Mientras escribe un libro autobiográfico y prepara la segunda temporada del programa televisivo Kulmapu, el periodista y escritor Pedro Cayuqueo entra en los antiguos y nuevos intersticios de las relaciones entre mapuches y chilenos. Partiendo por hacer esta distinción y por reclamar un país plurinacional y plurilingüe.
Para cuando Pedro Cayuqueo Millaqueo (Puerto Saavedra, 1975) irrumpió en The Clinic con una poco ortodoxa columna gatillada por la muerte del director general de Carabineros, José Bernales, en mayo de 2008, ya había fundado dos periódicos –Azkintuwe y Mapuche Times– y había sido delegado ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra. Ha pasado ya un tiempo desde entonces, y no en vano es hoy una de las voces mapuches más singulares y audibles del medio local.Autor de crónicas, entrevistas y columnas publicadas en medios latinoamericanos y europeos, es ya responsable de tres libros –Sólo por ser indios, La voz de los lonkos y Esa ruca llamada Chile– y trabaja actualmente en un volumen autobiográfico que debería aparecer este año.
Integrante del Consejo Consultivo del Instituto Nacional de Derechos Humanos y vicepresidente de la Corporación de Profesionales Mapuches, no sólo aboga por hacer de Chile un Estado plurinacional, sino que da pasos concretos en esa dirección. Uno de los más recientes es una experiencia inédita en el medio local: un espacio televisivo intercultural, financiado por VTR, emitido entre otras vías por CNN Chile y tendiente, no a petrificar o sacralizar al mapuche y su patrimonio, sino a insertarlo en el siglo XXI, a destacar lo que hacen mapuches en el arte, el diseño, el emprendimiento (la palabra no complica), el deporte o la política. Un programa intercultural, tanto desde quienes lo hacen como respecto del público al que se dirige. También un gesto político.
“Creo que al mapuche no le falta chilenizarse; es al chileno al que le falta mapuchizarse un poco”.
Kulmapu, dice su conductor, es ya etimológicamente una herramienta (“kul”, en mapudungun, es “herramienta” u “objeto para hacer algo”). Y agrega: “Queremos que sea una herramienta para educar en la interculturalidad, algo que tanta falta le hace a este país y a la sociedad monocultural y monolingüe que lo habita. Me gusta pensar que se trata a su vez de una herramienta política, de descolonización, que nos permite mostrarnos, ya no desde la mirada etnográfica o de programas al estilo La ruta de…, sino más bien como una cultura viva, compleja y diversa en su composición. Mostrar a un pueblo que es, no a un pueblo que fue. Nos parecía además que la foto mapuche estaba incompleta, que se debía ir más allá de la postal turística, la nota curiosa o la crónica policial tras el último atentado”.
Añade Cayuqueo que el programa, que puede verse en Youtube y cuya segunda temporada comienza a emitirse en mayo, es también un atrevimiento. “Tuvimos la suerte de que una empresa como VTR creyó en la idea y en pocos meses ya estábamos grabando la primera temporada. En ese sentido, ha sido un atrevimiento de ambas partes. Nuestro, de abrirnos a trabajar con una gran empresa dispuesta a sacar de la marginalidad este tipo de discusiones. Y de la propia gente de VTR, que quizá temía que nos tomáramos las instalaciones al segundo día, lo que aún no está del todo descartado (risas).
-En el programa, el intendente Francisco Huenchumilla habla acerca de la importancia de plantearse con realismo en la lógica del poder…
-La lógica del poder ha estado siempre muy presente en la cultura mapuche y en nuestra historia, rica en liderazgos, organizaciones y portavoces. Los mapuches somos un pueblo eminentemente político y es lo que reafirma el intendente en esa entrevista. Nuestros ancestros eran buenos para la guerra, pero mucho mejores fueron en la negociación y la alta diplomacia. Sólo así se explican tres siglos de tratados con el principal imperio colonial de la época, que si bien tuvieron sus escaramuzas bélicas, se caracterizaron mucho más por el intercambio comercial, cultural y lingüístico. Es lo único donde, creo, don Sergio Villalobos no se equivoca.
Esa cultura política siguió existiendo tras la invasión chilena, a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Pocos saben, en gran parte porque a nadie se le enseña en la escuela, que entre 1920 y 1973 hubo ocho diputados mapuches en el Congreso chileno. ¡Ocho! Y varios reelectos por varios períodos, legislando por los intereses “de la raza”. Esa rica tradición política que duró casi todo el siglo XX, siendo sólo interrumpida por la dictadura, está bastante olvidada. Hoy pareciera que todo parte en los 90 con Aucán Huilcamán y la CAM (Coordinadora Arauco Malleco) con su activismo rural. En absoluto. Los mapuches tenemos la vocación de poder casi en nuestro ADN. Todos, de una u otra forma, tenemos linajes de lonkos, descendemos de clanes familiares con poder. ¡Si somos lo más parecido a Game of Thrones! Otra cosa es la eficacia de nuestra acción política actual. Allí, claramente, tenemos un problema que resolver. Y de manera urgente.
