Por Pedro Lipcovich desde San Carlos
de Bariloche
Un avanzado
recurso de la tecnología occidental permitió derrotar el
fuego que amenazaba San Carlos Bariloche: el nguillapún, desarrollado
por los indios mapuches –habitantes de la zona occidental del sur argentino-,
consistió en tres jornadas de rogativas para pedir la lluvia y reconocer
los daños que la actividad humana causa a la naturaleza. Luego de
la primera jornada se produjo la lluvia de la noche del viernes; tras la
segunda, la temperatura descendió. En la tercera participó
Página/12, único medio periodístico que, así,
influyó sobre las razones de esa polifuncionaria invencible cuya
presencia en Bariloche cambió el curso de las cosas: la naturaleza.
Lo cierto es que ayer los focos estaban controlados y, si se mantienen
las condiciones climáticas, se cree que el incendio estará
extinguido en los próximos días (ver aparte).
Las caras morenas eran casi invisibles a las seis de la madrugada del
domingo, junto al río Quenquentreu, en la localidad de El Bolsón.
Alejandro Huenchupan, sin tiritar bajo la helada, ataba a una caña
la bandera verde, roja, negra y blanca de la nación mapuche y fijaba
la caña en un montículo de piedras. Mientras tanto, los loncos
(ancianos-caciquesmaestros) Florentino Marinao y Domingo Collueque cavaban
un pequeño pozo. Ya estaban dispuestos el cultrún (tambor
de cuero de potro) y la pifilka (pequeña flauta de una sola nota);
también, para las ofrendas, la yerba mate y el muday (bebida hecha
de trigo fermentado).
Huenchupan pidió a quienes participaban en la ceremonia –un
puñado de vecinos de El Bolsón y Página/12– que se
ubicaran en semicírculo, todos mirando hacia el oriente, donde ya
se discernía el alto contorno del cerro Piltriquitrón. Marinao
calzó en su cabeza la vincha ceremonial ornada con plumas de avestruz.
Los tres se arrodillaron, extendieron sus manos hacia el sol todavía
oculto tras el cerro, y rezaron en lengua mapuche. Su tono no era de sumisión
sino de diálogo; las voces se alzaban por momentos y cada uno decía
distintas palabras. El texto de las plegarias mapuches no está preestablecido:
depende de lo que cada uno sienta y quiera decir. Los loncos mantuvieron
en reserva parte de lo dicho, y el resto lo tradujeron al español:
“Pedimos la lluvia y el bienestar para toda la gente y para los animales.
Que la tierra se sacuda el daño que la humanidad le hizo en los
últimos siglos”.
Después tuvo lugar la primera ofrenda. Todos los presentes debían
participar, nadie podía limitarse a presenciar la ceremonia. Cada
uno recibió en la palma de su mano un puñado de yerba mate:
en lenta ronda, los puñados fueron depositadas en el pequeño
pozo, mientras los loncos ejecutaban los instrumentos ceremoniales.
Después pronunciaron la segunda plegaria, siempre hacia la montaña
negra contra el cielo que se iba iluminando. “Estamos para mostrar que
no nos hemos separado de la tierra, el agua, el aire. Cuando cometemos
errores, la tierra reacciona”. Luego vino la danza, un caminar en círculos
que estiliza el paso del avestruz y cuyo significado es “simplemente la
alegría”. Para la segunda ofrenda, cada participante recibió
una pequeña cantidad de muday en un vaso de papel y una ramita de
menta para esparcirlo sobre la tierra; al agacharse para hacerlo, en cada
cabeza se forjaba un gesto de respeto.
Ya el cielo estaba claro pero el sol todavía no aparecía.
