Puntos de vista
Filantropía humillante
Sigo en el tema mapuche. Jorge Ahumada pedía a los ministros de Eduardo Frei Montalva que no cayesen en ejecutar políticas públicas de "filantropía estéril". Con criterio de economista le indignaban la proliferación de dádivas de auxilio social que nada obtenían en habilitar a los pobres para valerse por sí mismos.
El curso del tiempo me dio la oportunidad de descubrir otras facetas negativas de la "filantropía estéril". Pude conceptualizar estos descubrimientos gracias a una serie de ediciones de la revista "The New Republic" (TNR), publicadas en antelación al bicentenario de la Revolución Francesa, el 14 de julio de 1989. Con acierto editorial TNR publicó un número apreciable de relatos y de eminentes ensayos, que ofrecían la versión de quienes habían sido las víctimas de la Revolución Francesa.
Fue una esclarecedora novedad conocer los relatos de estupefacto horror de las damas aristócratas, de la Francia de entonces, al ver que "sus pobres", reconocidos en su identidad personal, cara a cara, que habían sido objeto predilecto de su compasión, eran los más gozosos expectadores de los guillotinamientos de las damas y caballeros del "ancien régime". Y también eran los más agresivos manifestantes de odio, de palabra o con hechos, cuando sus ex benefactores eran llevados al cadalso en lentas carretas abiertas.
La feroz ingratitud de los pobres de los "sans culottes" franceses no ha sido un fenómeno único. Ha ocurrido, con más o menos saña y violencia, cada vez que alguna revolución política de gran envergadura o una sorpresiva interrupción del orden público deja a los poderosos y a los ricos indefensos frente a quien ha vivido dependiendo de sus favores discrecionales.
Hoy las ciencias de humanidades nos ofrecen explicaciones convincentes del por qué la filantropía personal puede incitar odios terribles. El que tiene el papel personal de filántropo, de donante, de practicante visible de compasión, lo hace de modo inevitable desde una posición de soberana superioridad. Es la actitud de quien es libre de dar o no dar y a quien se le antoje, y que por tanto tiene derecho a obtener el fiel e imperecedero agradecimiento de parte de quienes reciben lo dado. El que es objeto de compasión recibe lo dado porque está en condición de irremisible inferioridad; porque necesita lo que se da y se ve obligado a someterse, en contra de su voluntad y de sus deseos, a un papel de inferioridad, de humillado recipiente de algo que no puede retribuir en igual dignidad. (Me consta que las congregaciones religiosas, especialmente la de los jesuitas, modifican esta relación perversa: logran que los receptores de caridad la reciban como un acto puro de amor cristiano).
No necesitamos ser sicólogos o sociólogos para saber, a ciencia cierta, que las humillaciones infligidas en forma colectiva y con persistencia engendran montañas de odios y ríos de resentimientos. Este es el riesgo que encierra la aplicación de políticas públicas basadas en criterios reduccionistas, de considerar que el problema indígena de Chile es sólo un caso especial de pobreza aguda.
Los indígenas no piden caridad. Invocan derechos, exigen justicia, dignidad y respeto. Piden tierras como elemento primordial de justa retribución por lo que han perdido en virtud del ejercicio de la fuerza y del engaño histórico de parte de los "huincas".
Sus declaraciones son claras y vehementes en sus exigencias de dignidad y de respeto. La filantropía, oficial o privada, puede provocar reacciones negativas de parte de los indígenas. Durante demasiado tiempo han sido impunemente ofendidos y humillados. El mundo globalizado concede a los indígenas de Chile medios oficiales, institucionales e informales para obtener satisfacción de sus derechos. Y si no los concedemos honestamente y con oportunidad, perderemos la ocasión de incorporarlos en una nación común. Se acabó el tiempo para las evasivas y para los resquicios.
Carlos Neely I.
©1998 todos los derechos reservados para Diario del Sur S.A. |