-En tu caso, el moverte en el espacio público, ¿te ha significado hacer política en el sentido de negociar y plantearte estratégicamente?
-Creo que uno aprende con el paso de los años a diferenciar lo táctico de lo estratégico y a establecer alianzas en pos de un objetivo mayor. Fui dirigente universitario, fui parte de la CAM en sus inicios, ayudé a fundar un partido político mapuche en 2005 y todo ello ha sido una tremenda escuela. La política es un juego de poder. Y saber jugarlo es algo que debemos reaprender las generaciones más jóvenes si queremos algún día llegarle siquiera a los talones a esos abuelos que fueron diputados y que gobernaron varias comunas de la Araucanía como regidores en los años 40 y 50. ¿Si me interesa una carrera política? No lo confirmo ni lo descarto, dijo el político.
-¿Te parece concebible en Chile un escudo o símbolo patrio bilingüe, como en Nueva Zelandia, sin perjuicio de lo que se obtenga en términos de reconocimiento territorial?
-Me parece concebible y necesario, aunque en Chile debiera ser plurilingüe: no olvidemos que hay otros pueblos además del mapuche. Lo simbólico es importante. Y lo es porque Chile, más allá de avances legales y medidas de reparación histórica, necesita avanzar hacia un cambio cultural profundo. Fue el paso que dieron en Nueva Zelandia. Se lo decía años atrás al ex ministro Lavín. Él había leído mi primer libro y encontraba fantástico el caso neozelandés y esto de la haka, la ceremonia ritual maorí antes de cada partido de rugby, y me comentaba lo bueno que sería un ritual mapuche para la selección chilena [de fútbol]. Yo le decía que sería estupendo, pero le advertía que reducir la experiencia de Nueva Zelandia a la haka era no entender nada. Lo que allí pasó hace 40 años fue una reflexión profunda en torno a su identidad nacional. Fue una discusión también gatillada por un conflicto no resuelto y muy violento, a ratos, con los maoríes. Ahí tuvieron la sabiduría y la madurez para ver la oportunidad dentro del conflicto.
“Pocos saben, en gran parte porque a nadie se le enseña en la escuela, que entre 1920 y 1973 hubo ocho diputados mapuches en el Congreso chileno. ¡Ocho!”.
Mapuchizarse
-¿En qué consiste la mapuchización, para mapuches y no mapuches, que promueve el programa?
-Puede entenderse de dos formas. Una, que el chileno pueda adquirir habilidades interculturales de las cuales carece absolutamente. Los únicos interculturales en Chile son los pueblos indígenas y los migrantes extranjeros. El chileno, para nada. Somos nosotros quienes habitamos a diario en dos códigos culturales. Yo puedo estar en mi código cultural mapuche y al rato cruzar al chileno y desenvolverme bastante bien. Y hasta puedo cruzar a un tercer código cultural, el anglosajón, sin mayores inconvenientes. De hecho, me muevo mucho mejor en Nueva York que en Santiago. ¿Puede hacer lo mismo un chileno común y corriente? Creo que no. Si los mapuches y también los rapa nuis, los aymaras, los kaweskar, podemos vivir en nuestro código cultural y cruzar al chileno sin tanto drama, ¿por qué al chileno le cuesta tanto transitar el camino inverso? Nosotros fuimos obligados a aprender español, educarnos en vuestras efemérides, aprender a respetar y encariñarnos con sus ritos y festividades. Bueno sería que ahora les toque a ustedes lo mismo para con lo nuestro.
Una segunda forma de entender la mapuchización es la relativa a la autoafirmación de una identidad extraviada. Que cada día más mapuches que perdieron su conexión cultural la puedan recuperar, sobre todo quienes habitan en la diáspora, en Santiago, lejos de las comunidades de origen. Existen generaciones de mapuches que no se reconocen como tales: allí operó la chilenización y el blanqueamiento de su identidad.
-La “mapuchidad” por la que le preguntas en pantalla a Jean Beausejour Coliqueo, ¿es analogable a la “chilenidad” del chileno?
-Las identidades, creo yo, son ropajes que uno toma prestado. Yo soy mapuche de padre y madre y mi bisabuelo era el lonko del territorio donde está mi comunidad materna. Su nombre es el que lleva el título de las tierras donde crecí, donde está mi tuwun (origen territorial) y kupalme (origen sanguíneo), que data de 1896, a poco de culminada la guerra de ocupación. Se podría decir que soy un mapuche químicamente puro, pero me niego a defender una concepción étnica de la identidad. Eso sería casi racista. Por el contrario, relaciono la identidad y la “mapuchidad” que defiendo a una concepción mucho más ciudadana y moderna, asociada a habitar un territorio que es el Wallmapu, que era el país mapuche de nuestros bisabuelos y que hoy compartimos, por circunstancias históricas conocidas, con chilenos y descendientes de colonos extranjeros. ¿Por qué en ese territorio los mapuches y quienes así lo quieran, no podrían optar a una ciudadanía legal diferenciada? Sucede en Cataluña, en el País Vasco, en Quebec. Ser ciudadano legal chileno pero, a la vez, poder optar a la ciudadanía mapuche en el territorio histórico que habitó y habita todavía nuestro pueblo. Ello sería posible si Chile avanzara un poquito en la comprensión de su propia identidad nacional y no desde la uniformidad y la exclusión del resto. Yo creo que al mapuche no le falta chilenizarse. Es al chileno al que le falta mapuchizarse un poco.
