En los bosques de araucarias del Alto Biobío hay comunidades mapuches empeñadas en recuperar sus costumbres más auténticas. Abren sus hogares, guían recorridos por ancestrales senderos de veranada y ahora, en otoño, invitan a ser parte del piñoneo. Estos son cuatro momentos imperdibles.

Catutos de bienvenida

Los piñones se confunden con las hojas, con la tierra y con todo lo que hay bajo los silenciosos bosques de araucarias. Por eso, el crujido en la altura y el sonido que hacen al caer, son las alarmas que todos esperan para ir a buscarlos. Recogerlos. Y comerlos. Con sal, con miel, en forma de licor. O como catutos: unas masitas con sabor a papa hechas con piñones cocidos y molidos que ahora, servidos en un plato, Bernardo Mariluán, el lonko de Trapa Trapa -una de las comunidades pehuenches que hay en Alto Biobío-, mira con deseo.

Bernardo explica que antes prácticamente vivían de esto, y que el turismo ha ayudado a recuperar la tradición.
Trapa Trapa y otras comunidades de la región son parte de los recorridos que organiza la Red de Turismo Comunitario Trekaleyín (ver recuadro) y la Fundación Sendero de Chile. Uno de estos circuitos comienza en la parte más baja del Alto Biobío y llega -por medio de cabalgatas y caminatas- a la cordillera. Los pehuenches tienen un sitio de invernada, donde viven, y uno de veranada, que está en lo más alto de la cordillera. Ahí acostumbran a pasar el verano, y a llevar sus animales para aprovechar los pastos y hacerlos engordar. Justo antes de regresar a las tierras bajas, en otoño, las comunidades se aperan recolectando piñones para guardarlos para el invierno. Una práctica en la que ahora uno puede participar.

La idea es reforzar las propias costumbres. "Y esto se logra enseñándoles a los que vienen, por ejemplo, lo que es el catuto", dice Bernardo, antes de echarse uno a la boca.

Chivo a la carta

Marcelino Queupil y su mujer, Herminia Maripil, son de los pocos pehuenches que pasan la invernada y veranada en el mismo lugar, porque viven justo en la mitad del sendero Ptralafquén, en Rahueco, Cauñicú, un camino terroso, en subida, de curvas muy pronunciadas y que une la parte más baja del Alto Biobío con la precordillera. Un cartel que dice "Bienvenido a la Ruka" anuncia su camping, donde Herminia sirve su generosa cazuela de chivo, bajo la sombra de espesos árboles, cuyos troncos están pintados de azul y amarillo. "Por los colores de la bandera tradicional pehuenche", explica Marcelino.

Para llegar a este lugar, se puede ir en un todo terreno, pero más conviene hacerlo a caballo y guiado por un arriero. El camino tiene dificultad, pero las cabalgatas son sencillas, y los caballos están acostumbrados a subir y bajar estas sendas patrimoniales (hoy mantenidas por las mismas comunidades pehuenches y la Fundación Sendero de Chile) que parten desde la zona de invernada y siguen a la de veranada.

Alejandro Maripil -pariente de Herminia y, como todos los guías de Trekaleyín, nacido y criado en la cordillera- es el arriero que dirige la cabalgata que lleva a una de las lagunas más lindas del Biobío, a la que se llega cruzando frondosos bosques de araucarias.

Ya es de noche, y las estrellas se reflejan tan bien en la Laguna Cauñicú, que más parecieran ser velas de aromaterapia flotando en el agua. Da igual la estación, pero hay que saber que llegar a la laguna de Cauñicú es cosa de arrieros. Y es mejor no intentar llegar solo.

Camino a las araucarias

En la laguna de Cauñicú tiene su puesto de veranada Cristina Pavián. Ahí mantiene el fogón en el que prepara tortillas de rescoldo y calienta el agua para compartir su mate con los turistas.

Acá se pueden iniciar caminatas livianas de baja dificultad, bordeando la laguna y acercándose a las araucarias que, a esta altura, son parte del paisaje cotidiano.

Entre cebada y cebada, Cristina cuenta que apenas termine la temporada del piñoneo, bajará a la invernada porque en el invierno cae nieve en la parte alta, y eso no le hace bien a sus animales.

Mirando al sol

En la polera de Celina Mariluán dice fashion. Ella dice que está en "gringodungún", que es como le dicen los pehuenches al inglés que escuchan cada vez más entre los visitantes. "Y le hacen preguntas, y uno igual se pone nerviosa, pero hay que acostumbrarse", dice Celina en el camping Pilkinko, mientras amasa unas yiwiñ kofke, que son unas sopaipillas de trigo y de manteca.

El camping Pilkinko está justo donde se unen el estero Pilkinko y el río Ñirehueco, y queda en el camino a la veranada, pleno valle de Ñirehueco, en Trapa Trapa.

Para llegar hasta acá hay que cabalgar el Tripapawe Antú, el sendero que une la casa de invernada de Celina con el camino a la veranada. Este camino va en dirección al noreste, siguiendo la huella de la amanecida y, para entender su importancia, bastaría saber que aquí pocos usan reloj porque se guían por el sol. Justo en la mitad de la ruta está el mirador La Montura, con una gran panorámica del valle y de los volcanes alrededor.

Acá comienza la pampa, la aridez, la cordillera. Los lleuques, las nalcas, las hierbas medicinales y las silenciosas araucarias que, uno ya lo sabe, de vez en cuando crujen en lo alto.


TrekaleyínEl principal objetivo de la Red de Turismo Comunitario Trekaleyín (en mapudungún, "vamos andando") es preservar y reforzar las costumbres originarias de los pehuenches. Los miembros de 80 familias de las comunidades de Pitril, Cauñicú, Trapa Trapa y Butalelbun, todas del Alto Biobío, apoyados por la Fundación Sendero de Chile, abren sus hogares durante la veranada y realizan circuitos turísticos en la cordillera, que ofrecen a través de una oficina en el pueblo de Ralco, el punto de inicio al valle del Queuco. Más información, www.trekaleyin.com

La Fundación Sendero de Chile (www.senderodechile.cl) realiza circuitos en la zona que duran de 3 a 6 días. El programa "La Huella Pewenche al Sol" dura cuatro días y tiene un valor referencial de 209.000 por persona.

Por Muriel Alarcón, desde Alto Biobío.