sanación.

-¿Dónde estaba ubicada esa comunidad mapuche?

-Eran la comunidad mapuche de Anekon Grande, Futa Anekon, en la provincia de Río Negro.

-¿Y qué pasó después?

– Yo tenía entonces 18 años. Regresé y no volví a la Patagonia hasta los 21. A esa edad me asiento en la provincia de Chubut hasta el día de hoy y con mi hermana Evis y me hermano Mauro fundamos la organización mapuche – tehuelche “11 de octubre” donde comienza mi activismo. Luego voy creando diferentes espacios de tejido comunitario colectivo. Desde mis 21 años hasta la fecha he estado haciendo un largo camino en el activismo.

-En ese proceso el padre de tus hijos te los quitó, ¿no es así? Es decir que pagaste un alto precio por tu decisión. ¿Cómo fue esa situación?

-El padre de mis hijos ya no era mi compañero cuando yo recuperé mi territorio. Él me hizo un juicio de tenencia que tuvo un fallo favorable a él, a pesar de que él tenía denuncias por violencia de género porque en ese momento se estaba librando una lucha contra el Estado y una gran empresa por seis represas que se iban a instalar en el río Carrenleufú o Corcovado y nosotros nos oponíamos al asesinato del río.

Aprovechando la concentración que yo tenía en la lucha para desactivarme me quitan la tenencia de mis dos hijos. Fue algo durísimo para mí, muy triste. Fueron años tratando de ir sanando esa herida profunda.

-Persististe en tu lucha, pero supongo que esa herida no se cura nunca.

-No, no se cura nunca. Mis hijitos tenía una 9 años y el otro, 7. Por más que luego se pueda pedir la restitución, el dolor no se va. Mis hijos decidieron quedarse en la ciudad y hubo un dolor profundo en ellos, traumático. Han tardado muchísimo en curar y hasta el día de hoy les quedan resabios de eso lo mismo que a mí como mamá. Yo tenía derecho a maternar como mujer mapuche, en mi territorio, con mis hijitos. Yo veía sus dibujitos pegados en las paredes y lloraba. Sólo las que somos mamás podemos entender una injusticia tan grande.

-¿Qué significa ser waychafe y cómo te convertiste en eso?

-No me convertí en weychafe. Weychafe se nace como se nace lonko o como se nace machi. Yo me encontré con ese nehuen, con esa fuerza, con ese espíritu. Uno nace con un espíritu que te determina. Podés ser lonko que es quien orienta y organiza la comunidad en el sentido espiritual, social y político; podés ser machi que está relacionado con la medicina.

El weychafe tiene un espíritu que le habita y le ayuda, a través de visiones, de sueños. cómo defender la vida en momentos de agresión. Uno no elige eso, sino que se nace con eso. Empezás a tener revelaciones y procedés en consecuencia. Hay una ceremonia que debe hacerse para que puedas desarrollar eso en plenitud.

-¿Cómo descubriste que era weychafe?

-Me pasaban muchas cosas que no sabía qué eran y el mundo mapuche tiene la posibilidad de hablarlo con las machis y los machis. Así que fui a buscar ayuda espiritual y me dijeron qué era lo que estaba pasando conmigo. Se hizo la ceremonia que corresponde en estos casos y a partir de ahí yo comencé a caminar ya resguardada, acompañada y cuidada por las machis que son las mujeres medicina.

– Luego de leer tu último libro, entiendo que “terricidio” es un concepto mucho más abarcativo que el de ecología porque no sólo se refiere a la Tierra, sino también al territorio espiritual. ¿Podrías definirlo sintéticamente?

– El terricidio es una forma de agredir todas las formas y modos de vida, no solamente los ecosistemas naturales, sino también los tejidos comunitarios, los espacios sagrados que son energéticos y que están rodeados de alambre y están siendo explotados por la minería. Toda forma de agredir la vida es terricidio.

-Pero el territorio que le fue arrancado a la comunidad mapuche, todo territorio, también es fundamental y por eso la reivindicación de la identidad mapuche pasa también por la reivindicación de un territorio. ¿No es así?

-Sí, porque el territorio nos determina, estructura nuestra vida espiritual, nuestra vida cultural, económica, política. Entonces, volver al territorio no es solamente pensar en un retorno a un espacio productivo, es recuperar la memoria, el tejido comunitario, la espiritualidad. El territorio es fundamental. Se habla del “conflicto mapuche”. Yo digo que los mapuche no tenemos un conflicto con nuestro modo de habitarlo, el conflicto lo tiene el Estado con nosotros. Y el asunto no se va a resolver con definir una parcela de territorio o con la propiedad privada del territorio. Se resuelve con una forma de habitarlo de manera distinta que tiene que ver con el respeto y la amorosidad por la Tierra y los seres que la habitan.

-En tu libro hay otro concepto que desarrollás que es el del Buen Vivir que en la cultura que viene de Europa y que heredamos es algo muy distinto que para las comunidades originarias. ¿En qué consiste exactamente?

-Es precisamente sostener y restablecer la relación armónica con todas las fuerzas que existen, con la naturaleza, con los espíritus, con los antepasados, con el respeto al río, la montaña, el bosque pero también con la relación armónica entre los pueblos, entre los géneros. Es decir, respetar en plenitud la vida. Eso es el Buen Vivir.

-El subtítulo de tu libro es “Sabiduría ancestral para un mundo alternativo”. ¿El mundo alternativo sería un mundo paralelo? ¿Cuál sería su alcance?

-El mundo alternativo es el mundo telúrico que se está construyendo en diferentes confines del planeta. A veces omitidos, anónimos, invisisibilizados, hay personas, pueblos, comunidades, que van tejiendo formas de vivir en respeto y en armonía con la Tierra. El mundo alternativo ya está sucediendo. Y está sucediendo hasta tal punto que el sistema intenta reprimir su avanzada con balas, con presupuesto para la represión, con leyes. Pero ese mundo está sucediendo de todos modos.

-¿Considerás que, en comparación con la visión mapuche, la visión de la ecología es insuficiente?

-Es una visión segmentada, abarca una partecita de todo el problema. Lo que hizo exitosamente el sistema fue segmentar y dividir de tal manera que cada quien está cuidando el frente de lucha del cual se siente parte. Un ambientalista que no protesta, por ejemplo, contra el genocidio en Gaza, es un ambientalista que tiene una agenda sesgada, recortada. Lo mismo sucede con un ambientalista que no protesta por los feminicidios, por los travesticidios y los transfeminicidios: tiene una agenda sesgada. Todos somos naturaleza y todos somos parte de la vida, el ecocidio es una pequeña parte de un todo que debe ser abrazado.

Por: Mónica López Ocón