Una de las cosas difíciles hoy es tratar de comprender la historia de marginación y discriminación que ha sido víctima el Pueblo Mapuche durantes años. Sobre todo cuando tendemos a hacer un salto desde la conquista de los españoles hasta el conflicto que hoy vivimos. No es fácil de explicar ni de entender. Al final, la huelga de hambre simboliza nuestra incapacidad como país de alimentar un vínculo con nuestros pueblos originarios, y en ello establecer un diálogo de mutuo reconocimiento y respeto en un sólido y permanente tejido social.
Hoy enfrentamos dos desafíos del diálogo. El primero, que se explícita en los requerimientos que en justicia pondrán fin a la huelga, después de tanta sordera, ya que nadie de nosotros quiso escuchar; incluso mucho antes del inicio de la huelga, los comuneros y sus familias dijeron lo que hoy todos consideramos como justo reclamo de justicia. Después que fuera tan dificil que los medios informaran sobre las arbitrariedades de la Justicia Militar y Ley Antiterrorista -que hoy tiene a los parlamentarios trabajando horas extras tratando de reformarla-, nos damos cuenta que los comuneros habían hablado con claridad… Recién con la llamada de atención de la huelga, gobierno, medios e iglesias han reconocido que la petición de los comuneros en la cárcel es atendible y que deben ser escuchados. ¿Qué paso falta? Seguir coherentemente con lo anterior: entender que si no se hubiese aplicado la Ley Antiterrorista, esos presos tendrían un juicio que les permitiría una defensa y un alegato transparente y un proceso que no les sentencie de terroristas sin pruebas conclusivas. Y pensar que sólo bastaba que no se invocara esa Ley que los bautiza de terroristas por una decisión previa, Ley que a esta altura va a ser distinta a la que se les aplicó desde un comienzo. Pero hay personas que “no dialogan con presiones”. El mapuche ha gritado por justicia por tantos años, sin huelga de hambre y en tantas mesas de diálogo con promesas incumplidas; los resultados han sido mezquinos y desesperanzadores.Esta ha sido una historia de diálogos frustrados. Durante tanto años, demasiados, se ha deshecho el vínculo. Por eso recobrar confianzas requiere un camino igual de largo. Ese es el segundo desafío a enfrentar. Uno donde todos reconozcamos nuestra dificultades para sentarnos a la mesa a prestar real atención a las demandas del Pueblo Mapuche, donde reconozcamos también su diversidad (rural, urbano, viejo, joven, mujer, hombre), con sus relatos de esfuerzo, de intereses y anhelos. Esa falta de oído, ha hecho que los miremos con desconfianza y hasta con temor. El camino de reparación es largo, esperemos no caer en nuevas negligencias, donde ellos tengan que asumir el costo otra vez.
Chile en este Bicentenario celebra una larga historia de torpezas. Hemos sido torpes ayer y seguimos siendo torpes hoy sin reconocer nuestras sorderas. Por eso nos incomoda tanto que en plena celebración de doscientos años, ante tanto llamado a la unidad y la concordia, enfrentemos la posibilidad de muerte de una parte de nuestro Chile que ha hablado por tantos años y que nadie (ni políticos, ni Iglesias, ni medios) ha querido escuchar a tiempo, con seriedad y sin temor.
Por Rodrigo Aguayo Beroiz, Sacerdote Jesuita
Delegado Área Social Jesuitas Chile