Santiago de Chile, Miércoles 2 de Junio de 1999
Las Machis Se Quedan Solas
Cada vez más mapuches optan por la medicina occidental. Sólo les queda el prestigio y respeto de toda una etnia a la que orientan y guían como su máxima autoridad espiritual.
Por Pilar Espinosa
Parece sólo una abuela dulce y tierna. Como las de los cuentos. De las que hilaban con huso y que ya casi no quedan. Pero es también machi; de esas que ya tampoco las hay muchas. Dicen que no hay más de 50, del Biobío al sur. Se llama Ana Rosa Astorga Pilquimán. Es respetada en todo el territorio lafkenche y goza de fama por sus aciertos. Asegura haber sanado a incontables peñis y a algunos "chilenos" que luego la recomiendan a otros. Así han llegado desde Chillán, Santiago o Angol.
Los indígenas reconocen su sabiduría, la quieren y cuidan. Y no es para menos. La machi es la autoridad religiosa más importante en la cultura mapuche y en estos tiempos, en que muchos buscan con fuerza sus raíces, está alcanzando un protagonismo que podría incentivar el deseo de imitarlas evitando su extinción. Algo así como nuevas vocaciones.
"Hoy es difícil ser machi", dicen. La incomprensión de los huincas - no mapuches- y el desinterés de las jóvenes de esta etnia por aceptar el llamado de la naturaleza amenazan con la desaparición de estas mujeres que se sienten elegidas de Dios.
Dicen también que para evitar ser objeto de burla, hacen de sus ceremonias algo casi secreto, aunque nada tengan de malo. Es el caso del machitun, rito en que la machi despliega su habilidad para sanar a los enfermos.
Llegar hasta ellas y conocer su trabajo es difícil. Más aún si se trata de las que tienen renombre. En este caso la intervención del alcalde de Tirúa, Adolfo Millabur, facilitó las cosas y abrió las puertas del hogar de la machi Ana Rosa. Vive en el sector de El Malo, a 190 kilómetros de Concepción. Un lugar que, a decir verdad, le hace honor a su nombre. Al llegar, los amenazadores ladridos de Pelusa y Chocolate reciben al visitante. Salir de allí, en un día de lluvia, sólo es posible con el apoyo de una yunta de bueyes.
ESCALA AL CIELO
El rehue, madero tallado con peldaños, que le facilita el acercamiento a Dios y que con su presencia indica que allí vive una machi, en este caso se encuentra oculto tras la casa, flanqueado por unos sagrados y secos canelos. Hay buena voluntad, calidez para acoger y cierta benevolencia hacia quien pretende comprender un don que es mucho más que recetar agüitas o conocer el poder de las hierbas.
Por muchas explicaciones que dan, es difícil entender esto de "sacar los males", como definen a ciertas enfermedades. O lo que significan las visiones - perimontun- que en algún momento le anuncian a una niña mapuche que está predestinada a ser machi. Tampoco que otro "requisito" sea el haber padecido de pequeñas una grave enfermedad para ser curadas luego por una machi experimentada. Es la señal que las convierte en aspirantes y les da el derecho a aprender los secretos de las hierbas, a machitucar o presidir un nguillatún.
Algo que los padres mapuches de hoy no hacen porque prefieren llegar a la posta más cercana en busca de mejoría para sus hijas si están enfermas.
"A mí se me enrolló una culebra en la pierna cuando era chica. Y no me olvido hasta la hora de mi sueño con un hombre que me llevaba al cielo y me decía que allí nunca me faltaría nada. Luego un trueno me volteó la cabeza y no supe de mí", cuenta con sencillez. La machi Carmen Nahuelqueo la sanó y fue su maestra.
Ana Rosa lleva en esto casi medio siglo. Años en que conquistó fama y crió seis hijos, todos liceanos. Está convencida de que aunque los médicos también saben curar, hay males que sólo la machi puede sanar. No tiene la cuenta de cuántas personas ha tratado. Antes llegaban muchas y algunas de muy lejos. Ahora le parece que cada vez son menos. De los nombres de las enfermedades tampoco conoce mucho. No sabe de cáncer o sida. Sólo de males que, "con la ayuda de mi Dios", se empeña en extirpar.
Suelta fácil la risa cuando se le pregunta cuál Dios.
"Si hay uno solo y es el mismo de todos no más", aclara. Para los mapuches es el Chao Ngnechen - Padre Dios- y a él le piden todo: que corte la enfermedad o que venga la lluvia, que les mejore un hijo o les conserve su tierra.
"Yo sólo hago lo que mi Dios quiere y manda", reitera.
El cobro es según la enfermedad y el tiempo que demore en curar al paciente, cuántos machitunes necesite o lo que cueste reunir las hierbas en esa farmacia que la naturaleza puso a su disposición y que no tiene secretos para ella.
Cae en Trance
Impecable es la casa de la machi. Y no puede ser de otra manera ya que es también la rucalahuen - casa de remedio- que acoge al paciente cuando debe quedarse si requiere un machitun doble para extirpar los males rebeldes. Sobre el piso encerado y reluciente, un enorme vellón se va transformando en un ovillo de lana que antes de terminar el invierno será una abrigadora frazada. Y todo en medio de sus quehaceres de dueña de casa y sus sagradas obligaciones como machi.
Serlo es para ella algo natural. De lo que hace, es la
que menos habla. Y no por que no quiera sino que simplemente por que no
sabe lo que pasa cuando cae en trance. Un rito cargado de simbolismo en
que tiene la ayuda de algunos vecinos que ofician de asistentes para hacer
coro a sus rezos o tocar la trutruca.
Pero, sin duda la persona más importante en la
vida de una machi es el marido, en ese momento el asistente principal o
dunkunmachife. Es el único que la entiende y se convierte en su
portavoz para traducir órdenes.
Ella es especialista en "ver" la orina. Es su método de diagnóstico. Un examen por el que cobra $ 600. O lo que puedan darle.
Juan Bautista Carinao Huichalao, más conocido como don Baucha, es su marido desde hace 48 años. No oculta la admiración por el trabajo de su mujer. Está orgulloso de ella. Es su asistente, portavoz, intermediario y responsable ante la comunidad de cuidarla.
Don Baucha explica que ella cae en trance y no sabe nada de lo que hace cuando está así. Se pone a orar invocando al espíritu, canta, grita, pueden pasar horas, mientras el enfermo permanece acostado. "Es como si se emborrachara sin tomar vino y eso para descubrir la enfermedad y curarla", dice, agregando que al terminar el machitun queda destrozada por la lucha simbólica que sostiene contra el mal.
"No es cosa fácil ser machi", concluye Ana Rosa.
Dicen que por eso quedan pocas.