Puntos de vista
Educación racistaHace pocos días, en una localidad rural habitada por una mayoría de mapuches, mientras esperaba un bus interurbano, se me acercó un grupo de niños que salía de una escuela próxima. Era notoria su curiosidad por ver de cerca un ejemplar de indisimulable aspecto de "gringo". Entablamos diálogo. Declararon tener 11 y 12 años de edad y ser todos alumnos de 4º básico. Este dato me incitó a comentar: "así que ya saben leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir". Se miraron unos a otros antes que el de expresión más candorosa dijese: "no, no ve que somos mapuches". Felizmente en ese momento llegó el bus y pude escaparme de la dificultad de ocultar mi congoja por la suerte de esos niños y mi indignación por el "ethos" practicado por el cuerpo docente de la escuela que tenía a la vista.
Ya en el largo viaje en el bus rural recordé otra experiencia. Aquella vez mis interlocutores fueron decenas de profesores municipales de otra comuna de la misma región. Estaba empeñado en convencer a los profesores sobre la necesidad de formular y ejecutar proyectos pedagógicos propios de cada escuela, que superasen los Objetivos Fundamentales y Contenidos Mínimos fijados por el Mineduc, mediante una organización y métodos compensatorios de las deficiencias culturales de los hogares de los alumnos. En función de argumento a favor de mi tesis mencioné cifras del Simce. Había varias escuelas de esa comuna con los peores desempeños del país en aprendizaje de castellano y matemáticas. Con imprudente vehemencia resalté que el Simce informaba promedios por curso, y por tanto, cuando para el 4º año básico se daban logros de aprendizajes próximos al 40%, podemos deducir que en esos cursos hay niños que prácticamente habrían aprendido nada, después de pasar más de 3.500 horas sentados escuchando, o simulando escuchar, a sus profesores.
Después de algunos minutos de general estupor por mi brutal franqueza, una directora de escuela exclamó indignada: "¡Cómo se ve que usted no hace clases! Usted no se imagina lo que es tratar de enseñar a niños mapuches, hijos de familias analfabetas y supersticiosas". Más de la mitad de los asistentes, incluidos directivos de la educación municipal y del sindicato de profesores, solidarizaron con aquella posición de flagrante racismo.
Retornado a Santiago, después de mi última constatación de grave pecado de racismo en educación, comuniqué mi congoja e indignación a dos amigos del Mineduc, de preclara idoneidad pedagógica y profundo sentido humanista. Ambos no son amigos entre sí y trabajan en distintas áreas, y confesaron que el racismo profesoral es de una larga y arraigada tradición, inculcado uniformemente por todos los gobiernos desde el nacimiento de la república. La educación pública nacional fue concebida con el deliberado propósito de integrar a la población del país en la civilización europea. Las culturas aborígenes fueron consideradas estorbos, destinados a ser extinguidos con la mayor prontitud posible.
Hasta recientes décadas esa posición de supremacía absoluta, racial y cultural europea, era un común denominador de los países americanos. Hoy es un repugnante anacronismo. En los países de la Unión Europea y ex colonias anglosajonas, el desprecio odioso de una cultura, raza o religión ajena, es delito merecedor de general repulsa.
Hagamos presente un perverso agravante. En la mayoría de las localidades mapuches, los profesores no habitan en vecindad con las familias de los alumnos, residen en poblados mayores y asisten a las escuelas sólo a "dar clases".
Comuniqué mi espanto por estos hechos a varios dirigentes de organizaciones mapuches y se asombraron de que yo ignorase su persistencia y difusión, supuesto mi declarado interés por defender la causa mapuche.
Desde estas páginas emplazo a las autoridades del Ministerio de Educación, centrales, regionales y provinciales, y a las respectivas instancias del Colegio de Profesores para que demuestren, con hechos irredargüibles y aceptados por las comunidades mapuches, que no hay prácticas de discriminaciones educacionales negativas en contra de los alumnos mapuches. En el contexto mundial hay consenso para estimar que el desprecio, explícito o de facto, de los rasgos culturales propios de los pueblos originales, es una práctica de discriminación racial, étnica o religiosa.
