La izquierda latinoamericana es heredera de diferentes vertientes de lucha y pensamiento, que no siempre se han entendido entre sí. En nuestros cuerpos militantes se han encontrado tradiciones obreristas, indigenistas, feministas anticapitalistas y grandes sectores sociales excluídos de los procesos de producción y circulación del capital. Hemos sangrado juntos y también nos hemos enfrentado. Es una dinámica compleja que exige abordarla con respeto pero con franqueza.

Dentro de todas estas tradiciones, ha existido una fuertemente problemática en nuestro continente: el marxismo eurocéntrico, que tiene poco que ver con el pensamiento de Marx, y que gozó de una amplia difusión en Nuestra América, a contrapelo de los marxismos propiamente latinoamericanos de Mariátegui y el Che, entre tantos otros.

Uno de los principales rasgos de este (anti)marxismo es su visión lineal y etapista de la historia, son cientos los manuales estalinistas repartidos por el continente que rezan, cual antífona, que la historia tiene una sola dirección y etapas definidas: comunismo primitivo, antigüedad esclavista, servidumbre medieval, capitalismo moderno y comunismo. Un marxismo que por lo demás, no da cuenta de la evolución del pensamiento de Marx a partir de los Grundrisse, y sus posteriores análisis de la cuestión colonial y la situación rusa.

Este ha sido el enfoque con el que los partidos de izquierda tradicionalmente han enfrentado su relación con los pueblos indígenas, y que de cierta forma se ve reflejado en el proceder que ha tenido el Ministerio de Desarrollo Social en el trámite de la ley que crea el Consejo Nacional y los Consejos de Pueblos Indígenas.

De lo que se trató durante buena parte de los 50’ y 60’, fue de desconocer (no por intención sino por la falta de una teoría adecuada) la particularidad del desarrollo histórico de los pueblos originarios: como estaban en el campo no podían si no ser campesinos, y en tanto campesinos, como la historia es lineal y por etapas, su destino no podía ser otro que la proletarización que los sumara a las fuerzas obreras en la contradicción fundamental del modo de producción capitalista entre burgueses y proletarios. Afortunadamente ni los indígenas, ni los marxismos decoloniales terminamos por creerles del todo.

Pero resultó ser que los indígenas no desaparecimos a pesar de que las teorías eurocéntricas así lo esperaban, y no solo eso, pasamos a ser un referente importante dentro de los grupos contrahegemónicos al modo de producción capitalista. No obstante, a la izquierda, sobre todo en Chile, le sigue costando pensar una relación con los Pueblos Indígenas que vaya más allá del Estado Nación colonialista. Ciertamente, ya no se trata de integrarlos al proletariado, pero persiste la lógica de integrarlos a un ordenamiento jurídico ignorando su propia institucionalidad.

Solo así me explico que el compañero Marcos Barraza* (bien digo, compañero a pesar de nuestra profunda diferencia) haya impulsado un Proyecto de Ley que crea una institucionalidad paralela a los Consejos Indígenas tradicionales ya existentes, desconociendo las orgánicas ancestrales, y que la comisión de Gobierno del Senado haya denegado la audiencia a un Consejo del Pueblo Licanantay, en circunstancias que además decidió invitar en representación del Pueblo Williche de Chiloé a una organización fraudulenta creada para favorecer los proyectos energéticos en el archipiélago, en desmedro del Consejo General de Caciques Williche de Chiloé que ha sido la máxima instancia de organización en las islas desde el año 1600 D.d.C.

Jamadier Esteban Uribe Muñoz, Director Núcleo 12 de Octubre de Pensamiento Decolonial
* Marcos Barraza militante del Partido Comunista de Chile; Ministro de Desarrollo Social de Chile