Todas las caras eran graves y tranquilas. Los oficiantes colocaron en el
pozo ramas de romero, ruda y ajenjo, y las encendieron. Un humo muy denso
y aromático brotó del incendio ceremonial. Los loncos se
sumergían en la humareda, movían los brazos como bañándose
en ella. “Es para que se vayan los espíritus malos, las enfermedades
o murmuraciones malas”, explicaría Collueque después de la
ceremonia. El nguillapún se acercaba a su fin. Sólo restaba
la última plegaria, que no fue traducida. La enunciaron con más
fluidez, como si hubiera crecido la confianza con el interlocutor. Nadie
había coordinado la duración de cada fase de la ceremonia
pero, justo cuando terminó la última oración, el primer
rayo de sol apareció por encima del Piltriquitrón. Eran las
7.59. La rogativa había finalizado.
Julio Muslera, profesor de cultura mapuche en la Universidad de Temuco,
Chile, presente en la ceremonia, explicó a este diario que “la cultura
mapuche se basa en el compartir y se transmite en forma transgeneracional:
los abuelos aprenden de los nietos. En la Argentina habrá unos 6000
mapuches pero en el sur de Chile hay medio millón, que preservan
su cultura y su lenguaje”.
El lonco Florentino Marinao tiene 77 años y se recibió
de ingeniero civil en Buenos Aires, donde trabajó en Ferrocarriles
hasta jubilarse. Habla inglés, ruso y japonés. Luego de jubilarse
volvió a su paraje natal, y enseña lengua mapuche a los niños
en la localidad de Cushamen, Neuquén: “Antes las rogativas se hacían
mucho mejor –dijo al cronista–: ahora faltan cositas que no alcanzamos
a ver. Y cuando yo era chiquito alcancé a ver cómo se reunían
quinientos, mil, para una rogativa. Después eso se perdió
y tuvimos que reunirnos para rescatar poco a poco lo que quedaba de sabiduría.
Dios nos tiene como mensajeros. Si no lo hacemos nosotros, ¿quiénes?”.
El incendio va cediendo
Por P.L.
“Todo hace prever que, si no hay cambios
en la situación climática, el fuego quedará extinguido
en los próximos días”, dijo a este diario una alta fuente
del Plan Nacional de Manejo del Fuego, dependiente de la Secretaría
de Recursos Naturales y Ambiente Humano, que comanda la lucha contra el
incendio en Cerro Villegas-Pichileufú-Pilcaniyeu, donde se quemaron
ya 20.000 hectáreas.
La condición de que no haya
cambios en la situación climática da una cuota de incertidumbre
al pronóstico, ya que en dos oportunidades, en los últimos
días, incendios “contenidos” se reavivaron cuando el viento empezó
a soplar fuerte. De todos modos, la temperatura bajó sensiblemente
en la zona y expertos independientes coinciden con el pronóstico
del Plan.
Aun extinguido el incendio, durante
varias semanas deberán montarse “guardias de cenizas” y efectuarse
tareas de enfriamiento –con agua, desde helicópteros– para prevenir
rebrotes.
Ayer había tres focos activos
en la zona del Cañadón La Fragua, a unos 30 kilómetros
de San Carlos de Bariloche. Los combatían tres brigadas con un total
de 60 hombres apoyadas por tres aviones hidrantes y un helicóptero.
La visibilidad en la zona de Pichileufú
y Pilcaniyeu, a 60 kilómetros de San Carlos, todavía era
reducida por humo y cenizas en suspensión, pero “sin presentar peligrosidad”,
según el Plan. Los caminos estaban abiertos, y en las últimas
horas de ayer retornaban los alumnos y maestros de la escuela hogar de
Pichileufú, que habían sido evacuados preventivamente el
viernes.
Para pedir una bendición
Por P.L.
“El nguillapún es una rogativa
que se hace al alba para solicitar una bendición especial ante un
desastre o calamidad, como en este caso los incendios en Bariloche y El
Bolsón. Debe distinguirse del nguillapún, que es una rogativa
anual para pedir que Futa-Chao, el dios o ser superior, bendiga los bienes
de la tierra, animales y personas”: así lo explicó a este
diario el profesor de cultura mapuche Julio Muslera.
“La base de la cultura mapuche es
la reciprocidad: un ejemplo es la minga, cuando se reúnen los grupos
familiares para un esfuerzo en común, como levantar la cosecha...
Justo al revés de lo que significa el término ‘¡minga!’
entre nosotros”, bromeó Muslera.
En la Universidad de Temuco, Chile,
hay dos mil estudiantes mapuches que conservan su lengua y tradiciones.
En cambio, lamentó el lonco Florentino Marinao, “entre nuestros
jóvenes sólo uno de cada diez utiliza la lengua mapuche.
Muchos la entienden pero tienen vergüenza de hablarla”. |
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