Hace pocos días, en una localidad rural habitada por una mayoría de mapuches, mientras esperaba un bus interurbano, se me acercó un grupo de niños que salía de una escuela próxima. Era notoria su curiosidad por ver de cerca un ejemplar de indisimulable aspecto de "gringo". Entablamos diálogo. Declararon tener 11 y 12 años de edad y ser todos alumnos de 4º básico. Este dato me incitó a comentar: "así que ya saben leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir". Se miraron unos a otros antes que el de expresión más candorosa dijese: "no, no ve que somos mapuches". Felizmente en ese momento llegó el bus y pude escaparme de la dificultad de ocultar mi congoja por la suerte de esos niños y mi indignación por el "ethos" practicado por el cuerpo docente de la escuela que tenía a la vista.
Ya en el largo viaje en el bus rural recordé otra experiencia. Aquella vez mis interlocutores fueron decenas de profesores municipales de otra comuna de la misma región. Estaba empeñado en convencer a los profesores sobre la necesidad de formular y ejecutar proyectos pedagógicos propios de cada escuela, que superasen los Objetivos Fundamentales y Contenidos Mínimos fijados por el Mineduc, mediante una organización y métodos compensatorios de las deficiencias culturales de los hogares de los alumnos. En función de argumento a favor de mi tesis mencioné cifras del Simce. Había varias escuelas de esa comuna con los peores desempeños del país en aprendizaje de castellano y matemáticas. Con imprudente vehemencia resalté que el Simce informaba promedios por curso, y por tanto, cuando para el 4º año básico se daban logros de aprendizajes próximos al 40%, podemos deducir que en esos cursos hay niños que prácticamente habrían aprendido nada, después de pasar más de 3.500 horas sentados escuchando, o simulando escuchar, a sus profesores.
Después de algunos minutos de general estupor por mi brutal franqueza, una directora de escuela exclamó indignada: "¡Cómo se ve que usted no hace clases! Usted no se imagina lo que es tratar de enseñar a niños mapuches, hijos de familias analfabetas y supersticiosas". Más de la mitad de los asistentes, incluidos directivos de la educación municipal y del sindicato de profesores, solidarizaron con aquella posición de flagrante racismo.
Retornado a Santiago, después de mi última constatación de grave pecado de racismo en educación, comuniqué mi congoja e indignación a dos amigos del Mineduc, de preclara idoneidad pedagógica y profundo sentido humanista. Ambos no son amigos entre sí y trabajan en distintas áreas, y confesaron que el racismo profesoral es de una larga y arraigada tradición, inculcado uniformemente por todos los gobiernos desde el nacimiento de la república. La educación pública nacional fue concebida con el deliberado propósito de integrar a la población del país en la civilización europea. Las culturas aborígenes fueron consideradas estorbos, destinados a ser extinguidos con la mayor prontitud posible.
Hasta recientes décadas esa posición de supremacía absoluta, racial y cultural europea, era un común denominador de los países americanos. Hoy es un repugnante anacronismo. En los países de la Unión Europea y ex colonias anglosajonas, el desprecio odioso de una cultura, raza o religión ajena, es delito merecedor de general repulsa.
Hagamos presente un perverso agravante. En la mayoría de las localidades mapuches, los profesores no habitan en vecindad con las familias de los alumnos, residen en poblados mayores y asisten a las escuelas sólo a "dar clases".
Comuniqué mi espanto por estos hechos a varios dirigentes de organizaciones mapuches y se asombraron de que yo ignorase su persistencia y difusión, supuesto mi declarado interés por defender la causa mapuche.
Desde estas páginas emplazo a las autoridades del Ministerio de Educación, centrales, regionales y provinciales, y a las respectivas instancias del Colegio de Profesores para que demuestren, con hechos irredargüibles y aceptados por las comunidades mapuches, que no hay prácticas de discriminaciones educacionales negativas en contra de los alumnos mapuches. En el contexto mundial hay consenso para estimar que el desprecio, explícito o de facto, de los rasgos culturales propios de los pueblos originales, es una práctica de discriminación racial, étnica o religiosa.
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