Lunes 31 de Mayo de 1999Puntos de vista
Atropello étnicoLa historia cuenta que los colonos llegados al lugar donde hoy está la ciudad de Nueva York compraron la isla de Manhattan a los aborígenes por unos puñados de monedas. Nada nos advierten los historiadores que los nativos de esos lugares no tenían nociones de derecho de propiedad privada del suelo ni tampoco poseían los elementos culturales básicos para leer documentos ni para comprender los efectos del acto jurídico de compraventa de tierras. Para los indígenas de la primitiva área de Nueva York, la tierra, las aguas, el aire, la fauna y la flora silvestre eran de libre uso y goce. No cabía en su imaginación que pudieran ser objeto de propiedad privada.
Los indios que vendieron Manhattan deben haberse creído favorecidos por una generosidad incomprensible de parte de quienes les "compraron" una parte de tierra. En aquellos tiempos la superficie de tierra libre, poblada de caza y de plantas generosas en frutos comestibles, era abundante. En América del Norte, del Centro y del Sur, esa clase de ficciones, intrínsecamente engañosas, de compra de tierras de indígenas, se complementaron con los dominios de suelos y de sus "almas", concedidos por las potencias colonizadoras y con ocupaciones de hecho de tierras aptas para cultivo o pastoreo de ganados. Las fuerzas armadas, de abrumadora superioridad técnica militar, de la potencia colonizadora u organizadas por los mismos colonos, defendieron con fiera violencia los derechos de propiedad privada ganados por los inmigrantes extranjeros de los modos más diversos: de apariencia legal, engañosos o simplemente de facto. Esta es la historia de la propiedad privada de la tierra, de la colonización de América iniciada a comienzos del siglo XVI (en Europa y otros continentes la propiedad privada hereditaria nació como el botín de la "tribu" vencedora en guerras de conquista).
En Chile, los pueblos de Arauco no fueron sometidos a la servidumbre y mestizaje patrilineal de las encomiendas y haciendas. Conservaron su autonomía política, su cultura y la mayor parte de su territorio común hasta la segunda mitad del siglo XIX; o sea, tres siglos posteriores a la colonización del resto de Chile.
Recién, hace poco más de un siglo, se inició el despojo acelerado del suelo de los indígenas de Arauco. Se estatuyeron varias legislaciones especiales sucesivas, inspiradas en conceptos desafortunados. De un lado, se reconocía que los indígenas no estaban capacitados para participar con discernimiento propio en actos jurídicos de compraventa, de hipoteca o de arriendo de tierras; y por otro lado, se les sometía a tutela de organismos públicos "chilenos" no aborígenes (las tutelas de los "Juzgados de Indios" tuvieron una triste celebridad. Por regla general perjudicaban con gravedad e injusticia a los "indios"). En los hechos se institucionalizó, con violenta claridad, que los pehuenches, mapuches y huilliches no eran iguales a los demás chilenos: quedaron condenados a la inferioridad civil.
La inferioridad civil de los aborígenes de Arauco produjo su segregación social negativa (el mestizaje es asunto excepcional), su progresivo arrinconamiento en los retazos de tierra más infecundos y su pauperización. Es más que evidente, para cualquier testigo ocular honesto, que las comunidades indígenas de la araucanía no han gozado de igualdad de condiciones que el resto de los chilenos, de las ventajas del progreso económico, social y cultural. Han quedado excluidos y sufren ostensible menosprecio.
Hasta la década de los años 80 de este siglo, en varios países de Latinoamérica se practicaban con sigilo, los estilos de "limpieza étnica" brutal o de trapacería abogadil, heredados desde la colonia. En los últimos años, en Honduras, Guatemala, Nicaragua, Colombia, México, Ecuador y Brasil, se han sentado precedentes ejemplares de la imposibilidad de atropellar impunemente a las minorías indígenas.
¿Queremos negar, contra toda evidencia, que en Chile existen minorías étnicas oprimidas, sufrientes de fuerte menoscabo de sus más elementales derechos? ¿Quiénes serán los que juzgarán los hechos y recibirán nuestras alegaciones, en esta realidad de la Aldea Global? Las informaciones de prensa nos reiteran, hasta la saciedad, que los indígenas chilenos ya están presentes en los foros mundiales pertinentes.
Carlos Neely I
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