Debemos cuidarnos que la Historia pase por nuestro lado sin que nos demos cuenta. Nos desinformamos viendo los noticieros de la tele, o nos pasamos en “reuniones de partido”, que suelen hacernos ignorar o nos sustraen de los problemas y de la movilización social realmente existentes.
De gran trascendencia histórica es la Declaración emitida por las autoridades tradicionales mapuche reunidas en el Cerro Ñielol de Temuco, los días 26, 27 y 28 de noviembre de 2010. Se trata de la instancia de mayor representatividad política y social reconocida por los mapuche residentes en el país, que se volverá a reunir en un Futatrawun los días 7 y 8 de enero de 2011.En el puntos 6 del comunicado del Cerro Ñielol, los líderes mapuche hacen “un llamado al pueblo chileno consciente a crear una alianza entre ambas sociedades con el objetivo de reformular la constitución chilena mediante una Asamblea Constituyente. Este acto puede cambiar la situación de injusticia, racismo, pobreza y mezquindad en que vivimos ambas sociedades en este estado que hoy se llama Chile, pues el sistema imperante actual provoca y promueve la desigualdad social.”
Se trata de una propuesta inédita formulada con claridad y asertividad, en momentos de masivas movilizaciones de las organizaciones sindicales por sus reivindicaciones económicas, de pobladores y comunidades amenazadas por el daño ambiental de las empresas mineras nacionales y extranjeras, de estudiantes y adultos mayores atropellados en sus derechos, en todo el territorio nacional.
Las comunidades mapuche parten del supuesto que la oligarquía racista y opresora que en el siglo 19 invadió los territorios indígenas del sur, es la misma que ordenó la matanza de la Escuela Santa María de Iquique, San Gregorio, La Coruña, Lonquimay y otras tantas represiones destinadas a subyugar al pueblo chileno. Son dos pueblos aplastados a sangre y fuego. Sólo en el período de mayor apertura democrática –entre 1958 y 1973- cuando se fortaleció y unificó el movimiento popular y se avanzó en Reforma Agraria y Nacionalización del Cobre, en los gobiernos de Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende, los trabajadores chilenos y el pueblo mapuche avanzaron considerablemente en el reconocimiento de sus derechos y dignidad.
Pero a partir de 1973 la guerra contra el pueblo chileno significó el asesinato y desaparición de cientos de comuneros a quienes se les arrebató sus propiedades por parte de los terratenientes racistas y fascistas amparados en la Dictadura de Pinochet. El terrorismo estatal tuvo, lejos, su manifestación más sanguinaria, en la Araucanía.
Inmediatamente terminada la Guerra del Pacífico, cuando las tropas chilenas todavía ocupaban Lima, el Gobierno chileno atropelló los acuerdos comprometidos con los mapuche en los parlamentos generales firmados con la corona española y el Estado chileno. Ocupó sus territorios, les impuso la nacionalidad chilena, atropelló a sus autoridades, su cultura y tradiciones. Así también se produjo la anexión de Isla de Pascua y el avasallamiento de la cultura rapa nui. En los territorios mapuche, el Estado chileno instaló arbitrariamente a ciudadanos alemanes, italianos o franceses que pasaron a ser la nueva clase dominante del territorio wallmapu. Los gobiernos chilenos los instalaron allí, según confesaron, “para purificar la raza”.
Fue simplemente anexión territorial, ocupación colonial, exterminio y opresión de una nación sobre otra. Los principios que invocaron Carrera, Ohiggins, San Martín y Bolívar contra la corona española, fueron pisoteados por el gobierno chileno en su relación con los pueblos mapuche y rapanui.
Transcurridos más de 130 años, los mapuche, aymara, rapanui, atacameños y otros pueblos originarios, han decidido ejercer su sagrado derecho a la autodeterminación. No se trata de un ajuste de cuentas ni “que la tortilla se vuelva”. La política del ojo por ojo diente por diente sólo puede conducir a nuevas derrotas y frustraciones. Algunos jóvenes que –creyendo apoyar la causa mapuche desfilaron recientemente con letreros que decían “Devolveremos todas las balas”- … ni se imaginan que el efecto práctico de esas consignas es exactamente el contrario de las ideas que dicen defender. Nada más conveniente para la estrategia del Pentágono estadounidense y el militarismo chileno que el surgimiento de un núcleo de guerrillas en los territorios mapuche. No es casualidad que el ex ministro Pérez Yoma pidió ayuda a EEUU para pesquisar “posibles nexos entre mapuche, Farc y ETA”, según sabemos ahora por los trascendidos de Wikileaks.
El actor estadounidense Kevin Costner, en la película Danza con Lobos –galardonada con el Oscar por la Academia de Hollywood–, define como la más justa de todas las guerras, aquella que libraba la tribu apache, que lo había cobijado, contra una fuerza militar extranjera. Pero en el escenario chileno, la mayoría de los ciudadanos de este país tiene ancestros mapuche. Y la heroica resistencia que significó el ajusticiamiento de Pedro de Valdivia y la destrucción de la fuerza militar española tienen la más alta valoración en la cultura popular chilena. La fuerza más significativa que tienen las comunidades mapuche para su larga lucha por la autodeterminación, es la comprensión, la amistad y la solidaridad del pueblo chileno. La única manera de revertir más de un siglo de atropellos, crímenes y vejámenes, es un compromiso histórico para que el pueblo chileno y el pueblo mapuche luchen en conjunto contra sus comunes opresores. Ambos, luchando unidos, podán emanciparse. Separados, jamás.
Fue esa incipiente unidad la que se manifestó de múltiples formas a lo largo de todo el país durante la huelga de hambre mapuche, que culminó con la fraternal recepción que el pueblo santiaguino tributó a la delegación de mujeres encabezadas por la lonco Juana Calfunao, en su visita al Palacio de La Moneda, evento que obligó al ministro Hinzpeter a comerse sus arrogantes declaraciones y proponer, efectivamente, los términos de un arreglo al que se llegó 24 horas después, con la mediación del Obispo Ezatti.
Los mapuche y otros pueblos originarios no existen en la actual Constitución Política de Chile. Pero no se trata de arreglar la constitución “en ese punto”, ni menos confiar esa tarea al actual Parlamento binominal que no representa efectivamente al pueblo chileno. De ahí la importancia del planteamiento de las autoridades tradicionales mapuche que, por primera vez en la Historia, manifiestan su voluntad de alcanzar el sitial que les corresponde en una democracia realmente participativa, producto del ejercicio de su soberanía como pueblo en el marco de una Asamblea Constituyente, representativa de todos los pueblos de Chile.
Nuestros hermanos mapuche han levantado la bandera de la Asamblea Constituyente y los trabajadores, estudiantes, pobladores, campesinos, pescadores artesanales, profesionales, adultos mayores y demás pueblos originarios tienen la oportunidad histórica de hacer causa común con ellos, lo que implica un gigantesco esfuerzo de organización, aprendizaje recíproco y construcción consensuada de la fuerza política, social, cultural y ética que permita cobijar en el marco de la República de Chile, un estado plurinacional que ponga fin a la oprobiosa dominación elitista, racista y antidemocrática que ha mantenido a la gran mayoría del pueblo chileno, al margen de la inmensa riqueza cobijada en la copia feliz del edén.
Por Gustavo Ruz Zañartu