-¿Qué tan complejo es trabajar el humor y la ironía cuando se demanda un lenguaje no discriminatorio a todo evento? Se te ha acusado de sexista en tus columnas.
-El humor negro y la ironía son herencias de mi madre, ella es total y fatal a la vez. ¿Si esto me hace la vida más difícil en un Chile donde nadie dice lo que piensa para no caer mal? Por cierto. Esa acusación de sexismo, por ejemplo, respondí que era cierto: soy sexista en mi escritura porque el castellano es una lengua sexista, masculina, propia de la matriz cultural de donde proviene. Y ¡oh, sorpresa!, escribo en castellano... Y me da bastante lata estar todo el rato con “los” y “las”, “niños” y “niñas”, “lectores” y “lectoras”. Lo que me dolió fue que se me acusara de machista, un juicio de valor gratuito y ofensivo. Eso fue duro, ya que no creo serlo.
“En todo conflicto social y político, la violencia estalla cuando los cuerpos intermedios, la clase política, por los cuales la ciudadanía vota para que sean intermediadores entre sus aspiraciones y el poder, dejan de hacer su pega”.
-¿Qué te pasa cuando escuchas un chiste relativo a los mapuches? ¿Aceptan que los chilenos se rían de ellos?
-Los mapuches somos un pueblo como cualquier otro: tenemos gente con un gran sentido del humor, otros más serios y también gente grave. ¿Si aceptamos que los chilenos se rían de nosotros? Puedo hablar por mí. Creo en la libertad de expresión como derecho humano fundamental. En Twitter muchos me hacen bromas, la mayoría de manera torpe y ofensiva, pero hay unos pocos que saben hacerlo de manera inteligente. El otro día un tipo me preguntó si el apol, un plato mapuche de entrañas, lo habíamos inventado tras capturar a Pedro de Valdivia. Le respondí que sí. Y que era una bella tradición que pensábamos recuperar.
La violencia
-El despojo y el sometimiento, ¿hacen, a tu juicio, ciertas manifestaciones de violencia más comprensibles que otras, hasta que no cambien los términos de la relación con el Estado chileno?
-En todo conflicto social y político, la violencia estalla cuando los cuerpos intermedios, la clase política, esos personajes por los cuales la ciudadanía vota para que sean intermediadores entre sus aspiraciones y el poder, dejan de hacer su pega. Es lo que ha pasado en el sur mapuche, con gobiernos que le han tomado el pelo a los mapuches por décadas y con diputados que sólo nos ven como clientela político-electoral.
En este escenario, que algunos grupos mapuches opten por la violencia me parece una consecuencia lógica, casi natural. Más aún tratándose de zonas con una pobreza brutal, como Ercilla y Lleu Lleu, los principales focos, paradójicamente zonas donde las empresas madereras siguen haciéndose la América con sus plantaciones. No justifico ni promuevo la violencia, pero el contexto es importante para situar las cosas. Hoy la violencia es parte del diagnóstico. Se requiere terminar con esa espiral y establecer una justa reparación a todas las víctimas de la negligencia del Gobierno y del Estado, sean mapuches o agricultores chilenos. Luego, ver cómo se avanza en soluciones que deben ser políticas, tal como ha subrayado Huenchumilla. Existe una rica experiencia comparada.
-¿No hay lógica en argumentar que la violencia de quemas y ataques es inaceptable en cualquier caso? ¿O el daño ya infligido invalida este argumento?
-La violencia es inaceptable y condenable, pero sería muy fácil y cómodo quedarse sólo en la condena. Es posible explicarla, pero muchos no quieren hacerlo porque quedaría en evidencia su propia responsabilidad. Hablo de autoridades, del alto mando de Carabineros y de los fiscales del Ministerio Público. Es curioso: en el último tiempo se habla mucho de la violencia contra bienes y propiedades, pero poco de la violencia simbólica de la cual los mapuches hemos sido víctimas por décadas en este país. Que mi hija no pueda ser educada en la lengua de su pueblo, porque no es reconocida ni enseñada en el sistema escolar, también es violencia. Que no existamos en la Carta Magna, el principal contrato social entre los ciudadanos y el Estado, también es violencia. A mí, al menos, ambas cosas me violentan y de manera cotidiana. Y no soy el único.•••
Por Pablo Marín
Revista Capital