Cuenta una leyenda - uno de los tantos relatos mapuches sobre su origen- que esta flor nació cuando los mocetones partían a la lucha y pasaban días, semanas y meses sin volver a las reducciones. En esta espera las jóvenes indígenas trepaban a los árboles más altos para alcanzar a divisar a los sobrevivientes de la refriega, descubriendo sólo humo y muerte. Entonces, descendían llorando. Esas lágrimas se convirtieron en flor de sangre, para recordar a quienes habían luchado hasta morir. Por la manera en que se descuelga desde las alturas lo llaman también Largo Suspiro, pregón del dolor indígena. Otra leyenda cuenta que hace muchos años, mapuches y pehuenches tenían una princesa llamada Hues y un príncipe cuyo nombre era Copih. Sus tribus estaban enemistadas y se combatían fieramente. Pero Copih y Hues se amaban y se encontraban en lugares secretos de la selva. Un día fueron sorprendidos por sus padres junto a una laguna. Nahuel, cuando vio a su hija abrazándose con el mozo pehuenche, arrojó su lanza contra Copih y le atravezó el corazón. El jefe Copiñiel hizo lo mismo con la bella Hues. Ambos se hundieron en la laguna.
Hubo mucho llanto en las dos tribus por la muerte de los jóvenes. Transcurrido un año, pehuenches y mapuches se reunieron para recordar a sus príncipes. Llegaron de noche y durmieron junto a la ribera. Con las primeras luces del día vieron que del fondo de la laguna surgían dos lanzas entrecruzadas. Una enredadera las enlazaba y de ella colgaban dos grandes flores de forma alargada: una roja como la sangre y la otra blanca como la nieve. Ante el prodigio ambas tribus se reconciliaron y acordaron llamar a la flor Copihue, la unión de Copih y de Hues. Desde 1977 el copihue rojo (Lapageria rosea) es nuestra flor nacional.
Versiones de Oreste Plath y Oscar Janó