Entusiasmados en celebrar el Bicentenario como corresponde, los fiscales caza mapuche y el anti terrorista Jorge Peña, se han contagiado con el patriotismo que emana del ministerio del Interior, cuyo titular asegura que no persigue ideas.
Lo mismo decían los responsables de las comunicaciones de la dictadura y veamos lo que resultó: un extenso aunque incompleto mapa de atrocidades de las que nadie, obvio, sabía nada.Por tratar de hacer las cosas según el instinto de muchos personeros oficiales el intento restaurador, se está pasando por encima de los derechos humanos más elementales. En el caso de los mapuche no se ha escatimado bala, gas e imaginación para armar farsas judiciales que a la postre resultan tinglados estériles
La comunidad internacional comienza a tomar nota que en la zona mapuche la policía, los fiscales caza mapuche y los tribunales ser dan maña para recrear campos de guerra, juicios de utilería y la aplicación de una ley de vergüenza.
Los mandamases de siempre parecen no haber aprendido las duras lecciones de hace poco. Se comienza por volver la vista a lo que es evidente, y se terminan pidiendo perdón por lo que no se quiso ver.
Con los medios de comunicación a su favor, con detenciones indiscriminadas, sin exhibir órdenes, sentenciadas antes del juicio, la policía y los fiscales juegan, nuevamente el peligroso juego del enemigo interno, en el cual ellos son los buenos. Y los malos, también los de siempre: mapuches, atorrantes, ocupas, manifestantes, gente común.
Para llegar a que en este país una persona sea culpable sólo cuando se le demuestra esa condición, hubo muchos chilenos que la pasaron muy mal. Un par de miles de ellos, simplemente fueron asesinados. La lucha contra la dictadura no fue sólo por cambiar un régimen por otro. La idea, que algunos olvidaron, tenía que ver con refundar un país sobre bases democráticas, en el cual los derechos humanos no sólo fueran un listado distante, sino que se verificara en cuestiones tan elementales como la detención de un habitante, por parte de la policía.
Salvo notables y heroicas excepciones, los jueces fueron cómplices de muchos atropellos a los derechos humanos. Deberían, por lo tanto, recordar esas enseñanzas de la historia para no volver a las mismas conductas cómplices de crímenes y atropellos inhumanos.
Con la obligación de investigar con inteligencia, es decir, con juicio y prudencia, los fiscales en algunos casos se han convertido en enemigos de quienes deben ser sus investigados. En el caso mapuche se han puesto del lado de los cazadores. Haciendo uso de una poco envidiable falta de inteligencia, quieren importar testigos desde Colombia para lograr condenas ejemplarizadoras contra los mapuches alzados.
En su versión urbana, estos aprendices de Eliot Ness derriban puertas, invaden la privacidad, pinchan teléfonos y allanan como en los mejores tiempos de la Dicomcar o del Comando Conjunto.
El limite entre el accionar legal de la policía y la franca violación de los derechos de las personas, es bastante delgada. La justicia y la policía, para decir las cosas como son, no tiene muy buena reputación. Más aún, hay una memoria colectiva que vincula a ambas instituciones con abusos y vejaciones con un reguero dramático.
La arremetida ultra derechistas que emerge desde la Moneda, ha entregado su mensaje. Las manifestaciones han sido atacadas con una violencia que recuerda los mejores tiempos de la dictadura. Se aplica con desvergüenza una legislación abusiva. Ningún habitante está a salvo de ser intervenidas sus comunicaciones o escuchadas sus conversaciones.
Embriagados de furor patrio, los mandamases se aprestan a celebrar el Bicentenario como más les gusta. Con tropas desplegadas en territorio mapuche, con juicios que no bien se conocen sus detalles se desarman, con atropellos a la privacidad de las personas y a la conculcación de sus derechos, con estudiantes apaleados.
Se abre la temporada de cacería. Reforzadas por la policía, el proceso de restauración iniciado por la derecha ha tomado un nuevo ímpetu. No pasará mucho para que estos demócratas de medio tiempo, hagan saber su verdadera cara.
Con al prensa de rodillas ante el poder político y las organizaciones sociales entumidas, las señales de la avalancha represiva que tiene su origen en el gobierno, puede llevar al país a situaciones que recuerden las trágicas consecuencias de la violencia criminal como método de la política.
Detenciones arbitrarias, abusos policiales, espionaje indiscriminado, gatillo fácil, zonas mapuche transformadas en teatro de operaciones y montajes absurdos para incriminar personas, son actuaciones que ponen en peligro la democracia.
Y aunque cause espanto la evidencia, el caso es que no son técnicas nuevas. La dictadura terrorista, esa sí, de Pinochet, se basó en la cantinela odiosa de su lucha contra el terrorismo. Sus pequeños continuadores, hacen una imitación que puede transformarse en algo peligroso para la democracia, es decir para todas las personas sin poder.
escrito por Ricardo Candia Cares