Los mapuches de Ñorquinco
recuperaron su lugar sagrado
Hace 50 años perdieron sus
casas y las tierras. En el corazón del bosque sobrevivió
el Rehue, una suerte de tótem de madera donde realizan sus rituales.
Nación les devolvió sus campos.
ÑORQUINCO
(enviado especial).- El Rehue de Ñorquinco está enclavado
en uno de los pocos espacios desnudos que tiene este paraíso boscoso
que se recuesta sobre las laderas de la cordillera de los Andes, en los
límites con Chile. Entre la nieve congelada, asoman despeinados
los arbustos de coirón. Los yuyos amarillos contrastan con el verde
intenso de las enormes araucarias y forman una suerte de enorme círculo
que abraza a un desgastado tronco de ciprés ubicado en el centro,
sobre una alfombra de pastos mínimos y plantas de frutilla silvestres.
Ese añoso pedazo de madera con forma de tótem es el Rehue
de la comunidad de Ñorquinco: el lugar sagrado de los mapuches de
esta zona, quienes sobreviven diseminados en los alrededores del Parque
Nacional Lanín.
"Un día vino el señor
Parques y nos tiró las rucas y nos quemó las casas", afirmó
alguna vez con cándida ignorancia y ya anciana doña Rosa
Catrileo. La frase y el relato terrible están contenidos en una
grabación que se perpetuó en un documental que los mapuches
guardan como un tesoro.
Rosa, una anciana de edad indefinida,
murió el año pasado pero su mensaje aún conmueve.
Para ella, Parques era una persona -o bien un demonio- que a palos y fuego
los ahuyentó de sus tierras hace más de 50 años.
"Nos arrinconaron, nos ultrajaron,
nos echaron como a los perros", describe Laura Catrileo, una de las descendientes
directas de la comunidad que a fines de la década del 40 perdió
la mayor y la mejor parte de su territorio, a partir de la conformación
del Parque Nacional Lanín.
La historia, desde que Parques
avanzó sobre los aborígenes, es penosa y larga para los mapuches,
quienes rápidamente se vieron emprobecidos y también diezmados
por una emigración violenta, alimentada por el temor y la necesidad.
"Quedaron muy pocos, la mayoría
se fue hacia las ciudades y nunca más volvió, pero los que
quedaron nunca olvidaron su Rehue, el lugar de la fuerza y la sabiduría",
afirma Benito Cumilao, uno de los dirigentes de la combativa Coordinación
de Organizaciones Mapuches (COM).
El viernes, con el sol entrando
y saliendo, Laura Catrileo lloró y rió con la misma pasión.
Estuvo feliz y triste. Agradeció y maldijo. Condenó y perdonó.
-Son mis abuelos los que me escuchan
-dijo mirando al cielo, mientras los jóvenes en ritual sagrado fabricaban
viento para las trutrucas y golpeaban los cultrunes.
Laura, que por ley "jamás"
revelará su edad, se quebró en emociones porque el viernes
por primera vez en los últimos 50 años su pueblo pudo cumplir
el ritual de la vida alrededor del rehue. Ese día, el interventor
de Parques Nacionales, el secretario de Turismo de la Nación, Hernán
Lombardi, devolvió a la comunidad de Ñorquinco 780 hectáreas
que incluyen la pampa donde se ubica rehue.
"Hay tanta historia para reparar",
reconoció Lombardi mientras escalaba la montaña flanqueado
por el dirigente de la COM, Roberto Ñancucheo.
"Esto no va a curar el dolor,
pero pone por delante de todo una expectativa distinta para este pueblo
esplendoroso", sostuvo el funcionario nacional.
Para los mapuches fue una victoria
y para Lombardi una satisfacción, lo mismo que para el vicegobernador
Jorge Sapag, un hombre que maneja la lengua del pueblo originario tan bien
como los loncos (caciques) más viejos.
"Esta es un batalla que termina
pero no es la última, estamos satisfechos pero vamos a seguir reclamando
lo que nos pertenece", les advirtió Ñancucheo a los funcionarios.
Agradeció el hecho de que ambos hayan llegado a la zona y elogió
la capacidad de diálogo de Sapag.
La escenas del despojo, como toda
la historia de los mapuches, se transmitió de boca en boca de los
mayores a los jóvenes.
"Vinieron los guardaparques y
con sogas engancharon las rucas (casas). Después con las mulas tiraron
las casas. Para que no queden duda prendieron fuego lo que quedaba", relató
Cumilao.
El rehue, a pesar de que ha habido
turistas que se quisieron arrancarlo, se mantuvo firme a lo largo del tiempo.
Según los mapuches no pudieron
arrancarlo por "la fuerza y la energía" que tiene la figura a cuyo
alrededor, en las rogativas se depositan ofrendas tales como chicha y piñones.
Los discursos en mapuche y en
castellano inundaron la tarde de fiesta en el descampado, ubicado a unos
1800 metros de altura, donde el viento acostumbra pegar latigazos helados.
A unos mil metros, debajo de las
araucarias, junto a una pequeña cascada tres hombres asaban una
vaca, al reparo de las rocas y las plantas.
Cuando la tarde derramaba sombra
en la montaña, Laura Catrileo peló un piñón
crudo y con los ojos húmedos señaló una ladera donde
está el cementerio de sus ancestros.
En ese rincón recuperado
descansarán sus restos, dentro de muchos años.
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